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"La hierba" - por marusela

“La hierba”
“Se retrasa. No tiene huevos para venir. Ya lo sabía yo. Pasta sí, que para mí que es un traficante, si no, de dónde esa moto, pero huevos, no. No viene. Cojonudo, tampoco yo tengo ganas de pelea, pero el cachas este no me va a pisar la chica. Qué se creería, que iba a llegar al pueblo y levantármela . Y qué más, mamón…”
El muchacho pasea, fumando, con un ir y venir incesante, al pie de la muralla del castillo. De pronto, en la quietud de la tarde se oye el rugido de una moto de gran cilindrada; se hace cada vez más cercano hasta que se apaga a pocos metros. Un tipo corpulento calza la máquina y se acerca. El chico tira el cigarrillo, lo aplasta con fuerza en el suelo, aprieta los labios, cruza los brazos sobre el pecho y respira profundo para crecerse.
―¡Joé, vaya sitio para encontrarnos! Me he perdido ―dice el motorista.
―Me importa un huevo si te has perdido, te he citado aquí para dejarte las cosas muy claritas con respecto a Rosana ―dice acercándose amenazante―. La chica es mía ¿te enteras? O la dejas en paz o te parto la crisma.
El rival fija la vista en el joven, lo estudia unos instantes, después sonríe. Antes de que reaccione lo toma por el antebrazo, se lo retuerce y lo coloca de espaldas, lo empuja hasta dejarle con la cara pegada a la recia muralla. El muchacho se revuelve, consigue zafarse de la llave, ponerle la zancadilla y hacerle caer. El hombretón rueda sobre sí, arrastra al joven, lo apresa de nuevo y lo deja boca abajo; al oído le dice, “Que sepas que puedes ir olvidándote de esa pieza porque va ser mía, te pongas como te pongas. Así que más vale que no te busques más problemas y te largues.”
Estas palabras actúan como una explosión de adrenalina en el chico. Surge un grito profundo de su garganta del que se hacen eco los muros del castillo. Patea y forcejea, consigue deshacerse del peso de su adversario, salta sobre él, con ímpetu saca una navaja que lleva escondida en el calcetín y se la pone en el cuello.
―Cuidado. Tranquilo ―La voz ha perdido la chulería anterior―, soy policía. Déjame que saque la documentación…
―¡Y una leche! A otro perro con ese hueso.
―¡Que sí, joé! La tengo en el bolsillo de atrás. Sácala tú si quieres. No me muevo, lo juro.
Sin apartar la navaja gira al contrincante que se deja hacer dócilmente y comprueba que no miente.
―¿Y qué quieres tú con mi chica? ―pregunta aún desconfiado.
―Deja que me levante…yo no quiero nada con ella, pero la seguimos desde hace meses porque es peligrosa…―el joven se ha apartado y mientras lia un cigarrillo de marihuana para calmar los nervios, el policía saca unas esposas de su chaqueta y le apresa―. Se acabó el juego, chaval.
Son inútiles las protestas y maldiciones. El policía le quita el cigarrillo y aspira con deleite.
―¡Te voy a denunciar por fumar hierba! ¡Hijo de…!
―No tío. Me vas a dar las gracias por librarte de una pieza como esa, buscada por la Interpol durante dos años y por la policía española desde hace meses ―dice el hombre mientras teclea en el móvil ―Sargento tengo un paquete que necesito que retenga en el calabozo al menos un par de días…Sí por el tema de la operación “Ardiente”…Cualquier cosa…, y resistencia a la autoridad, vale. Aquí le espero.
Cuarenta y ocho horas después el joven sale de la comandancia de la Guardia Civil. Reconoce ante la puerta la moto del policía, pasea a su alrededor, se agacha, se arrima, aprieta el asiento, toca la superficie de los faros…Enciende un pitillo, espera. Un rato después ve salir por una puerta lateral al policía sonriendo satisfecho. Le saluda afable y le palmea la espalda.
―Sin rencores, ¿eh? Tienes contactos con Marruecos, te iba a utilizar para escapar por esa vía, pero hemos llegado a tiempo. Esta noche saldrá en las noticias: “Apresada por la Unidad de Policía Secreta una delincuente internacional muy peligrosa”. Buen titular―dice con un guiño― ¿Quieres un pitillo?
El joven acepta y tras la primera calada le pregunta: “¿Qué hay que hacer para ser poli de la secreta?”

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