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Caronte - por Almirall Chesterfield

El niño estaba sentado en el banco, encorvado, como si le doliera el estómago y fuera a vomitar. Tenía las piernas abiertas y movía una de ellas sin parar, agitándola nerviosamente, arriba y abajo, a la manera de un pistón pasado de revoluciones.

Hacía frío. Estábamos en primavera y empezaba a salir el sol, pero todavía era temprano y perduraba la humedad de la noche. Con el rocío, los árboles, los setos, el césped, brillaban todos con un verde vivo. La rosaleda florecía y rosas de colores cálidos nacían por doquier, encaramándose a las marquesinas, apelmazadas en macizos, reproduciéndose. Olía a jazmín y a agua y a polen y se mirara por donde se mirara se veían retoños asomando, pequeñas yemas inmaduras manifestando fertilidad. El parque estaba exuberante, idílico, como tocado por Dios. Había un árbol solitario, apartado en un pequeño claro, que atraía los primeros rayos de luz. El tronco era una enorme amalgama de pliegues grises, de arrugas centenarias. Las raíces, finas como el dedo, le subían, enroscándose en las ramas, y le colgaban introduciéndose de nuevo hasta el suelo, como miles de catéteres intravenosos que lo alimentaban. Por allí llegaba él, segando el césped y asfixiando a las hormigas y escarabajos que encontraban sus pies a cada paso. Clavó los ojos negros, enrojecidos, aquellas cloacas de sangre, en el niño.

– He traído eso -dijo él, esbozando una sonrisa vacía.

– Vamos a montar en una barca, no quiero que nos vean -dijo el niño.

Una ría artificial dividía el parque en dos y culminaba en un pequeño lago, donde los patos y los cisnes descansaban, como descansan ellos, con el cuello retorcido para atrás. Subieron a la barca y el niño se cubrió la cabeza con la capucha.

– Vamos debajo del puente, no quiero que nos vean -dijo el niño, los remos mojados se le escurrían entre los dedos mientras intentaba colocarlos en los escálamos.

– ¿Que tal está tu hermano?

– Está bien

– Es una putada. Aparte de trabajar para mi somos amigos, pero no te preocupes, dos años no son nada, saldrá enseguida, no te darás ni cuenta. Es el precio que hay que pagar. ¿Lo de llamarme ha sido idea tuya o suya? -dijo él sin apartar la mirada.

– Ha sido idea mía

– Tuya. ¿Qué tal esta tu madre?

El niño no escuchaba, le clavaba las uñas a uno de los remos, solo oía el golpe de su sangre en sus oídos, su corazón aumentaba la presión descontrolado, con cada latido parecía que le iban a reventar las venas, y a escaparsele la sangre, igual que a una manguera pinchada.

– Está bien -respondió el niño.

– Voy a ayudaros. No os vais a tener que preocupar de nada -dijo él.

Llegaban, flotando sobre el agua, a la boca del pequeño puente y su sombra les engullía poco a poco, dejándolos en la penumbra.

– Te he traído esto -dijo él, y sacó un paquete envuelto en papel de periódico- Si eres capaz de colocar esto -le dio unos golpes al paquete con una uña negra, larga y torcida- te puedes ganar un pico. Luego ya iremos viendo. No hace falta que me des nada ahora, véndelo y ya arreglamos cuentas. Es un préstamo. Un favor a ti y a tu madre, por lo de tu hermano.

El niño estaba mareado y abría las fosas nasales intentando inhalar más oxígeno. Se ahogaba, como si una fuerza dentro de su cuerpo quisiera salir de él, y otra de fuera quisiera entrar, y se hubieran encontrado en su garganta, empujando la una contra la otra. Entonces vio una serpiente de agua, inmóvil al lado de la barca.

– ¿Crees en Dios? -preguntó el niño.

– ¿En Dios?

– Mi hermano no cree en Dios -dijo mientras se levantaba, inclinando el cuerpo hacia delante. Entonces giró la cadera, el torso contraído hasta el fallo, con la ira de un huérfano impuesto, le golpeó con el remo en la cabeza. De pie en la barca, vio como él caía inconsciente, boca abajo, a la ría. Se quedó un momento allí, jadeando, después cogió el paquete, sacó una moneda del bolsillo que tiró en la barca y saltó a la orilla.

