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La Reunión - por Alonso García-Risso

Web: http://garcia-risso.blogspot.com

La Reunión

Llegó mucho ante de la hora acordada al lugar de la reunión, pactada tiempo atrás. Examinó con escrúpulo el entorno, y ante cualquier anormalidad —lo tenía previsto—, abortaría el encuentro. El Parque de la Casa de la Cultura de San Bernardo, lucía casi desierto, uno que otro caminante. Por buen rato exploró por entre los senderos, jardines y arboles del Parque. Satisfecho con su recorrido, escogió un escaño desde el cual podía ver el acceso principal. La naturaleza circundante lo atrajo, seduciéndolo. Añosos, altos y frondosos —los arboles—, cubrían gran parte del terreno, proveyendo sombras acogedoras que llamaban a la paz y el sosiego. Afuera de los límites del Parque, la ciudad palpitaba tensa, medrosa.
Atanacio, miró su reloj, la hora avanzaba lenta, parsimoniosa; destemplándole los nervios. En ese momento su vista reparó en un objeto que se encontraba al otro extremo del banco donde se hallaba sentado. Parecía un tabloide doblado, atrapado entre los listones del asiento: "Alguien dejó ese diario, entre la separación de los maderos luego de leerlo…" —pensó para sus adentros. Se desentendió por unos instantes del asunto, miró hacia el acceso principal del Parque, nada acaparó su atención. Pensó: "si leo por unos momentos me informaré, entreteniéndome, apaciguándome. Eso me calmará, mientras pasa el tiempo y aguardo por mi contacto de la resistencia". —Alargó su mano izquierda para destrabar el objeto de papel impreso, lo atrapó. Era un diario doblado con cuidado. Lo abrió, extendiéndolo para leer las noticias relevantes de primera plana… Algo no estaba bien con ese diario, la información que daba era añeja. Buscó la fecha de publicación: Miércoles, 12 de Septiembre de 1973. Su sorpresa fue mayúscula, la fecha correspondía al día siguiente del golpe militar, un año atrás. Una corriente helada, eléctrica, recorrió su espalda, su cuerpo se estremeció; también su mente y entendimiento le abandonaban, como si su ser se hubiese dividido en dos porciones, luego de que un rayo los partiese, enviándolos a universos distintos. Lo invadió el desconcierto; sin embargo, impulsado por una fuerza superior comenzó a hojear con frenesí —al borde del colapso y aturdimiento—, el diario. Se detuvo en la penúltima hoja, en la sección de obituarios y avisos fúnebres. Sus ojos, comenzaron a empañarse arrasados por un llanto denso y callado que le venía de muy adentro; y, con dificultad fueron leyendo a trastabillares, un anunció mortuorio, en el que se destacaba su nombre: ATANACIO BUENDIA.

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