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Sentido Figurado - por Filias

Don Alonso Buendía era un hombre cabal y mesurado, que se sentía seguro y cómodo entre las leyes y normas establecidas. Tenía además algunas máximas que regían su rígida rutina diaria y a las que seguía con devoción. Una de ellas decía que, para conocer el estado del mundo, era necesaria la lectura y relectura del periódico porque es el reflejo directo de la realidad.

Por eso aquella mañana, sentado en el banco de madera, su mirada corría incrédula de un lado al otro del parque, y de allí sus ojos se posaban casi a cada minuto sobre las páginas del periódico del día anterior que mantenía abierto sobre sus piernas y del que pasaba las páginas con avidez leyendo una y otra vez los titulares de las noticias. «De locos. Esto es de locos», pensaba, «si esto fuera real, debería ser noticia, debería estar escrito por aquí, en algún lugar» razonaba mientras cerraba los ojos y tomaba aire.

Y es que así, sin previo aviso, de la noche a la mañana, el mundo que él conocía había cambiado. Se había mudado al sentido literal sin contemplaciones. «Quizás eso explique el extraño proceder de los paseantes», especuló Don Alonso, pensando en los muchachos que habían cruzado el parque hacía escasos minutos y de cuya conversación pudo deducir que se dirigían al domicilio de uno de ellos, sito en el quinto pino. Y efectivamente, contando desde el banco en el que estaba sentado el desconcertado señor Buendia, el quinto era el árbol al que estaban intentando trepar los dos jóvenes.

También eso explicaría el comportamiento de una mujer que, con pies de plomo, caminaba a paso lento, lentísimo, atravesando la arboleda camino del mercado. Y el de otro caballero, un elegante señor trajeado a quien no pudo ver el rostro debido a la niebla, ya que tenía la cabeza en las nubes. Que el mundo hubiese cambiado sus normas sería también la respuesta lógica a la escena que se había desarrollado ante sus ojos a tan sólo a unos metros de distancia, en donde un distinguido caballero le ofrecía a un ladronzuelo su cartera de cuero sobre una bandeja de plata.

Horas después, Don Alonso Buendía, el hombre cabal y mesurado que todos conocían saludó atónito y asombrado pero con la cortesía que le caracterizaba al joven que se había sentado a su lado en el banco de madera, y que lucía en la cuenca de sus ojos como platos la filigrana delicada de la Cartuja de Sevilla. Para cuando llegó la ambulancia y aquel muchacho les dio a leer el texto que había escrito aquel hombre con exquisita caligrafía en la tarjeta de visita y que rezaba: D. Alonso Buendía Osta «No doy crédito. Ni tampoco fío», el pobre hombre se reía como un demente, sin ton ni son, mientras murmuraba algo ininteligible acerca de un tornillo que había perdido.

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4 comentarios

  1. Me perdí de algo… y creo que ese algo fue un regionalismo. Por lo demás, lo de que el mundo se vuelva literal sí sería una pesadilla. Tal vez le faltó un poco al relato, pero esa idea me gusta.
    Ya lo curarán en una ferretería. 😛

    Escrito el 29 marzo 2014 a las 02:57
  2. 2. Cibeles dice:

    A mí me pareció brillante, es muy divertido!

    Escrito el 30 marzo 2014 a las 04:38
  3. 3. Aurora Losa dice:

    ¡Qué gran ejercicio del absurdo! Me uno a Cibeles: Brillante. Un grandísimo relato, con una comicidad difícil de lograr por casualidad.
    Me quito el sombrero.
    Enhorabuena.

    Escrito el 1 abril 2014 a las 10:42
  4. 4. José Torma dice:

    Yo comente tu texto y me gusto mucho.

    Felicidades

    Escrito el 1 abril 2014 a las 17:28

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