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Gente de la calle - por Cris

Noto que se acerca el otoño, lo noto en el movimiento de las copas de los árboles, en el cantar de los gorriones, en el aroma que desprende la tierra húmeda… Poco entiendo de letras y números, no soy muy ducho en esas artes, y hace tiempo que perdí el reloj, pero sé que llega el otoño. Mis cansados huesos me advierten; es hora de prepararse.
Hace un día esplendido, el cielo luce su mejor azul, la brisa sopla suave y fresca.
Me desperezo con fuerza, advierto la tensión en mis músculos y luego relajo; qué maravillosa sensación.
Meto mis pertenencias en la mochila y me dispongo a dar mi paseo matutino por el parque. Aquel banco recibe el calor del sol, es un buen lugar donde dejar pasar las horas. Me siento en él viendo cómo llegan los primeros niños que, con sus risas y alegría, calientan mi corazón.
Suben y bajan, una y otra vez, por aquel tobogán, otrora rojo sangre, que luce descolorido después de años soportando las inclemencias del tiempo. De repente, aquel niño de pelo rizado se sienta en mi banco, lo he visto más veces, es un asiduo del parque, igual que yo. Me mira de reojo. Yo no muevo un músculo. Me observa con curiosidad infantil. Mi indumentaria no es muy habitual y mi aspecto totalmente desaliñado ha de resultarle de lo más peculiar. No ha pasado ni un minuto cuando su progenitor, advirtiendo que no soy una de las mejores compañías que puede tener su hijo, muy sutilmente, se lo lleva a jugar con los demás niños.
Así paso las horas, una tras otra, viendo a aquellas personitas ingenuas e inocentes corretear felices e incansables.
Siento un vacío en el estómago; es hora de comer. El parque se ha vaciado casi por completo, así que aprovecho para buscar algo que llevarme a la boca, con un poco de suerte encuentre también algo para cenar.
Tengo localizado un gran contenedor detrás de los columpios, entre varios coches aparcados y, ¡qué suerte la mía!, justo enfrente hay un restaurante, ¡con la comida que se desperdicia durante el día en esos sitios!
El contenedor está lo suficientemente escondido para que los chiquillos no se den cuenta de lo que hago. Me importa bien poco que la gente me mire reprobatoriamente al rebuscar entre sus basuras, hace apenas un año yo era como ellos; con una mal disimulada arrogancia me atrevía a juzgar a aquellos que tenían que subsistir con lo que la mayoría considerábamos que era basura, pero los niños…, me avergüenza que puedan verme rebuscando en aquel cubículo de inmundicias y que con su maravillosa inocencia se acerquen a preguntarme por qué estoy recogiendo basura. He tenido suerte, parece ser que todos los vecinos están haciendo la siesta y el restaurante ha desperdiciado más comida que de costumbre, así que me voy a dar un gran festín y puede que hasta me sobre para cenar.
A medida que pasan los días, las noches se vuelven más frescas. Me he proveído de unos cartones que calienten un poco mis sueños, pero no sé qué hacer de ellos durante el día. De momento, lo único que se me ha ocurrido es guardarlos debajo del banco.
Como todos los días, aquel niño de pelo rizado ha vuelto al parque y se ha sentado en mi banco. Después de dos semanas de extraño ritual, un buen día me habló, fue un saludo, un hola rápido y en voz baja, pero fue el primer saludo que recibía desde hacía poco menos de un año, aquella simple palabra me dio más calor que todos los cartones que pudiera encontrar el próximo invierno. Hoy ha llegado un poco más tarde que de costumbre, empezaba a impacientarme, y sin más me ha preguntado:
–¿Por qué guardas esos cartones ahí abajo?
–Son las mantas de la gente de la calle –le respondí. La gente de la calle es como él llama a los mendigos. Me gusta.
Mi respuesta ha debido satisfacerle porque se ha levantado y se ha ido al tobogán.
El ocaso se acerca y el parque se vacía. Me arrebujo entre mis cartones dispuesto a pasar una noche más, cuando una sombra me sorprende. Me incorporo sobresaltado: “nazis”, pienso. Pero una mano infantil me agita algo frente a los ojos.
–Te traigo unas sábanas para pasar la noche.
Sonriendo, le cojo de entre las manos un ejemplar de periódico atrasado mientras una figura, que le espera, asiente con la cabeza.

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5 comentarios

  1. 1. Kangreja dice:

    Dulce, cercano, conmovedor, duro. Buen trabajo. Saludos.

    Escrito el 28 marzo 2014 a las 17:21
  2. 2. Maureen dice:

    Qué duro, pero, a la vez, qué tierno ese final; nos hace ver que siempre hay una esperanza, que siempre hay gente buena por ahí.

    Me ha encantado.

    Escrito el 31 marzo 2014 a las 12:53
  3. 3. tyess dice:

    Esa inteligencia que perdemos al crecer…

    Escrito el 2 abril 2014 a las 19:26
  4. 4. Aurora Losa dice:

    Precioso relato, conmovedor, especialmente por ese afán de su protagonista por que los niños conserven la inocencia. Es un sentimiento que humaniza aún más la situación del personaje.
    Un placer haberlo leído.
    Enhorabuena.

    Escrito el 4 abril 2014 a las 08:20
  5. 5. Cris dice:

    Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Sin duda todos ellos son un buen motivo para seguir escribiendo…

    Escrito el 15 abril 2014 a las 07:52

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