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El Capricho - por F. Guerrero

Eran las 11:41 de una mañana calurosa de domingo, cuando Antonio llegó al parque. Cada semana, desde aquel fatídico día en 1995 en el que falleció su mujer, compraba el periódico en el quiosco de la esquina y daba un buen paseo antes de sentarse en el mismo banco de siempre a leer.

Ese día fue distinto, había ido directo desde su casa.

Se sentó en el banco y revisó, otra vez, el contenido de la bolsa que llevaba consigo. Un dinosaurio de peluche envuelto con la torpeza de unas manos curtidas por el tiempo, y el periódico que compró hacía más de tres meses, cuya fecha, 7 de Noviembre de 2013, había sido como un rayo de sol en su vida.

-¡Don Antonio! ¿Cómo está usted? – Carmen, una vecina casi tan mayor como él, le interrumpió sus pensamientos.
-Estupendamente. Maribel, viene hoy, por fin.
-¡Es verdad! ¿Cuánto hace que no la ve? ¿Seis años?
-Sí, desde que se fue a Canadá a trabajar.
-Es una pena que tengan que irse tan lejos. ¿Traerá al nieto?
-¡Claro!- Dijo Antonio levantando la bolsa de los regalos y con una sonrisa de oreja a oreja.
-Salúdela de mi parte y dile que venga a verme. ¡Vaya usted con Dios, Don Antonio!
-¡Con Dios, Doña Carmen!

Cuando Carmen se marchó, se sumió en su memoria. Ese parque, el Parque de El Capricho, significaba tantísimo para él, que no había podido resistirse a citarse ahí con su hija. Cada visitante, cada rincón de ese maravilloso espacio disparaba algún recuerdo.

Podía acordarse con detalle de la primera vez que estuvo allí, acababa de mudarse a Madrid y estaba dispuesto a conocer la ciudad. Entró fascinado por el Paseo de los Duelistas hasta la Exedra.

Visitando la Casa de la Vieja conoció a Paula, una estudiante de arte, tan guapa, tan creativa, el gran amor de su vida. Varios años después le propuso matrimonio a los pies del Templete de Baco, recibiendo como respuesta un único sí cargado de emoción. Antonio sonrió al recordar como, de los nervios que tenía, se había quedado clavado en el sitio y Paula tuvo que ayudarle a levantarse.

-¡Mira, mamá, mira!- Una niña de unos ocho años le devolvió a la realidad por un momento.

“Ocho años. Como mi Maribel cuando la traíamos al parque, ¡qué miedo le daba el jabalí del Casino de Baile!” Rió para sí.

Su hija, que no se soltaba de su mano si pasaban al lado del Fortín, solía decir que el Embarcadero era su lugar favorito del mundo, mundial. ¡Cómo la echaba de menos! Por eso, les había sugerido encontrarse allí, en el lago.

Se le iluminó el rostro cuando la vio aparecer junto a su marido, que empujaba un carrito de bebé.

-¡Papá!

Se saludaron con un largo abrazo.

-Te presentamos a Fernando- Le dijo señalando al interior del carro.
-Toma, Mari.

Le tendió la bolsa y se acercó al niño rubio que le miraba con ojos curiosos.

-¿A qué viene lo del periódico viejo? – Le preguntó a un Antonio embobado haciendo carantoñas al pequeño. – Papá – Le llamó.

-A ti te regalé hace tiempo el periódico del día en el que naciste, pues a mi niño también.- Le respondió sin dejar de mirar a Fernando.

Maribel guardó lo guardó divertida.

-¿Os apetece ver el resto del parque?- preguntó Antonio entusiasmado.

Su yerno y su hija se miraron y asintieron con efusividad.

-Os llevaré que veáis el Palacio, ¡está más bonito que nunca!- Relataba mientras los cuatro se alejaban.

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