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Un sourvenir del pasado - por Jose Antonio Garcia

Rumbo a los ochenta y tres años, salí a caminar como todas las mañanas, despacio, respirando cada metro de la calle. Al final del invierno en el parque aún hacía frío y el aire soplaba del norte. Sentado en el banco, con las manos apoyadas en la empuñadura del bastón y los ojos cerrados, sostenía mi cara hacía el sol, como los girasoles, calentando mi rostro.

No le vi llegar, pero me sacó de mi éxtasis vegetal cuando se sentó en el banco. De entre los pliegues del abrigo sacó un periódico y comenzó a leer como si yo no existiera. No pude evitar mirar de reojo y con algo de dificultad por mi vista cansada leí el titular: “Grave accidente nuclear en Chernóbil”. ¡Ostias!, me dije a mi mismo, otro accidente, habrá sido esta noche, ayer no dijeron nada en la televisión y seguí hojeando indiscretamente. Al momento me di cuenta del triste color amarillento del papel y supe que era un ejemplar atrasado. A mis años ya no hay vergüenza ni miedo y no tenía nada que perder indagando un poco más.

— Oiga, perdóneme la indiscreción, pero ¿ha habido otro accidente nuclear en Chernobil? —pregunté con cierta sorna señalando el titular —¿no ocurrió eso hace veinte años?.
— Casi treinta diría yo— replicó.
— ¿Por qué lee un periódico atrasado? —insistí con descaro, observando su cara tan desbordada de arrugas y asediada por el tiempo como la mía. Repletas las dos de vivencias olvidadas y ecos apagados. Dudó unos instantes antes de contestar.
— Me gusta repasar mi vida en el periódico, es como ver fotos antiguas de familia.
— Ya le entiendo, a nuestra edad vivimos de recuerdos y de nostalgia de lo que ya no puede volver, ¿por eso lee ese viejo periódico?.
— No exactamente, vivo entre estas páginas. Mi nombre aparece en muchas de las crónicas de internacional, mire aquí, mire «Luis Díaz de Hotschneider , enviado especial a Kiev», ese soy yo y allí estuve en 1986.
— ¡Caray!, ¿estuvo usted en Chernobil?.
— Claro. Fue una explosión terrible aunque nunca nos dejaron acercarnos. Había sospechas de que fue un atentado, nunca lo sabremos, a la prensa no nos dejaron hacer nuestro trabajo, apenas pude entrevistar a los evacuados —hizo una pausa—. ¿Quiere ver algo?… espere creo que lo tengo por aquí —dijo colocando suavemente el periódico a un lado mientras rebuscaba en el bolsillo de su abrigo. Sacó un pequeño trozo de hormigón del tamaño de una nuez y me lo ofreció — tenga, cójalo.
— ¿Es de allí, de la central nuclear?, ¿es radiactivo? — pregunté con cierta fascinación.
— No hombre no. Es un trozo del muro de Berlín, se lo regalo, tengo más. Le cogí yo mismo en noviembre de 1989.
— ¿Del muro de Berlín?.
— De allí mismo. Estaba de corresponsal cuando sucedió todo. Me avisaron de que la policía de la RDA había levantado las barreras y que la gente estaba cruzando libremente, me faltó tiempo para ir corriendo.

Aquel hombre resultaba un cómplice formidable para las mañanas en el parque en el ocaso de la vida.

— ¡Joder!, ha tenido usted una vida agitada. Yo sólo he sido conserje, nada emocionante, pero una vez estuve en Nueva York.
— ¡Ah Nueva York!, ¡qué ciudad!, Tiene un pulso urbano enloquecidamente enfermizo. Viví allí cinco años hasta que me jubilé. ¿A que no sabe que me tocó ver?… —negué con la cabeza— el 11-S, lo más cruel que visto.

Creo que mi cara de asombro lo decía todo.

— Hasta mi casa en Brooklyn llegó la gigantesca nube de polvo. Todo Manhattan se volvió de color gris, la ciudad no volverá a ser la misma —. Como si su mente estuviera reviviendo aquellos instantes cerró los ojos y permaneció en silencio. No me atreví a romper sus recuerdos. Luego se puso en pié haciendo ademán de marcharse.
—Mañana volveré, puedo traerle algún periódico con mis crónicas desde Nueva York, los guardo todos.
— Me encantaría leerlas, por cierto me llamo Manuel.
— Un placer Manuel, hasta mañana.

Al día siguiente, me levanté con la ilusión de un colegial a principio de curso y acudí a la misma hora al parque. Pero Luis no apareció. Tampoco al día siguiente, ni al día después. Nunca más le he vuelto a ver. Ahora llevo el pedacito de hormigón de Berlín en mi bolsillo, mientras leo un viejo periódico de la hemeroteca.

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2 comentarios

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Hola, Jose Antonio.
    Qué buena idea el diálogo entre abuelos y qué bien escrito, tan natural. Reconozco que al principio pensé que sería un relato de nostalgias y demás, pero no me esperaba esto, desde luego. Ahora, te diría que el final es lo más previsible, con lo que molaría que siguieran viéndose día tras día. Yo, personalmente, lo habría dejado en que quedaban para el día siguiente.
    Enhorabuena.

    Escrito el 1 abril 2014 a las 13:15
  2. 2. Mayte García dice:

    Estoy de acuerdo con Aurora, me hubiera gustado que se siguieran viendo, aunque quizás este final sería para una película de Hollywood.

    Escrito el 13 abril 2014 a las 21:37

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