Se despertó más tarde, tumbado en el suelo, apoyado en el viejo árbol, cubierto de hojas, como si hubiera estado durmiendo años. Pero el paquete había desparecido.

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8 comentarios

  1. 1. Cibeles dice:

    Muy bueno y bien escrito, me gustó mucho!
    Perdón por la preguntonta, pero el final se refiere al hombre, no?

    Escrito el 30 marzo 2014 a las 04:30
  2. 2. lunaclara dice:

    Hola! El relato es muy interesante. Las descripciones del inicio son fantásticas, ayudan al lector a meterse en la escena.
    El final lo veo bastante abierto. Quizás te de para un relato mas extenso.
    No entiendo muy bien algunas cosas, como la pregunta del niño al hombre de si cree en Dios, o el detalle de la moneda.
    Aún así, te felicito. Casi creía q estaba viendo una película.

    Escrito el 30 marzo 2014 a las 14:57
  3. 3. Emyl Bohin dice:

    Enhorabuena, un gran relato en le que se mezclan muy bien los diferentes niveles de lectura.

    Lunaclara, fíjate en el título (hasta ahí puedo leer)

    Escrito el 31 marzo 2014 a las 01:09
  4. 4. lunaclara dice:

    Anda! Es verdad! Qué guay!
    Gracias Emyl Bohin 😉

    Escrito el 31 marzo 2014 a las 09:54
  5. 5. José Torma dice:

    Muy interesante y bien escrito. Gracias al comentrio de Emyl logre leerlo de manera diferente la segunda vez.

    Muchas felicidades, un muy buen trabajo.

    Escrito el 31 marzo 2014 a las 18:16
  6. 6. Aurora Losa dice:

    Inquietante, el trabajo descriptivo del principio y el diálogo me han encantado. Un gran ejercicio. A pesar del título y la clara referencia mitológica, no termino de entender el final, pero también puede ser por la fiebre.
    Un gran texto, de verdad, enhorabuena

    Escrito el 1 abril 2014 a las 08:12
  7. 7. fernando sanz dice:

    Buenos días. He leído el texto y he de decir que me ha gustado. La tensión que se crea en la escena está bien, no porque no se intuya (de hecho sí había previsto el desenlace entre ellos, aunque no con el remo sino con una pistola) sino porque yega un momento en el que deseas que sea as´. Como en aquellas películas en las que ves que va a haber una pelea y estás tan indignado con lo que estás viendo que e4stás deseando que empiece ya. Pues algo así. El ganster es, lo haces, tan odioso que deseas que le vuelen la cabeza, como así ocurre. Y eso está bien.
    Sin embargo, he de decir que su presentación me generó dudas. Al principio pensé que era el jardinero (“Por allí llegaba él, segando el césped…”) fue luego cuando vi que era el antagonista.
    Por lo demás, tampoco me cuadra mucho el final. El muchacho está jadeando por la tensión ¿y se echa una siestecita en el parque? No me cuadra. LO lógico es que salga corriento como alma que lleva el diablo y no pare de correr hasta que reviente. Así, que se quede en el mismo parque, a la plácida sombra del árbol, me parece un poco forzado para meter la última frase. Frase que genera, eso sí, un final incierto, enigmático, y hasta cierto punto temible. Creo que es una estupenda idea de final, pero que ha salido un poco forzada.
    Así que, te felicito por el cuento y los diálogos con los que creas la tensión, pero el final creo no se ha conseguido cuadrar. Por supuesto es solo una opinión. Y principalmente porque la idea del final sí me parece fantástica. Quizás te faltó una vuelta más.
    Un saludo.

    Escrito el 1 abril 2014 a las 11:42
  8. 8. fernando sanz dice:

    Estoy releyendo el comentario y ese “yega”, es obviamente llega… no entiendo cómo se ha colado ese error.

    Escrito el 1 abril 2014 a las 11:44

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