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Raco, El Tufo del Diablo - por Alonso García-Risso

Web: http://garcia-risso.blogspot.com

A finales del Otoño los arrieros guiaban las reses a la veranada en la alta Cordillera de Los Andes. Las paredes del cañón que conducían las gélidas aguas del Clarillo, formaban un estrecho sendero al paso de animales y baqueanos. Hacía dos horas que habían dejado atrás el camino que los traía por la ribera Sur del Maipo y quedaba aún mucho por avanzar; cuando un viento caliente comenzó a soplar trastocando el rígido entorno pre-invernal, en un verano insólito.
—¡El tufo del Diablo, el Raco, el Racooo! —gritó Juan Melgarejo en la vanguardia, alertando a la cuadrilla. Muchos se persignaron, luego exigieron el tranco a las bestias, para hacerle el quite a la crecida de las aguas y los deslizamientos.

—¡Comenzamos la jornada con la pata izquierda! —se escuchó decir a un arriero entre la polvareda, los mugidos y sonajera de cascajos pisoteados. Juan Melgarejo, osado y aventurero, desde cabro chico lo habían bautizado: "El Pate Cristo", sin llegar a saberse de dónde habían sacado ese raro apodo. En plena jineteada "El Pate Cristo" vivía toda una odisea para sus adentros: «Este sendero lo recorrió el mentado Rodríguez. Tiene que haber una pasada al otro lado de la cordillera. A lo mejor es cierto esa historia antigua, sobre la ciudad dorada y el castillo clavado en la roca, donde señorea un caballero que es el mismísimo Diablo, el que pone a prueba a los intrusos, desafiándolos a un juego de adivinaciones. ¡Pobre del perdedor!, porque lo que está en juego es la propia alma» —Arriba en las alturas del cañón, el sol dibujaba una marca espectral en la pared vertical que daba al poniente. La cuadrilla supo que era media mañana. Estaban cerca, los animales olían en el aire los vahos de las hierbas y aceleraron la marcha. La explanada se abrió espléndida, surcada por los destellos solares arrancados a los cursos del agua, entre los que se asomaba, verde, la vegetación.
La cuadrilla dejó pastar los animales y estableció un campamento en una altura protegida por una saliente profunda en la roca, desde donde podrían vigilar las reses.
El Pate Cristo, no bien comió un trozo de carne asada con verduras sancochadas, cargó al hombro el morral en el que guardaba una provisión de chocolate, charqui y aguardiente; y, las emprendió a pie hacia los catedrales que se alzaban desafiantes al oriente del campamento. A media tarde se internó por un angosto desfiladero en el que encontró, como una señal, restos de guano y huellas de herrajes y en algunas salientes rocosas halló pelos. A medida que se internaba más y más, su interés iba en aumento. Le pareció oler el humo de un fogón; pero luego se desvaneció, hasta que lo volvió a percibir con mayor nitidez. Escuchó el sonido apagado de voces castellanas que resonaban en las paredes del callejón rocoso. Siguió con mayor ahínco, alentado por sus hallazgos. A no mucho andar, el desfiladero torció el rumbo a la izquierda perdiéndose la huella. Sin embargo, un camino de suave pendiente descendía y remataba en una planicie iluminada por luz de origen incierto, semejante a la claridad diurna.
Pate Cristo contempló absorto el dantesco espectáculo ante sus ojos. Allí estaba el castillo y a su espalda, la ciudad con sus techumbres y paredes doradas. El contorno estaba amurallado y la única vía de acceso era a través del puente levadizo que cruzaba un imponente foso.
El intrépido Pate Cristo no salía de su asombro cuando vio como se acercaba un personaje bizarro con aires de autoridad, que le indicó seguirlo al interior del castillo. Una vez adentro, en una pequeña plazuela, el personaje lo emplazó, diciéndole:

