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Sintió paz - por Keeper Tom

El corretear de unos niños le despertó. Masculló un par de maldiciones y se sentó. Bostezó y barrió su alrededor con mirada somnolienta. Era de día y el sol había regresado. Una gruesa cortina de nubes invernales lo tuvo secuestrado por una semana, tiempo en el que sus rayos fueron sustituidos por lluvia, granizo y, durante los tres últimos días, nieve, mucha nieve. Se puso en pie, se llevó las manos a la zona lumbar y arqueó la espalda. Resopló con amargura al contemplar aquella idílica estampa.

No sabía qué día de la semana era, tampoco es que le importara; desde hacía años sólo estaban los días felices, en los que no había nadie en el parque, y los días amargos, como lo era éste. Miró hacia el banco, su banco, su hogar. Se sentó.

—Menuda mierda —soltó en voz baja.

Familias, muchas, todas disfrutando de la nieve, todas felices. Aquellas caritas acaloradas por el juego, casi ocultas por gorros de lana u orejeras, le produjeron un intenso pinchazo en el costado. Su hijo. Las sonrisas de los padres le cortaron el aliento. Su esposa, su familia. Sintió que no le cabían más lágrimas en los ojos, tragó saliva, no lloró. Malditos recuerdos, esos recuerdos que le perseguían, que le arrebataron la cordura y lo llevaron a la calle.

Frente a él pasaron un hombre joven, su mujer y su hijita, bien abrigados, con ropa bonita, felices. Miró su ropa. Tela andrajosa, poco menos que jirones. ¿Qué pasó con sus trajes? ¿Y con su vida? ¿Fue su culpa? ¿Lo fue? ¿Acaso los mató él? Estaba cansado de pensar, de vivir en un mar de remordimientos, quería dejar de ser. Apretó los labios y los párpados, agachó la cabeza con las manos en las sienes. Aquella imagen fue demasiado. Largas lágrimas resbalaron por sus sucias mejillas.

—Perdone, ¿está ocupado el asiento?

Se sobresaltó al escuchar aquella inesperada voz. Había pasado demasiado desde la última vez en que alguien se dirigió a él, de hecho, ¿cuánto tiempo llevaba sin hablarle nadie? La gente pasaba por su lado sin prestarle atención, como si no fuesen capaces de verle. Al principio le cabreaba, poco a poco fue acostumbrándose, ahora lo deseaba. No supo o no pudo responder. Aquel niño de pelo y traje negro, repeinado y de piel pálida, tomó asiento y se dispuso a leer el periódico que traía bajo el brazo. El vagabundo estaba confuso, en un principio, y escamado, después. Aquel pequeño tenía algo muy familiar, de hecho una idea… no, más bien una certeza comenzó a cobrar forma en su mente, aunque no llegaba a ella todavía. Fue a abrir la boca para preguntarle quién era, pero el niño levantó una mano.

—Un segundo —solicitó con la atención fija en su lectura.

No fue un segundo, desde luego, tardó algo más, pero el niño cumplió: cerró su periódico y lo dejó a un lado. Miró hacia el indigente, y este último sintió paz; sonrió después de mucho.

—El periódico es de hace veinte años —le dio un par de palmadas al diario—, y las noticias son las mismas que las de la edición de esta mañana —sonrió.

El vagabundo miró al papel con el ceño fruncido.

—¿Has dicho que es de hace veinte años?

—Claro, es más, se trata de la edición del día en que moriste.

Fueron varias las reacciones que se dieron lugar simultáneamente en la mente del indigente. Unas chocaban con otras, hasta que al final dos se sobrepusieron a las demás: aceptación y alivio.
El vagabundo, que parecía estar en paz consigo mismo, sin dolor ni remordimientos, asintió antes de ponerse en pie. Contempló su alrededor y luego al niño.

—¿Por qué has tardado tanto en recogerme?

—Porque aún no querías marcharte.

—¿Qué ha cambiado para que estés aquí?

—Pues —plantó los pies en el suelo, se aproximó al mendigo y le cogió la mano—, eso sólo lo sabes tú. Yo me limito a recogerte, el motivo por el que soy reclamado lo desconozco. ¿Vamos?

—Una cosa más, ¿por qué te pareces tanto a mi hijo?

—Supongo que, simplemente, ves en mí aquello que más quisiste en vida.

El mendigo sonrió y ambos desaparecieron.

Aquel día algo cambió en el parque, apareció un banco, no uno nuevo ni bien cuidado, un viejo banco. Estaba en mal estado, como si nadie lo hubiese cuidado, como si nadie lo hubiera visto en veinte años.

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3 comentarios

  1. 1. forvetor dice:

    felicidades Tom (perdona que me ahorre el título)
    el mejor relato que te leo desde que ando por estos lares. lo comparo mentalmente con aquel primero que leí (el del MMORPG futurista con un pnj paralizado) y el resultado es brutalmente positivo. has mejorado muchísimo.

    la historia no es el colmo de la originalidad pero el tono melancólico está muy conseguido, llega. me gusta mucho el párrafo final.

    hay alguna frase que encuentro algo “pesada”. como por ejemplo: “Fueron varias las reacciones que se dieron lugar simultáneamente en la mente del indigente”, las tres últimas palabras hacen eco… la podrías sintetizar para que uno no tropiece con ella en esa parte tan emocionante del texto.

    sorprendido gratamente me hallo 😉
    un trabajo estupendo!
    un saludo, nos leemos!
    Sergio Mesa / forvetor
    http://miesquinadelring.com/

    Escrito el 28 marzo 2014 a las 18:44
  2. 2. Peter Walley dice:

    Está muy bien contado, consigues que nos identifiquemos por completo con el protagonista. Bien hecho.

    Escrito el 30 marzo 2014 a las 16:24
  3. 3. Servio Flores dice:

    Pedazo de cuento! De verdad me ha gustado, lo va llevando a uno hasta un final sin cabos sueltos.
    Felicidades

    Escrito el 7 abril 2014 a las 21:03

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