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Nada que perder - por Tania

“Nada que perder”

Cambiaba frecuentemente de barrio para que la policía y la gente entrometida no le acuciasen con sus ganas de reformar le. A pesar de la nebulosa en que su memoria se iba sumergiendo más y más, era consciente de que había dado un vuelco desde que, casi sin darse cuenta, se había ido metiendo en el mundo de la bebida. Pasaba el día errando por la calle y los lugares públicos donde pedía limosna que le sirviese para comprar el vino que le calentaba el estómago y lo mantenía amodorrado. De noche, se cobijaba en cualquier techo del que no le fueran a despachar. Certeza que no podía tener nunca porque lo habitual era que lo tirasen sin miramientos. Cuando tenía ráfagas de lucidez, se veía un extraño. Entonces como si se tratase de un amigo, se daba consejos razonables a sí mismo , de esos que casi nunca es uno capaz de cumplir.

Por fin la primavera parecía llegar. Si se estabilizaba, ya no sería tan necesario resguardarse entre cartones en los cajeros de los bancos y quizás se le fuese aquel dolor. Aquella mañana el buen tiempo lo había arrastrado al parque. Aprovechó la temperatura tibia para lavarse en la fuente parte de la mugre acumulada. Se quitó los calcetines y la camiseta y los lavó. Luego extendió la ropa en el respaldo de un banco y se sentó en el otro extremo a esperar que se secasen. Se hallaba con los ojos semi cerrados, abandonado a las caricias del sol, las únicas que disfrutaba, cuando el trino de un pajarillo le hizo abrirlos. El animal posado en el borde de un papelera próxima gorjeaba alegremente.

—¡Mira qué tenemos aquí! También a ti te gusta la primavera, ¿verdad? Al hablarle, el avecilla levantó el vuelo sin consideración.

Sintió que, a pesar de todo, le gustaba cómo fluía de nuevo la vida. Y entonces vio un periódico en la papelera. Se levantó indolente y para distraerse empezó a hojearlo. Las letras y las palabras se abrían paso en su mente con dificultad. De pronto una noticia le sobresaltó. Miró detenidamente la imagen: un coche se hallaba destrozado el arcén de una carretera y en letras grandes aparecía el nombre de los ocupantes que habían muerto. ¿Sería posible que fuesen su padre y su hermano?

Volvió a su mente la empresa familiar en tantas ocasiones apartada a propósito del recuerdo. Como una película se posó en su infancia feliz donde todos lo consentían y mimaban. Repasó los excesos de su juventud y cómo la madre lo disculpaba ante el padre una y otra vez. Rememoró los préstamos de su hermano y los avisos por las malas compañías, cuando ya las francachelas y el gasto excesivo por el consumo de drogas y alcohol sobrepasaban lo normal. Hasta que lo cogieron robando y le quisieron internar en una institución. Por vergüenza y por su madre, creyendo que podía curarse por si solo, huyó. Desde entonces había ido vagando de una ciudad a otra hasta que le perdieron la pista.

Se palpó el bolsillo de la vieja y sucia chaqueta, y sacó su DNI, caducado varios años, para comprobar sus datos personales con los de los fallecidos. A la vez que el carné, salió una fotografía en blanco y negro. Una mujer aún joven, que daba la mano a un niño de unos seis años, le miraba con semblante risueño.
Mi madre, será ya una anciana y un golpe así también la podría matar a ella pensó lleno de un mal presagio. Rebuscó de nuevo en su vieja cartera hasta encontrar un papel con un número y un nombre en clave.

Preso de una súbita prisa, recogió sus escasas pertenencias y se dirigió a la puerta de un supermercado cercano. No se movió de allí hasta que consiguió las monedas que calculó necesarias para llamar por teléfono.

Se dirigió nervioso a la cabina. Insertó tembloroso las monedas y marcó el número.
—Diga. —Le contestó una voz débil y ya cansada que le costó reconocer,.
—Madre, soy yo.
—¿Quién dice?
—Madre, Antonio, tu Antonio.
—¡Hijo! ¿De verdad eres tú?
—Sí, mad…
No pudo terminar la frase. Un fortísimo y agudo dolor le agarrotó el corazón.
—¡Oye,oye! ¿Dónde estás?…¡Contesta hijo! Por Dios, ¿dónde estás?…

El hombre yacía caído e inanimado en el suelo de la cabina, mientras el auricular emitía la voz ansiosa de la madre.

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3 comentarios

  1. 1. Kangreja dice:

    El titulo me ha llamado la atención, y el final me ha resultado muy inesperado,la historia es buena. Quizás dejar alguna sutileza al lector para que interprete le puede dar otro toque. Saludos y felicitaciones.

    Escrito el 29 marzo 2014 a las 16:13
  2. 2. José Torma dice:

    A mi me desconcerto el titulo, pero la lectura lo hizo aun mas. Coincido con Kangreja con que un poco de misterio nos hubiera beneficiado. Y al final, la mas grande ironia, al tratar de consolar a su madre de que sepa que no esta sola; es cuando verdaderamente se queda sola.

    Felicidades

    Escrito el 31 marzo 2014 a las 18:23
  3. 3. Aurora Losa dice:

    Un texto conmovedor y muy bien llevado, la presentación del personaje es inmejorable, pero el final queda extraño, como falto de algo, precipitado, diría yo. Coincido con Kangreja y José en que podías haber jugado con el misterio en lo que a los ocupantes del vehículo se refiere. Pero es tu historia, y decides cómo contarla. A mi me ha gustado igualmente.
    Enhorabuena.

    Escrito el 1 abril 2014 a las 09:09

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