—Malazo nombre, el que te pusieron. No sabes cómo se me atraviesa en la garganta, tanto que no puedo, ni pronunciarlo. Debes saber que a los que aquí llegan, les pongo un desafío en el que se juegan el alma. —Le brillaron los ojos-fuego con el resplandor que dan algunas maderas del monte, entre rojo y verde intenso. Siguió, mordiéndose de rabia y escupiendo las palabras:
—Te estay salvando cabro; pues el ritual del juego, que es ineludible; exige nombrar, debidamente, al jugador. No puedo nombrarte como te nombran todos; y, en consecuencia declaro: "Se acabó el juego" —Luego, sentencioso, dijo:
—Ándate derechito p'tu casa; y, date por satisfecho, que de ésta, no contai otra…

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5 comentarios

  1. 1. Miranda dice:

    Hola Alonso:
    Soy una de las personas que te comento en privado, como te decía en el comentario, me gustaría saber que significaba exactamente: “luego exigieron el tranco a las bestias, para hacerle el quite a la crecida de las aguas y los deslizamientos”. Yo lo he interpretado como que encerraron a los animales para evitar los peligros de la crecida y los deslizamientos. Pero ¿a quien se lo exigieron?.
    Saludos, nos leemos.

    Espero que lo comentes aquí, así lo leeré

    Escrito el 28 abril 2014 a las 17:22
  2. 2. forvetor dice:

    wenas,
    yo también fui uno de los comentaristas y me paso para refelicitarte por el relato. me gustó mucho el tono de cuento popular.
    Miranda yo en esa frase entendí que le metían prisa (“tranco” es un paso largo, apresurado) a las reses que estaban llevando para evitar las crecidas y los deslizamientos del pre-invierno… pero vamos, que se manifieste el autor 😉
    un saludo a los dos, nos leemos!
    Sergio Mesa / forvetor
    http://miesquinadelring.com/
    pd. por cierto, por tronco este mes mi relato quedó fuera del taller si os apetece leerlo está en mi blog. se llama “Las piedras no” 😉

    Escrito el 28 abril 2014 a las 17:49
  3. 3. Alonso García-Risso dice:

    Saludos Miranda: Es un agrado conocerte y hacerte llegar mis disculpas por las complicaciones que engendró mi texto: 1.-“exigir el tranco” se usa en sentido de “apurar o acelerar” la marcha del ganado. 2.- “el mentado Rodriguez” se refiere a Manuel Rodriguez héroe de la independencia de Chile. 3.- “los catedrales” es un término usado por andinistas y refieren a imponentes formaciones rocosas o frontis cordilleranos. 4.- “saliente profunda” es parte del léxico local y se usa para indicar un refugio seguro en la alta cordillera, a resguardo de la lluvia, el viento y la nieve.
    Me pesó mucho las 750 palabras, que no me dejó espacio para texto y glosario. Quise hacer recortes; pero se me perdía la historia. Un último alcance, el ambiente y lenguaje corresponden a Chile, zona central y alta cordillera.

    Escrito el 29 abril 2014 a las 23:43
  4. 4. Alonso García-Risso dice:

    Saludos Sergio: Como ya se lo hice saber a Miranda es un agrado conocerte y agradecer tus críticas.
    El trabajo sobre El Raco, es una amalgama de experiencias personales obtenidas del contacto directo con la naturaleza. Ocasionalmente he vivido en alguna ciudad, casi siempre ha sido en el campo.
    Al “Pate Cristo”, lo conocí hace unos años, y con franqueza jamás averigüé de dónde había salido ese apodo, él tampoco lo sabía. Por aquí, vale más el apodo que el propio nombre.

    Escrito el 30 abril 2014 a las 00:01
  5. 5. Aurora Losa dice:

    Voy a empezar con lo único que tengo que decirte a mejorar y luego me desahogo. En los primeros párrafos yo intentaría usar algún punto y aparte más, harían la lectura más fluida, y teniendo en cuenta el vocabulario, sería más comprensible. Y ahora, como te he dicho, me desahogo: ENHORABUENA por la historia y por la forma de contarla, ya desde el inicio nos enganchas con el grito del arriero, creando una especie de ansiedad en el lector. Y luego el final, con el demonio incapaz de pronunciar su nombre y la advertencia.
    Es un gran trabajo que me ha enamorado por su estilo y por la forma de llevarnos a través de él.
    Repito, mi más sincera ENHORABUENA

    Escrito el 30 abril 2014 a las 10:20

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