Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Las joyas de la Corona - por David811

Aquella noche vimos pasar en su Vespino a toda pastilla a mi amigo Juan con la cara pálida, blanca como una pared pintada de cal, los ojos fuera de su rostro y la boca abierta desencajada y casi desvestido.

El grupo de amigos de él que estábamos en la terraza del bar tomando algo nos miramos unos segundo como preguntándonos si todos habíamos visto lo mismo. De seguido un coche a gran velocidad seguía la moto, en él iba Lorena, la novia de Juan con cara de terror. Por suerte eran pasados unos minutos de la media noche y no había tráfico. De lo contrario se hubiese mascado la tragedia.

Soltamos nuestras copas, nos levantamos deprisa y nos fuimos a por el coche para seguirles. Subimos los cuatro al coche de Ernesto, un coche pequeño rojo heredado de su padre, tenía unos 20 años y funcionaba muy bien pero no tenía potencia como para hacer chirriar las ruedas como en las películas de acción cuando siguen a alguien. Eso sumado a que Ernesto es un tipo que conduce muy lento, pero que muy lento, hizo frenar la acción del momento casi a modo pausa. Si alguien nos estaba viendo vería a cuatro tíos en el interior de un coche a diferentes velocidades cada uno. Modo cámara súper-lenta que sería Ernesto, modo velocidad normal que sería yo y modo velocidad por cuatro, que serían José y Emilio por diferentes motivos cada uno.

Emilio que por su gran corpulencia trabaja como guardaespaldas, siempre se pone muy nervioso ante situaciones de estrés, por sorprendente que parezca, creo que es algo necesario en un trabajo como el suyo. José que se toma a humor todo, picando siempre a los demás en cualquier situación e inventando todo tipo de historias inverosímiles en tono de burla.
Y después estoy yo, me tomo todo con tranquilidad, mi lema en la vida es “lo que ha de ser, será” así que para que correr si de todas formas algo va a suceder si o si.

Como iba diciendo, cuando el coche ya se puso en marcha fuimos siguiendo el de Lorena a gran distancia, un coche pequeño de la misma marca que el de Ernesto pero más moderno y de color blanco. Ella iría a más de cien, nosotros a cincuenta. La vimos saltarse un par semáforos en rojo, un stop y saltarse una línea continua. Nosotros solo el stop y la línea continua, los semáforos estaban ya en verde cuando nos tocaba pasar. Ventajas de ir tan lentos.

Vimos sus vehículos estacionados en la entrada a urgencias del hospital, paramos y entramos los cuatro. Una vez dentro del hospital vimos a Lorena en un box con un grupo de médicos hablando muy nerviosa. Cuando llegamos a su altura y nos vio se sorprendió de que estuviésemos allí, después nos dio un abrazo y cuando se calmó un poco nos contó lo que le sucedía a Juan.

Por lo visto ese día celebraban sus seis meses como novios y para tal fecha Juan decidió dar una sorpresa a su chica invitándola a una velada romántica con cena y habitación en un Castillo que hay en la ciudad, habilitado como hotel desde hacía unos años. Después de cenar se fueron a la habitación para “tomar el postre” dicho con finura para referirme a los juegos de pareja. Lorena le tenía una sorpresa, que no es muy difícil de imaginar. Es aquí cuando sucedió la tragedia.

Era tal las ganas y pasión de “comer postre” por parte de ambos que en una mala sincronización de sus movimientos, Juan sufrió un traumatismo severo propiciado por una fuerte patada de Lorena en las “joyas de la corona”. Sus pedruscos se pusieron en cuestión de segundos en un tono negro y muy hinchados, algo nada halagüeño. Con gran miedo y dolor salió corriendo como pudo de la habitación, dejando atrás a Lorena, apenas vestido y gritando hasta coger la moto para emprender viaje tan rápido como su Vespino le pudiera llevar.

Por suerte todo quedó en un susto y cuando salió del hospital le pidió a su novia que le prometiera que se acabó el juego. No sabemos que juego o juegos hacían esos dos tortolitos, lo que sí sabemos es que él no paró de llorar y de decir a los médicos hasta que le anestesiaron para no oírle más que no quería quedarse impotente que era muy joven, que no le cortaran nada, que quería a sus dos… igual que antes.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

3 comentarios

  1. 1. Vicente Pacheco Gallego dice:

    Hola David, fui uno de los afortunados en poder comentar tu texto. Está muy bien desenvuelto y muy bien escrito. En esta nueva lectura se aprecia más la manera de ser de cada persona y es un texto ágil.

    Enhorabuena y sigue adelante.

    Escrito el 28 abril 2014 a las 14:48
  2. 2. Chiripa dice:

    David,
    Me hicistereir a carcajadas, porque no me esperaba ese desenlace.
    Es un relato facil de leer y en el que creas un suspenso inaudito con la persecusión de los vehículos.
    Un tono de humor es claro, aunque lo desarrollas con sutileza.
    Felicitaciones

    Escrito el 29 abril 2014 a las 02:34
  3. 3. Adella Brac dice:

    Dejando al margen algunas pequeñas erratas, me ha parecido divertido y fresco 🙂
    Un saludo.

    Escrito el 29 abril 2014 a las 19:45

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.