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El infortunado más famoso del mundo. - por Sweethazelnut.

Bendito día en el parque. Demasiado verde para mí. Cuatro días sin bañarme y soy feliz. Cada palabra que corretea hasta mi oído, es basura compactada en audición. Sí, lo sé, yo arruiné todo, pero no era mi intención y, creo yo, eso cuenta mucho más que cualquier cosa que yo le hubiera hecho a la empresa. “Mega corporación cae por negligencia de un empleado”, se leía en el periódico de hoy.

¡Bah! Pura patraña sobre cómo engañé a los propietarios de la empresa. Estúpidos magnates sin sentido. ¡Jamás en mi vida había sido mi intención tirarles el imperio con un sólo error! Un pequeño y gran error.

Vaya cielo azul, no veía uno así desde la última vez que visité un parque. Tienen algo especial para mí. Tal vez son aquellos árboles asquerosamente frondosos los que dan marco perfecto a cualquiera de mis fracasos. Tal vez sean esas avecillas que entre cancioncillas melosas me indican que cualquier decisión considerada o a considerar en mi vida, terminará mal, siempre lo hace. ¿Por qué diablos siempre lo hace? Tal vez sean las nubes o el aire… o ese señor con traje elegante que se acerca a mí sin mirarme siquiera.

Como si fuera nada más que aire, se sienta junto a mí con el periódico en las manos. ¡Mi foto en la portada!, además del horrible titular. Bueno al menos todos esos chicos que se reían de mí en la secundaria, sabrán que fui importante, y seré famoso por un momento. Sí, lo seré. Apareceré en el televisor como el Contador más estúpido de la historia que hizo que la empresa Mardoua Incorporated se fuera a la banca rota de la manera más patética que se había visto en la historia.

No había sido mi culpa. El señor Mardoua es demasiado confiado. No digo que no debiera confiar en mí, pero confiar toda una corporación a un sólo y mísero empleado. Es como darle las llaves de un castillo a un solo peón. “Inepto desde el primer día”, leí de reojo del periódico del hombre. ¿Desde el primer día? ¡Basura! Si me habían prometido el cielo y las estrellas cuando entregué mi primer informe. Si el señor Mardoua estaba considerándome como posible socio de la empresa, ¿cómo alguien, supuestamente inepto desde el primer día, iba a ser considerado para tal cosa.

¡No lo podía creer! “El señor Mardoua dice no haber estado al corriente del trabajo deficiente de su empleado”. ¡PERO SI YO LE ADVERTÍ! Le dije que era demasiada carga sobre mis hombros, que no debía colocar todo de un lado de la balsa porque tarde o temprano se hundiría, pero nunca me escuchó. Asqueroso magnate… bueno, ya no tan magnate. A éstas alturas pronto estaremos sentados en ésta banca de parque, juntos, con cuatro día sin asearnos y con el estómago más que vacío.

¡Auch! No esperaba que un feo papalote rosa me golpeara la cabeza de repente. — ¡Lo siento, señor!—gritó un niño que sostenía la cuerda a lo lejos. —Aléjate, Jimmy, es un vagabundo, no le hables.—lo reprendió su madre y jaló la cuerda del papalote para acercarlo a ellos, como si el artefacto hubiera caído en un charco de lodo asqueroso. Increíble. Yo que daba discursos en escuelas sobre la manera de ser “exitoso”.

Pero me escucharán en los radios… Mi nombre viajará a velocidad inimaginable hacia lo oídos de las personas que me decía: ¡Vaya, James, hasta que lo lograste! ¡Encontraste un trabajo importante! ¡Y en la mejor compañía del país! Ironía. El hombre del traje se levanta y me da unas monedas antes de dirigirme una sonrisa compasiva e irse con su periódico. ¡No lea mentiras, señor! ¡Bah! ¿Qué más da?

Al levantarme y caminar por el sendero empedrado que recorría todo el parque, vi a un chico que acababa de comprar su periódico de hoy. Sin pensarlo me acerqué, le arrebaté la página principal y la tiré al bote de basura. — ¡Mi periódico!—me gritó desde lejos. No importa ya.

Me acosté en el pasto y traté de librarme de mis pensamientos, pero al tiempo que las ideas se escapaban lentamente y alcanzaban a la suave brisa del lugar, sentí cómo algo tibio me recorría la pierna izquierda… ¿Era paz? No. ¿Era la inocencia de un error no cometido? No.
Abrí mis ojos lentamente y con lo que me topé, fue con un chihuahua orinando mi pierna, ¡Ya no importa! De todos modos, soy el infortunado más famoso del mundo.

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1 comentario

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Ja,ja,ja.
    Sé que no debería reirme de la desgracia ajena, pero es que has logrado darle un matiz que no puede provocarme otra cosa, es una resignación bienhumorada la de tu protagonista.
    El discurso está muy logrado, no se pierde el hilo, no hay información superflua o mal ubicada. Me encanta.
    Enhorabuena.

    Escrito el 4 abril 2014 a las 11:51

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