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Todo es cuestión de empezar. - por Bárbara

Las reuniones se hacían dos veces por semana, el grupo estaba compuesto por cuatro muchachos. Había sido el último en incorporarme.
En una oportunidad en que coincidimos en una camina por el parque, oí el nombre de “Asociación Napolitano”, y pregunté de qué iba la misma, pensando que sería una banda musical. Ellos me habían observado y les debí parecer atractivo para ocupar el cuarto lugar de la cofradía.
Si quieres ingresar te esperamos el miércoles, a las diecinueve horas, en este mismo parque, te explicaremos como funciona y comienzas a formar parte de nosotros, me dijo quien parecía ser el jefe.
Hacía poco tiempo que había llegado a la ciudad, harto de vivir en la pesadilla del pueblo apoyado a un costado de la carretera provincial diecinueve. Un conocido dejó que me alojara en su departamento. Me entregó la llave y me dijo: Pórtate bien porque esto lo paga mi viejo.
Buscaba donde hospedarme, pero no tenía dinero. Mis padres nunca se ocuparon de darme lo necesario; estaban sin trabajo y tenían otros hijos más pequeños.
El día convenido y en el sitio establecido me presenté, vestido con lo mejor que tenía.
Me saludaron amablemente y después de caminar varias calles entre la arboleda, llegamos a una casona que parecía ser el lugar donde los jardineros guardaban sus herramientas de limpieza y mantenimiento. En un reducto pequeño con un ventanuco sin postigos enmarcado en lo alto de la pared y una puerta desvencijada, se realizó la reunión, previo a la cual se coreó con tono bajo un himno libertino. (Un blues)
Había en el suelo junto a trastos que debieron utilizar hacía ya un tiempo los empleados del parque, algunos objetos de los más variados que no estaban ocultos bajo el manto de polvo, porque según me dijeron, era el producto del asalto de la noche anterior, que se repartieron entre ellos para reducirlo. Entre la basura que lo rodeaba todo, se alcanzaba a ver un periódico atrasado, doblado en dos, resaltado un artículo con bolígrafo rojo, donde se mencionaba a la banda del Napolitano.
A partir de allí, las conversaciones, los planes y el modus operandi, se hablaron mientras permanecíamos sentados al borde del lago. Generalmente me distraía al mirar los patos nadando con soltura y amucharse si aparecía un alimento flotando.
En una oportunidad en que pude meter basa en la conferencia, dejé entrever que tenía un dato que podría ser interesante. Pensando en la señora del “A”, vecina al departamento en que viví de prestado. Estando allí observé cuando le abría la puerta al delivery y le entregaba abundante propina.
El “Napo” estaba excitado con el golpe que estaban planeando, tenía un plano en el bolsillo que nos mostró, y nos designó para ocupar cada cual un papel en el asalto.
Traduje mentalmente la parafernalia ilustración del atraco, y a mi entender no se tuvo en cuenta ningún factor de riesgo, ni calculo de probabilidad y menos aún una estrategia si las cosas no salían como estaban planeadas.
Entonces vino a mí, la clarividencia, lo que ellos no habían escuchado. Fue como un eructo mental, que se dibujó panorámicamente de como accionaría, bajo ninguna orden que no elaborara personalmente, teniendo en cuenta los conocimientos del sitio y la presunción de que podría encontrar dinero en efectivo, sin usar fuerza, ni violencia, de modo de alivianar la pena si no salíera bien.
Terminaba el otoño y el frío se sentía, pensé en abrigarme con una chaqueta donde cubriría lo necesario para cometer el hurto. Sabía como ingresar, a que hora hacerlo, y utilizaría las llaves, del departamento donde ya no vivía, pero no había entregado. Me imagine a la señora del “A” cómodamente sentada en una poltrona, en frente al televisor, que siempre lo tenía con el volumen alto. Le taparía la boca con una cinta engomada para que sus gritos no llamaran la atención de nadie y el producido del atraco sería sólo para mí.
De repente unos toques sobre el hombro me volvieron a la realidad y "Napo" depositaba en mi mano el plano que indicaba donde debía realizar mi faena y envuelto en un paño sucio, lo que al tacto me pareció, un revolver.
Cada cuál tomo por distintos senderos. Antes de abandonar el sitio, para ingresar a la ciudad, debajo de un arbusto oculté el arma junto al croquis y seguí caminando por el parque pensando que ya no volvería a él.

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