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Cadena de favores - por Bárbara

A primera vista parece un parque corriente. Uno de esos parques urbanos que no tienen columpios ni modernas jaulas para que los perros hagan sus necesidades. Simplemente es un parterre donde hay unos cuantos bancos de madera diseminados aquí y allá, pero que al menos están limpios y cuidados.

En torno a él pasean ancianos cogidos de la mano junto a corredores. No les importa que sea más pequeño que otros parques, pues es el que está cerca de sus casas y el que recuerdan de toda la vida. Justo en frente de la única colonia de casas bajas que queda en el barrio, y donde cada día es una lucha para que la constructora no les quite su hogar.

De entre los asiduos destaca la figura de un hombre con sotana. Sentado en uno de los bancos y con un sombrero de paja para protegerse del sol, lee un periódico. Lo lee de cabo a rabo, sin prisas, pues hasta dentro de tres horas no tiene que volver a la parroquia para oficiar la misa de las siete.
Termina y deja el periódico en el banco antes de marcharse. Lo de compartir el periódico le pareció una excelente idea cuando lo vio por primera vez en el metro. No solía usar el transporte público, y fue otro viajero quien le comentó que esa era la costumbre desde hacía años, cuando aparecieron los diarios gratuitos. El párroco decidió seguir el ejemplo desde entonces.

Medio minuto después de que el cura se haya marchado, llega un hombre de mediana edad. Ocupa el lugar que ha abandonado el cura y a la legua se ve que no está cómodo. Su traje impoluto no se corresponde con los vecinos de la zona, pues no deja de ser un extraño del lugar. Sólo ha ido allí porque su contacto le ha llamado.
Con cuidado de no manchar sus carísimos pantalones, abre el periódico por la página central… Y se encuentra con un pequeño crucifijo.
Lejos de extrañarle el descubrimiento, lo observa con ojo crítico. Parece de oro y, si sus conocimientos no le fallan, al menos del siglo XII. Justo lo que estaba buscando.
Satisfecho, se levanta apenas un minuto después de haber llegado. Tras haber guardado el crucifijo en el bolsillo interior de la chaqueta, y dejar un sobre en el lugar que ocupaba el objeto que acaba de llevarse.

El siguiente vecino que ocupa el banco, y que parece que es el único que hay porque los demás no tienen tanto movimiento, resulta ser una mujer de nacionalidad boliviana. Ella está nerviosa y no deja de mirar a todos lados. Ha estado a punto de no ir pero sabe que eso sería aún peor.
Suspira de alivio cuando encuentra el sobre, aunque no se atreve a abrirlo. Sabe que en su interior están los documentos necesarios para que su novio pueda trabajar de forma legal en el país. Con cuidado de no ser vista, cuela una pequeña bolsita de plástico dentro de las hojas del periódico, ya arrugadas de tanto trajín.

La última visitante se toma su tiempo, pero en su caso no tiene otra opción. La artrosis la está matando, y no es capaz de dar un paso sin sentir cómo sus huesos crujen, incluso con la ayuda del bastón. No obstante, no le preocupa que alguien se le adelante. Los corredores que pasan a su lado sonríen, asegurándola que todo está controlado.
Cuando se sienta en el banco, aprovecha un rato para descansar. No tiene prisa y siempre es la última de la cadena. No es que esté haciendo esperar a nadie.
Encuentra la bolsita de marihuana y sonríe aliviada… Esta noche podrá dormir sin dolor.
Guarda la bolsita con descaro, sabiendo que nadie sospecharía de una anciana. Se pone en pie y deja a un lado el periódico, perfectamente doblado para el barrendero que en ese momento llega a su altura.

Antes de tirar el periódico el barrendero decide leerlo, pero descubre que no es el de hoy. La desaparición del crucifijo de la parroquia local, que aparece en primera plana, ocurrió la semana pasada. Lo recuerda perfectamente porque habló con su mujer sobre la mala suerte que parecía acompañar al párroco de la iglesia, que ya había sufrido tres robos en los últimos meses.

Sin embargo, no le preocupa. Sabe que pronto se encontrará al culpable.
Porque si algo caracteriza al barrio, es que en él los unos siempre cuidan de los otros.

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2 comentarios

  1. 1. lunaclara dice:

    Hola: qué relato mas chulo! Es muy original lo de usar el periódico como medio de comunicación de unos con otros.
    Me parece muy bien escrito.
    Felicidades!

    Escrito el 28 marzo 2014 a las 23:56
  2. 2. tyess dice:

    Estoy de acuerdo con Lunaclara, es una costumbre muy simpática la que tienen en esa comunidad. Por lo visto no es la única.

    Pero, entonces, ¿es el mismo párroco el que se ha llevado las cosas para dejarlas ahí?

    Escrito el 29 marzo 2014 a las 03:42

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