Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

El amor de un juguete - por William Hudson

El autor/a de este texto es menor de edad

Siempre fui demasiado pretencioso, intentando buscar lo que, en realidad, nunca encontraría. Vaya a saber uno por qué. Si alguien supiera la cantidad, y la clase, de muñecas con las que estuve se moriría de la envidia, y con mucha razón. Yo sabía que, tanto mi sonrisa como mi mirada, eran debilidades muy difíciles de resistir. Tenía, naturalmente, un físico atlético impecable que hacía que cualquier cosa que me pusiera me quedara bien aunque, habitualmente, lucía displicentemente una camisa hawaiana, un short y unas ojotas amarillentas. No dejaba títere con cabeza. Pero, a pesar de todo, yo seguía insatisfecho porque mi incansable búsqueda no había dado los frutos que esperaba recibir, sentía que me faltaba algo más.

Fue así que empecé a cerrarle las puertas al amor. Prefería estar solo, a mal acompañado. Lenta y progresivamente me fui resignando, hasta que el destino me hizo dar con algo que creía inexistente, hasta ese entonces. Fue de inmediato; <<A primera vista>>, como dicen algunos. <<Es para mí>>, pensé. Era preciosa. Llevaba puesto, por lo general, un vestido largo y rosado que le descubría una de sus delgadas y magnificas piernas. Su cabello, largo y siempre bien cuidado, era rubio, con un largo mechón que le tapaba, levemente, el ojo izquierdo. Su figura y su rostro eran perfectos, como si se tratara de una de esas princesas de cuento de hadas. Y sus ojos (como olvidarse de ellos), claros y azules como el mar, no se quedaban atrás, cualquiera podía perderse fácilmente frente a tanta belleza. Sin embargo, al principio, me resistí a sus encantos, aunque reconozco que no fue tarea fácil. Es que no entendía cómo lo que había anhelado desde hace tanto tiempo, ahora se me presentara de una manera tan repentina e increíble. ¿Es que acaso estaba equivocado? ¿Me había estado intentado escapar inconscientemente? ¿Era el amor el que me tenía que encontrar a mí, en realidad? Quizás, sólo era un sueño o una extraña fantasía pero, para mí, era tan real.

Dicen que los recuerdos dejan sus huellas. Particularmente, nunca olvidaré aquel terrible partido de ajedrez que presencié, a la distancia. Recuerdo cuando uno de los caballos blancos se movió, torpemente, en falso para que el expectante alfil, sombrío y voraz, lo derribara fatídicamente con absoluta decisión, en un nefasto movimiento. Yo no quería ser esa pieza, yo no quería quedar afuera de la partida tan rápido. Tenía miedo de arriesgar y de perder. Por eso, no cedí de inmediato.

Luego de haber reflexionado, varios días, logré darme cuenta de mi grave error. Estaba absolutamente equivocado. Entendí que, cuando el amor encuentra, no hay salida. No es más que una simple cuestión de rendición y perdición. Primero, la víctima, se rinde y luego se pierde, se entrega y se deja llevar, por ese impulso irracional tan fuerte como inexplicable. Era, entonces, el momento para actuar. Aunque sabía de mis riesgos, estaba dispuesto a todo. Así que fui con la Mini Cooper roja, mi infaltable compañera, hasta su fastuoso castillo. Sus torres y su tejado característico lo hacían imponente, digno de una princesa. Me impresionaban, particularmente, esos ventanales que poseía adelante, eran inmensos. Los cuartos, amueblados a puro lujo, eran infinitos, o al menos esa era la falsa sensación que me causaban los espejos, al igual que la extenuante escalera, con forma de caracol que, en esos instantes, me pareció más interminable que nunca.

No la encontré, al llegar a su habitación, así que me dirigí directamente hacia el balcón. Allí, estaba ella, contemplando el cielo gris que tomaba, de a poco, un matiz más amenazante. Al sentirme, dio un giro rápido hacia mí. La noté, quizás, un poco más aislada que de costumbre. <<¿Le estaría pasando lo mismo que a mí?>>, me pregunté. Algo había cambiado. Intentaba hablarle, pero no podía decirle nada. Tenía todo en mi mente, pero las palabras se negaban a salir. Solo la miraba y sonreía, perdidamente, como siempre lo había hecho. Incluso, escuché una voz, algo chillona, que parecía hablar por mí. Repentinamente, me impulse hacia ella y, luego, sentí un involuntario movimiento de la articulación de uno de mis brazos. Sin darme cuenta, prácticamente, la abrazaba, como si el destino se hiciera responsable de la situación. Estábamos a punto de darnos ese beso tan ansiado y soñado, ese que confirmaría todo, hasta que la voz lejana de una mujer sonó, diciendo:
– ¡Se acabó el juego, Emma! Metete en casa rápido y guarda los juguetes, que va a llover hijita.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

2 comentarios

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Un gran relato sobre lo que siente ese Ken esperando a su Barbie. ME ha encantado cómo relatas sus sentimientos y que las descripciones le vuelvan tan humano, pero ten cuidado con las comas, es un aspecto muy importante de un relato y quizá de los más difíciles de controlar, lo digo por experiencia. A mi me ayuda repasar varias veces el texto y suelen sobrar unas cuantas que, mientras escribía, me parecía que tenían sentido. Es el único apunte a un trabajo divertido a la par que entrañable.
    Enhorabuena.

    Escrito el 29 abril 2014 a las 11:51
  2. 2. William Hudson dice:

    Muchas gracias, Aurora, me alegro que te haya gustado!. Si, es verdad, tengo un gran problemas con las comas (tiendo a querer aclarar todo) jaja. Son los primeros relatos que escribo, por eso me encanta que me hagan ver mis errores para no volver a cometerlos, en lo posible, nuevamente. Me ha servido mucho tu crítica, un gran saludo!

    Escrito el 1 mayo 2014 a las 15:29

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.