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Cita en el parque - por Julia María

“Tenemos que terminar” dijo Mónica sintiendo que cada palabra se le quedaba atascada en la garganta.
Mario, sentado a su lado en el banco, la miraba con ojos incrédulos. Ella sacó de su bolso el Chicago Tribune de la semana anterior y se lo puso en las rodillas. Estaba abierto en la columna de consejos “Querida Abby.” Mario lo levantó y clavó sus ojos en él por unos segundos, en shock. “¿Has escrito a Abby?” balbuceó.
“Tampoco me ha dicho nada que no supiera,” prosiguió Mónica, “No podemos continuar. No tiene sentido prolongar una situación que tarde o temprano tiene que acabar.”

Mario miró a su alrededor confundido. En el Parque del Milenio todo respiraba primavera, color, alegría. Un gran contraste con las repentinas tinieblas de su corazón. Había amado a Mónica desde siempre, pero desde siempre circunstancias adversas habían obstaculizado ese amor. Y ahora que el destino se lo había regalado no estaba dispuesto a renunciar a él. “Romper con ella sería como romperme el corazón,” pensó.

“¿Por qué Mónica? ¿Por qué tenemos que acabar? ¡Te amo!” Su voz adquirió un tono urgente. Le cogió las manos y las depositó entre las suyas. “¡Divorciémonos! ¡Casémonos! Lo nuestro no es pasión pasajera. ¿Acaso tú no me quieres? ¡Dime que no me quieres! ¡Dímelo!” La retó suplicante.
Mónica le miró impotente con la garganta congelada y los ojos anegados en lágrimas e, incapaz de replicar, se enterró con fuerza entre sus brazos. Así permanecieron largo rato, ajenos a los gritos alegres de los niños que jugaban en el césped cercano; ajenos al cantar de los pájaros; ajenos a todo lo que no era la respiración del otro.

Finalmente, Mario se desasió y acarició tiernamente el rostro afligido de Mónica.
“¿Realmente quieres arrancarme de tu vida? ¿Crees acaso que serás feliz con un hombre al que no amas?” Pausó por unos segundos y sentenció con gravedad: “Yo, por mi parte, sé que no lo seré.”

Mónica tardó en responder y cuando lo hizo habló como ausente: “Feliz… Feliz.”
Luego reaccionó como una muñeca parlante a quien acaban de cambiar las pilas y se encaró con Mario. “¿Es que nuestra felicidad es lo más importante? ¿Has pensado en las personas a quienes estamos haciendo daño? Tus hijos, la mía, Susana, David… seres inocentes a quienes nos debemos y que no tienen culpa de esta broma cruel que nos ha jugado el destino. ¡No podemos construir nuestra felicidad sobre su dolor!”

Mario no tuvo fuerza moral para rebatirla. Había gran verdad en sus palabras. Una verdad que le desgarraba el alma. La atrajo hacia así una vez más y la fundió entre sus brazos. Se embriagó con su perfume y besó su cuello desnudo. Quería grabarse bien estas sensaciones en su corazón, hacer acopio de ellas. Para en ellas refugiarse cuando Mónica ya no estuviera cerca.

“Siempre te amaré” le susurró después de mucho tiempo. Quiero que sepas que te amaré hasta el final de mis días, hasta el último segundo de mi existencia.”
Seguían fundidos el uno en el otro, mejilla con mejilla, escuchando sólo el latido exaltado de sus corazones. Mónica era consciente de que tenía que separarse y marcharse, pero no reunía la fuerza necesaria para hacerlo.

El recuerdo de los ojitos sonrientes de su hija se la dio. Se separó, aunque incapaz de controlar el flujo interminable de lágrimas que le quemaban la piel. Depositó sus labios suavemente en los de Mario. Una última vez. Ahora se levantaría y se marcharía para siempre.

De repente sintió una presencia a su lado. Se giró y vio a David con los ojos más infelices que jamás había visto en persona alguna. Entre sus manos temblorosas escondía una pistola que les apuntaba.
Se levantó y dio un paso hacia él. Pero antes de que pudiera pronunciar palabra una bala le traspasó el corazón y cayó muerta en el asfalto. Mario se tiró al suelo, la levantó y la estrechó entre sus brazos bajo la mirada ciega de David. Así, abrazado a la mujer que amaba, diría adiós a su vida. Apretó a Mónica contra su pecho, cerró los ojos y esperó. El sonido de un segundo disparo no se hizo esperar. Sintió que le invadía una inmensa debilidad y que la vida se le escapaba inexorablemente. Oyó gritos alarmados y susurros cautelosos acercándose.

Entonces abrió los ojos y vió frente a si el cuerpo inánime de David.

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2 comentarios

  1. 1. OrianaB dice:

    Una buena historia (aunque algo tópica) con un final completamente inesperado.
    El texto está muy bien escrito. Los detalles, los sentimientos… todo muy bien plasmado. Y el final… simplemente me ha desgarrado.
    ¡Muy bien!
    Un saludo.

    Escrito el 4 abril 2014 a las 14:47
  2. 2. Julia Maria dice:

    Hola Oriana,

    Muchísimas gracias por esos comentarios tan generosos. Tienes razón que la historia es un tanto tópica. Me cuesta ser original.
    En un ratito me paso a leer tu historia.

    Un saludo cordial,

    Julia María

    Escrito el 5 abril 2014 a las 03:04

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