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Juego de niños - por memoa

El autor/a de este texto es menor de edad

Corría por pasillos sintiendo la tela de la improvisada armadura ceñirse a su pequeño cuerpo. Con un rudimentario palo de madera, a modo de espada, imaginaba que era un valeroso caballero, enamorado perdidamente de alguna delicada princesa, que había sido secuestrada por un terrible villano o un horrible monstruo. Sin dudarlo un instante, se había hecho con su armamento y había emprendido la búsqueda de su amada para liberarla del cautiverio al que estaba sometida en algún recóndito lugar del reino.

Había buscado en todos y cada uno de los rincones del enorme castillo, revolviendo estancias enteras e incluso había derribado a alguno de los soldados que se habían atrevido a entrometerse en su camino. Su espada había hecho imposibles filigranas para derrotarlos y ninguno de ellos había podido darle caza ni impedirle continuar con la misión de rescate de la princesa.

Nada más recibir las noticias del desafortunado secuestro, se había propuesto encontrarla y llevarla de vuelta a la corte sana y salva. Allí, como agradecimiento al servicio prestado, el rey le casaría con la bella princesa, de la que llevaba perdidamente enamorado desde que apenas era un niño.

Avanzó veloz por el pasillo de la fortaleza sin mirar atrás y no se paró en seco hasta que sintió cómo el aliento de una temible criatura llegaba hasta sus fosas nasales. Se detuvo unos instantes y se esforzó por descubrir algún indicio de la presencia del monstruo. Sin embargo, no lo hizo falta alguna, pues un rugido inundó sus oídos y amenazó con obligarle a cubrir sus orejas, quedando así desprotegido. Dedujo que procedía de la escalera que conducía a la torre más alta del castillo, donde, a buen seguro, se encontrarían el monstruo y la princesa cautiva.

Se aseguró de que tenía el yelmo bien ajustado y se dispuso a subir la escalinata, lleno de valentía. El ascenso a la almena fue complicado y peligroso, y culminó en una reñida lucha plagada de ágiles movimientos de espada y llamaradas del dragón guardián. El valeroso caballero consiguió esquivar el fuego que acababa de expulsar la boca del dragón para luego esconderse tras unos escombros de piedra, caídos durante la batalla. Recorrió el camino de bloques derrumbados en un intento por flanquear a la criatura, que protegía una gran llave dorada la cual, con toda probabilidad, abriría la puerta del calabozo donde estaba recluida la princesa.

Se apostó en la última roca y esperó a que el monstruo se encontrase desprevenido. Su oportunidad no tardó en llegar y, con un movimiento rápido, salió de detrás de las piedras y clavó su espada en el vientre del dragón, que comenzó a expulsar sangre de un misterioso color.

Se disponía a recuperar a su fiel compañera de aventuras cuando un grito la devolvió de nuevo a la realidad.

—¡Se acabó el juego! —gritó su madre, que acababa de interceptarla en mitad del pasillo—. ¡Ya está bien de andar siempre jugando a los caballeros! Te tengo dicho mil veces que esas cosas son de niños y que deberías comportarte como las niñas. La muñeca que te regaló la abuela sigue sin estrenar, no sé a qué esperas.

—Pero mamá, a mí me gusta…

—No hay “peros” que valgan. No sé de dónde has sacado esa manía de jugar a las aventuras.

La niña escuchó atentamente las palabras de su madre. No era la primera vez que se ganaba una regañina por jugar a caballeros y dragones, como tampoco era la primera vez que desobedecía las indicaciones de su madre al respecto.

—Ahora —finalizó su madre mientras la obligaba a entregarle la espada y armadura caseras—, ve a tu cuarto y aprovecha el tiempo en algo más apropiado.

Obedeció a su madre y regresó a su habitación, donde abrió la puerta del armario y sacó la muñeca que su abuela le había regalado por su cumpleaños el mes anterior. Arrancó el cartón de la caja, dejó el juguete encima de la cama y abrió la mochila del colegio para coger el último libro que había sacado de la biblioteca de la escuela. Adoraba leer libros de aventuras casi tanto como fingir que era ella la protagonista de las mismas.

Se acomodó en la cama, con la muñeca a mano por si su madre irrumpía en su dormitorio, y dejó que la magia escondida en las páginas del libro la absorbiera por completo. Definitivamente, jamás entendería por qué aquello era sólo un juego de niños.

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2 comentarios

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Encantada de haber podido echar un ojo a tu alegato en favor de la consideración de los juegos como algo “unisex” y por el modo en que has escrito toda la aventura de la niña. Pero te quiero dar la enhorabuena especialmente por habernos ocultado el sexo del jugador tah hábilmente, refuerza la idea que quieres transmitir, y por lo realista de su vivencia.
    Da gusto saber que hay talentos como el tuyo y tan jóvenes, con todo el tiempo del mundo para mejorar pero con materia prima para llegar a buen puerto.
    Con respecto a la estructura, ortografía y puntuación no puedo alegar nada porque no tiene fallo alguno.
    Puedes estar orgullos@ de tu trabajo, sigue así.

    Escrito el 1 mayo 2014 a las 19:10
  2. 2. memoa dice:

    Muchísimas gracias, Aurora, por el comentario.

    Me alegra mucho que te gustara la idea que quería transmitir con la historia, ya que, como dices, existe cierta intención de considerar los juegos como algo unisex.

    Es cierto que escribimos por el gusto de hacerlo, pero la verdad es que palabras como las tuyas nunca sobran y nos animan como autores.

    Muchas gracias, una vez más, por tu amable comentario y por haberte tomado el tiempo necesario para leer el relato. Un saludo 🙂

    Escrito el 3 mayo 2014 a las 19:33

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