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Verdades en el Castillo Banbridge - por Miguel Zoltan

VERDADES EN EL CASTILLO BANBRIDGE

El Castillo de Banbridge, asentado en el centro del condado de North Hampshire, no muy lejos del pequeño poblado de Huntington, en realidad no era un castillo, sino una confortable mansión al estilo victoriano, que constaba de 38 habitaciones.
Estamos al final de la década de los 40 del siglo XX y en el salón comedor estaban desayunando Lord Edward Faquad, integrante de la Cámara de los Comunes y su esposa Lady Margarita Owen-Simpson. Los dos frisaban los 60 años, eran naturalmente elegantes, educados, protestantes, naturalmente… ingleses, indeed (por cierto).
― ¡Edward!― dijo Lady Margarita ―aprovechando que los muchachos jamás bajan a desayunar antes de la 9 ¿No crees que es hora de que James contraiga matrimonio?
― ¿Ah?, ¿Qué?, ¿Eh? ― balbuceó sorprendido Lord Edward, quien estaba embebido en la lectura del “Financial Times”, lectura inútil, pues nunca lograba entender nada― ¿Te parece querida? ¿Hay alguna razón específica para ello?
―Pues si, varias: me preocupa nuestro futuro económico, tú puesto en el Parlamento no es eterno y ¡ejem! tú no eres precisamente un lince para los negocios y tu hijo tiene 25 años y es un holgazán.―puntualizó Lady Margarita
― ¡Eeh! ¡Claro!― ¿y que propones tu, querida?― preguntó cautelosamente Lord Edward, ya que veía venir un problema de los gordos si no tenia cuidado, Lady Margarita era una mujer de armas tomar si se le llevaba la contraria.
―Emplazar a James a que en un plazo no mayor de un mes nos presente una candidata adecuada―replicó Lady Margarita
―Uuuh, ¿Y a que llamas tu “adecuada”, querida mía?
―Pues a una muchacha bonita, inteligente, de la alta sociedad y ¡ejem! poseedora de una sólida fortuna, preferiblemente.― aclaró dignamente Lady Margarita.
―Pues si a ti te parece bien, yo también estoy de acuerdo― expresó Lord Edward, escabulléndose, ansiando salirse de tan peliagudo asunto.
En ese momento entraron como un torbellino de vitalidad, James y Cecile Faquad. Ya sabemos quien es James y Cecile es una hermosa niña de 17 esplendentes años. Ambos eran dignos representantes de la generación que levantaría a Inglaterra de sus cenizas, jóvenes, alegres, irresponsables, egoístas, valientes, en fin ingleses por todo lo alto.
Entre risas y chanzas se sirvieron el desayuno y se sentaron a la mesa.
Lady Margarita aprovechó la ocasión y se dirigió con toda diplomacia y tacto a James y le dijo:
― ¡James, tu padre y yo pensamos que es hora de que te cases!
Cecile explotó en una carcajada seguida de una apresurada disculpa y James logró poner la taza de té sobre el plato sin derramar una gota, a pesar de que le temblaba el pulso.
― ¿Que te hace pensar eso, madre?― Creo que todavía soy muy joven para eso, he conocido a muchachas bonitas, a muchachas inteligentes, pero hasta ahora ningún de ellas logra reunir esas dos virtudes, así que, querida madre creo que debemos abandonar ese asunto, por ahora ― remató calmadamente James.
―Tu podrás pensar lo que quieras, pero tienes un mes para presentarnos a una o mas candidatas y eso no tiene discusión, James ― dijo Lady Margarita con ese tono autoritario que hasta los gatos del Castillo Bandribge temían
― Como tú quieras, madre ― dijo James.
Tres semanas más tarde, lord Edward, Lady Margarita y Cecile paseaban por la terraza bajo un cielo amenazador. Cuando el temporal se desató entraron precipitadamente por la puerta vidriera de la biblioteca y allí se encontraron a James besándose castamente con Oliver Eggwood, un amigo suyo que pasaba el fin de semana en Banbridge.
― ¡¡¡James!!! ¿¿¿Qué es esto??? ¡Eso sorprendida! ― gritó Lady Margarita, mientras Lord Edward, pálido como un muerto musitaba y balbuceaba, y Cecile reía descontroladamente.
― ¡Se acabó el juego! ― gritó a su vez James ― ¡Madre, Padre, Oliver y yo estamos enamorados y voy a mudarme a su departamento en Londres!
Súbitamente los ojos de Lady Margarita fulguraron y dirigiéndose a Oliver le preguntó ― ¿Tu no eres Oliver Eggwood, de las Eggwood Mansions en Abbey Road?
― Para que no perdamos el tiempo, Lady Margarita, entre la herencia que me dejó mi padre y mis propios negocios, mi fortuna esta calculada en mas de 50 millones de libras, si eso le interesa ― contestó breve pero astutamente Oliver.
― ¡Edward!, ¡creo que debemos ceder ante la naturaleza y bendecir esta unión! ¿No estás de acuerdo?― le espetó Lady Margarita
― Si querida, aahh, si estoy de acuerdo, eso creo… ― balbuceó quedamente Lord Edward.

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3 comentarios

  1. 1. Adella Brac dice:

    Dejando aparte algunas pequeñas erratas, me ha encantado.
    Muy dinámico y divertido 🙂
    Un saludo.

    Escrito el 29 abril 2014 a las 19:07
  2. 2. Miguel Zoltan dice:

    ¡Gracias!, me gustaría saber a que erratas te refieres.

    Escrito el 8 mayo 2014 a las 02:35
  3. Me encanta tu relato Miguel.

    Una única anotación, si me la permites. Intenta que en los diálogos intervenga menos el narrador. Por ejemplo, el tema del carácter de la mujer no hace falta que lo diga el narrador. Es mejor que le arranque el periódico de un manotazo, un poner, y así ya se hace cualquiera una idea del carácter insoportable de esa señora. Nunca cuentes, muestra.

    Por lo demás me encanta. Es curioso el hecho de que acepten la homosexualidad del hijo gracias al dinero, muy curioso. Me ha encantado. Mucho ánimo y estoy deseando leer el siguiente.

    Pásate cuando puedas por el mío y me dices qué te parece. Es el número 31. Os dejo también la dirección de mi blog, donde tengo más relatos publicados (solo me he presentado a las 3 ediciones de estos últimos meses y aquí apenas he publicado).

    http://www.luisdelmoral.es

    Un abrazo.
    Luis.

    Escrito el 21 mayo 2014 a las 22:03

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