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La caída de los lobos - por Gemma Rotger

Web: http://gemmarotgermoll.weebly.com/

Ardieron con fuego nuevo los viejos muros que rodeaban el castillo de Dunnothwell. Ardieron con el fuego de la victoria de los escoceses bajo la atenta mirada del Rey Edward. Las tropas inglesas que restaban en pie se refugiaron en entre los gruesos muros del castillo para escoltar a su monarca.

-Su Majestad deberíamos apresurarnos en volver a Inglaterra – instó el general Blake Elliot mientras el ardor exterior iluminaba la noche con la inminente victoria enemiga. – cuando caiga el muro perderemos la última oportunidad.
-¿Acaso teméis a esos granjeros? – ridiculizó el Rey en un juego de miradas.
-A esos granjeros les dirige un gigante con una espada de dos metros – osó contestar el joven habiendo cometido el error de destapar su temor. – No tenemos nada que hacer contra tal monstruosidad.
-Ese monstruo es tan humano como usted y como yo Sir Elliot – responde el monarca de forma contundente – y por mis muertos que esta bestia va a sangrar la misma sangre cuando la atraviese con mi hierro.

Todo en el castillo se hace silencio, el sonido del fuego llega a escucharse a través de los gruesos muros que les separan de esos valientes granjeros convertidos, a día de hoy, en auténticos guerreros.

Sir Elliot se retira con una amplia reverencia, se niega a seguir humillándose ante los supervivientes de la corte pero el sabio Graham Royce creé en cada una de las palabras del chico y se une a su causa.

-Su Majestad, tenemos un largo camino por delante – insistió sabiendo que ya nada les retenía en Escocia.
-No vamos a movernos de aquí Lord Royce – respondió duramente su Majestad mientras miraba indiferente el fuego a través del cristal. – ¿A caso usted también cree estas historias de gigantes?

Blake advierte la tensión en torno al viejo Royce a pesar de llevar quien sabe si cuarenta o cincuenta años sirviendo la corona inglesa, a su Rey y a su patria. Ese Rey de entonces desde luego no era el Rey Edward ni ninguno que osara herir su honor por la toma de sus sabias decisiones. Blake compartía ese desasosiego. Cuando el Rey Edward dispone a levantarse bruscamente del trono, ese desasosiego toma la forma del miedo, no importa cuántos años lleven sirviéndole, a nadie deja de resultarle aterrador ese gesto impredecible.

Nadie había osado nunca contradecirle hasta aquella noche. La oscuridad ardió junto con el miedo de Lord Royce. Había servido a muchos reyes legítimos, demasiados, como para saber cuándo alguien no merecía ni la corona, ni su respeto y muchos menos el sacrificio de tantas vidas por proteger su maldad.
-Se acabó el juego – chilla el viejo aprovechando hasta el último hilo de su voz – hora de irse.
-¡Ni hablar!, ¡enfunde su espada! – ordena el rey conociendo a la perfección su posición y la de su súbdito.
-No es mi Rey aquel que manda matar niños indefensos mientras celebra con vino cada masacre atroz que deja tras su paso.
El Rey Edward dirige su mirada al joven Blake, quien todavía se encuentra en primera fila apoyado por el viejo Royce.

– ¿Y usted, Sir Elliot? – interroga con esa mirada fría que a veces parece cortar el aire. – ¿Usted me considera su Rey?

La pregunta sorprende al joven. Sabe que nadie en la sala lo considera su Rey legítimo, pero el Rey Ferdinand así lo quiso en su lecho de muerte, ofreció su reino entero a un malnacido con agallas antes que a un primogénito que lo hubiera arruinado con sus utopías.

-Claro que lo considero mi Rey – miente el joven.
-Entonces saque su espada y acabe con todo esto – ordena el monarca – tanta palabrería de viejo senil me pone enfermo.

Todos miran con mil ojos al viejo. Royce agarra al muchacho por los brazos mientras se arrodilla y ordena que acabe con esta farsa de vida que tanto le pesa sobre las espaldas.

Sir Blake Elliot desenvaina la espada con torpeza y lágrimas en los ojos pero no tiene elección, empuña con fuerza el hierro y atraviesa con miedo y duda el cuerpo de su majestad.

– Se acabó el juego – grita el joven – Inglaterra no te merece.

El aire frío se convierte en aplausos mientras los caballeros se apresuran a regresar a sus casas.

– Volvamos a casa hijo – el viejo muestra su respetos al joven – eres el digno hijo de tu padre y cuando lleguemos a Inglaterra te convertirás en el mejor Rey que haya tenido jamás.

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3 comentarios

  1. 1. juanjohigadillo dice:

    Hola, Gemma:
    Me ha gustado el modo en que describes la soberbia con la que se comportan los poderosos (vale para los pasados y para los presentes) y el final refleja lo que creo que a muchos de nosotros nos gustaría que pasara.
    ¡Enhorabuena!

    Escrito el 7 mayo 2014 a las 09:50
  2. 2. Moria Puch dice:

    Hola, Gemma 😀
    Me ha gusto mucho, y creo que hay una avance notable desde el último relato. No sé si fue consciente o no, pero el estilo narrativo cambió (para bien). Te recomiendo que no uses espacios entre párrafos y que utilices los guiones largos para diálogos (:

    ¡Abrazos!

    Escrito el 8 mayo 2014 a las 18:55
  3. 3. forvetor dice:

    wenas Gemma,
    estoy de acuerdo con Moria en cuanto a la mejora y con Juanjo en cuanto a lo que muestras sin contar, ahí es donde veo la mayor mejora, el texto tiene profundidad… pero, atenta a los tiempos verbales. tienes un bailar de presentes y pasados muy peligroso en el texto.
    un saludo, nos leemos!
    Sergio Mesa / forvetor
    http://miesquinadelring.com/
    pd. este mes mi texto fue descalificado de la Escena porque incumplí (sin querer, i swear) una de las bases. si te apetece echarle un vistazo lo tengo colgado en el blog, se llama “Las piedras no”

    Escrito el 9 mayo 2014 a las 13:36

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