Juego de niños - por Libres de Lectura

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El verde soldado, quieto en una de las torres de aquel castillo arenoso, se enfrentaba a aquel musculado combatiente que a modo de vestimenta no llevaba más que una prenda que cubría sus partes íntimas. El soldado, con cuerpo y ropas del mismo color, sentía en su estómago un angustioso sentimiento de terror. Su contrincante era mucho mayor que él, más fuerte y sus movimientos eran muchos más ágiles.

El pobre soldado, además de ser más pequeño, tenía los pies sujetos a una especie de superficie plana que impedía que los pudiera mover y es por ello que tenía aquella forma tan extraña de caminar.

El luchador cada vez se acercaba más, sin armas, únicamente apretando sus puños y con la seguridad de destrozar a aquel soldado tembloroso incapaz en esos momentos de usar el rifle que sujetaban sus manos.

Al luchador no le hacía falta caminar, saltaba por encima de las torres del castillo y hasta parecía volar, nada tenía sentido. El soldado en cambio, estaba allí quieto, a la espera de aquel personaje que se acercaba a él. Comenzó a pensar en su pasado, pero no tenía. Comenzó a preguntarse qué hacía ahí, pero no lo sabía.

Cuando no le quedó otro remedio que cerrar los ojos y esperarse lo peor oyó una voz a lo lejos, como de un ser superior, pronunciar las siguientes palabras salvadoras: “Se acabó el juego”.

Joaquín cogió a su hijo y se lo llevó al agua para quitarle toda la arena que se le había unido a su delicado cuerpo jugando con sus muñecos sobre aquel castillo de arena que habían construido algunas horas atrás.

El niño, antes de entrar en el agua, dejó caer sobre la orilla a sus dos muñecos preferidos: aquel soldado de color verde que sujetaba un rifle en sus manos y el muñeco de lucha libre que movía los brazos al apretarle las piernas.

Los dos se miraron cara a cara tumbados sobre la arena. El soldado suspiró. Pero sabía que esa lucha no había terminado.