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El hombre amable - por Aurea

La brisa gélida y otoñal no me disuadió para sentarme en el banco más distinguido del parque, el cual se hallaba relativamente lejos del bullicio de la ciudad y en el que podía disponer de más horas de sol, durante las largas mañanas que se trasmutaban frías. La pesadez de los días invariables y monótonos en el banco del parque, era preferible a la pesadumbre de las paredes que me hacían prisionero, en la vieja y fría casa de mis padres, donde era un parásito obligado a aprovecharme de cobijo y alimento.

El tapiz multicolor creado por el follaje no me producía ya, la maravilla del pasado. La desnudez de los árboles, y su danza consumida vencían cualquier esperanza venidera. El día era traslúcido para aquellos que lo disfrutaban carentes de tiempo, los pocos bienaventurados que tenían una labor en una época mísera, en un país decadente.

Sentado inerte en el frío banco de madera; recordaba mis días más privilegiados desde que perdí mi labor como ingeniero, aquella época en la que aún había fe en encontrar un nuevo puesto y en la que podía permitirme comprar el periódico y salvar las horas en el parque, distraído. No recibía ya, ningún tipo de subsidio económico y me avergonzaba miserablemente tener que pedir un solo euro para la distracción de unas pocas horas. Era el último “vicio” que quedaba en mí; cómo si tener entre manos un periódico me convirtiera en dichoso. Podía acudir a la biblioteca pública para leer distintos libros y bien que lo hacía, aunque siempre durante las cortas tardes que se oscurecían cada día más. Permanecía allí, todas las horas permisibles, acomodado y caliente.

La mañana era quieta, se atisbaba una calma que parecía provenir de la frígida brisa y los esfuerzos en vano de los rayos solares que, aunque no conseguían templar el lugar, dispersaban haces de luces y tonalidades diversas por todo el parque. Fue entonces, cuando se acerco a mí un hombre con una majestuosa sonrisa:
—Hola amigo, ¿qué mañana tan fría verdad? —Dijo el hombre mostrándome un periódico— ¿Quieres este periódico? ya lo he leído, aunque no es de hoy, es de ayer. Mi hermana me entrega todos los días el periódico del día anterior. Ella afortunadamente trabaja en una oficina y antes que lo tiren, lo recoge.
—Hola compañero. Vaya… te lo agradezco. ¿Seguro que no lo quieres?
—Claro que no, ¿qué mejor que un mismo periódico pueda ser leído por diferentes personas? Todos deberíamos ayudarnos en momentos difíciles —dijo él dejando el periódico en mi mano.
—Muchas gracias buen hombre. Me contenta que haya personas como usted, debo decirle que me ha alegrado la mañana —le dije inclinándome hacia delante, expresándole mi gratitud.
—¡No hay de que! Espero que lo disfrute, y que tenga un buen día —exclamó el hombre satisfecho y sonriente mientras se alejaba entre los árboles.

Me dispuse aliviado y sosegado a leer el solemne periódico que me había caído del cielo. Leí con detenimiento cada línea, cada página, sin dejarme letra, fotografía o imagen alguna. De pronto, en la sección de anuncios, encontré algo que llamó mi atención. Un anuncio en el que demandaban ingenieros, arquitectos y obreros para trabajar en Noruega, los requisitos eran: un buen nivel de inglés y la correspondiente titulación y experiencia. Por suerte los cumplía. Facilitaban una dirección de correo electrónico para los interesados; me levanté suspirando, jubiloso y profundamente agradecido por aquel obsequio milagroso del hombre amable.

Ahora la brisa era fresca y plácida, el sol radiante y las tonalidades de las hojas, hermosas. Me sentía enérgico y con una visión clara. Esta vez avanzaría mí visita a la biblioteca, había llegado el momento de una nueva ilusión y un nuevo rumbo.

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