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El pueblo - por Elos

-Se acabo el juego, ya no hay nada más que hacer.
-¡Cómo puedes decir algo así! Han muerto personas y llevamos semanas sobreviviendo a costa de ratas asadas.
-Estamos en solo horas de la muerte, da igual como lo diga. Verdad hay una sola y es mejor asumirla de inmediato.- y dejó caer las armas en una esquina de la habitación.
-¿Y qué sucede si nos salvamos? –dijo con voz suave, agotada- No nos predispongamos a la muerte cuando aún queda tiempo para que ocurra algún cambio.
-Los he visto, mi señor, son miles y no hay escapatoria. Lo lamento.
Hubo un silencio de asentimiento. La batalla estaba perdida hace meses, esto todos lo sabían, sin embargo, nadie había esperado que llegaran refuerzos a rematar sus escuetas vidas.
-Llamad a todos. Mujeres, ancianos, niños y a los pocos hombres que van quedando. Los quiero a todos en el gran salón.
En menos de media hora, todos sus siervos que se habían refugiado tras las murallas del castillo, estaban reunidos. Temblaban, y como las malas noticias son lo único más rápido que la peste, varias personas lloraban. Los niños están asustados y se agarraban a las faldas de sus madres, los ancianos se abrazaban y los hombres más fuertes estaban rígidos de impotencia. La muerte estaba por tocar la puerta y todos lo podían sentir.
-Ya todos saben lo que sucederá, no hace falta que se los repita. Pero quería reunirlos para que podamos escuchar una última historia, nuestra historia. Así que tomen asiento y a sus hijos. Serán nuestras últimas horas, o minutos, pero serán nuestras. Porque corresponde que nos despidamos de la vida que hemos gozado y llorado en unidad.
Todos aceptaron y se sentaron alrededor del trono para escuchar:

"En el valle de nuestro país nació una mujer, la más bella que la tierra haya descubierto. Las flores marchitaron de envidia y los rayos del sol la coronaron como reina de la nación. Sus súbditos le rindieron cultos y servicios como diosa y reina al mismo tiempo.
Durante su infancia tragedias no se presentaron, pero cuando llego a la flor de la edad hombres de todas partes venían a pedirla en matrimonio. Pero ella no amaba a ninguno, solo a su país, al cual le dedicaba todas sus horas y desvelos. Supervisaba las cosechas, y en una de estas, descubrió a un joven extranjero de paso."

Aquí la voz del joven rey se quebró y no pudo continuar la historia, de modo que tomó la palabra una de las sirvientas más fieles:

"Yo la vi caer rendida, y mi alma se dividió en dos. Supe que ya no habría vuelta atrás y nuestro destino estaba escrito desde mucho antes que los infelices nacieran. El extranjero era un convicto en su país, un asesino y ladrón. Lo mismo que sería en estas tierras."

Tomó la palabra una joven de compañía que apenas podía contener la emoción que la embargaba:

"La reina no vivió días más felices. Ustedes olvidan que la belleza exacerbada es sinónimo de la soledad absoluta. Incluso conmigo ella no era capaz de hablar como lo hacía con el extranjero…"

Pero un joven músico no pudo contener las palabras:

"Y la envidia carcomió el alma de quienes juraron amarla eternamente, aunque nadie haya sido capaz de decirlo hasta este momento."

El joven príncipe recuperó la historia para finalizar:

"El extranjero era un bribón, y una noche estrellada intentó robar a la princesa, gracias al cielo sus intentos se vieron frustrados pero juró regresar. Hoy vivimos en carne propia su promesa. Si no fuera por su perspicacia y su oscuro linaje, nuestra reina me habría desposado y no estaría cautiva en su propio castillo, en un intento desesperado de su pueblo por no perderla."

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