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El suceso de la página catorce - por Saray Pérez

Web: http://quelocuenterita.com

En la página catorce de un ejemplar atrasado del diario “La Crónica nacional”, justo después de la sección dedicada a las quinielas deportivas que a esas alturas todos conocían y a bien seguro ya habían olvidado, leí aquel extraño suceso. No es mi intención aquí realizar una descripción escrupulosa de aquella noticia, ni tan siquiera una disección que ayude a un mínimo conocimiento de su protagonista. Nada más lejos de mi propósito. Apenas mi memoria me asiste en las evocaciones más básicas para mi supervivencia diaria, por lo que dudo que me socorra ahora en semejante intento. Por ello, si en algún dato yerro, discúlpenme de veras, si en alguna coordenada no soy del todo exacto, háganmelo saber. Sé que si en alguna expresión no me ciño a la realidad, rectificaré con gusto mi discurso que si el recuerdo no me falla, debería contar algo así:

El señor identificado con las iniciales A.G.M había sido hallado muerto en uno de los bancos metálicos del paseo oriental del parque Luxemburgo de París, junto al estanque de nenúfares que en primavera se convierten en espectáculo, cuando emergen a la superficie líquida y se convierten en peanas floridas de insectos. A ese mismo banco era al que al parecer acudía desde hace varias semanas A.G.M, siempre a la misma hora. Según los testigos a los que las autoridades pudieron entrevistar tras el hallazgo, el señor llegaba puntual, miraba presuroso hacia todos lados y se sentaba en el banco con un periódico en la mano, un arrugado diario que los más observadores jurarían que era siempre el mismo ejemplar. En realidad, aquel desventurado nunca lo leía; solo lo sostenía en el regazo y observaba a las personas que por allí paseaban como si esperara algo. De vez en cuando, abría el periódico siempre por la misma página, centraba su mirada en una pequeña sección y volvía a cerrarlo. Para el comisario de policía responsable del caso, este detalle estaba suponiendo un auténtico quebradero de cabeza ya que según sus últimas comparecencias ante los medios, creía firmemente que lo que fuera que fuese, constituía una pista esencial en la resolución de aquella muerte.

Pocos días tardó en filtrarse el resultado de la autopsia a la prensa. Los análisis forenses no dejaron ningún rastro de duda sobre las causas del fallecimiento de A.G.M. Envenenamiento. El forense concluyó que el organismo de aquel hombre había colapsado en un intervalo aproximado de ciento veinte segundos, el tiempo justo que tardó la cápsula mortal de cianuro en derramarse en el torrente sanguíneo y alcanzar el corazón, abocándolo a la inevitable parada súbita. A lo largo de los interrogatorios, nadie supo identificar a segundas personas que interaccionaran con A.G.M en el banco, ni atacándolo, ni conversando; nadie se sentó a su lado a lo largo de las semanas que lo vieron llegar al parque. Con todos esos testimonios que parecían consensuar una misma historia, se determinó que aquel extraño había ingerido por sí mismo el veneno hasta desembocar en el fatal desenlace.

Ciento veinte segundos. Resulta curioso que tan solo unos breves golpes del segundero nos separen de la vida y la muerte, eso sí, si aportamos a la situación la sustancia adecuada en dosis proporcionadas. Quizás A.G.M estaba al corriente de lo que hacía y sabía que la brevedad de un proceso tan delicado como letal le salvaría de sufrir una muerte horrible y dolorosa. En realidad, todo se reduce a la precisión de una micra, de un segundo, del cálculo de una partícula exacta que nos alivie de la idea y del terror paralizante que supone morir sufriendo.

Ciento veinte segundos. Aun no me repongo del asombro que me provoca descubrir lo poco que se necesita para que nuestro cuerpo eclosione y deje de existir. Parece que A.G.M estaba convencido de la fidelidad de las proporciones, de lo que es y debe ser, de la precisa realidad que se ofrece a través del mundo, de la palabra. Y por eso, se atrevió a hacer lo que venía leyendo desde hace semanas en aquel periódico atrasado. Sección de contactos. Allí había señalado con un círculo rojo un mensaje:

“Línea potente. Siempre disponible cómo quieras. Si sabes, tómatelo. Directa al corazón. Atrévete”.

Lástima que A.G.M no leyera la Fe de erratas que subsanaba el error de redacción de la sección de contactos ya publicada:

“Atrévete. Si sabes la línea directa, disponible. De corazón siempre potente, tómatelo cómo quieras”.

Todo es cuestión de precisión.

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2 comentarios

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Hola, Saray.
    Te diré que lo que más me ha sorprendido de tu texto ha sido la presentación inicial, un recurso inteligente y que has aprovechado bien. La descripción de la escena de la muerte del pobre y confundido A.G.M. también me gusta, por el comienzo tan descriptivo y luego tan trascendental, tan filosófico.
    PEro no termino de entender el anuncio, comprendo que errata da dos mensajes distintos, y entiendo que el pobre desdichado hiciera caso del primer mensaje, pero no termino de pillarle sentido al segundo, no en la historia, sino como anuncio breve en sí.
    Lo demás, como ya te he dicho, me ha pareciido original y bien contado. Enhorabuena

    Escrito el 1 abril 2014 a las 10:38
  2. 2. Emmeline Punkhurst dice:

    Hola Saray:
    Te suelo seguir en tus relatos porque me gusta tu estilo y cómo recreas atmósferas. En esta ocasión me ha ocurrido algo que Aurora describe en su comentario: no entiendo el final de tu historia. Me gustaría por favor que hicieras alguna aclaración al respecto porque me has dejado con mucha intriga.
    Un saludo

    Escrito el 1 abril 2014 a las 20:20

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