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Los secretos de los Macleod - por Ace Morrison

Los trajes de bucear de los miembros de la expedición eran la última tecnología del momento. Las escafandras de grueso cristal tenían una junta de caucho aislante que servía de unión con el traje de cuero, tratado con aceites y resina para impermeabilizarlo. En la espalda cargaban con unos depósitos de aire comprimido que expulsaban gas mediante un pulsador, ligado a un manómetro, que abría las válvulas y les permitía respirar bajo el agua.
La familia Von Stürm había costeado los trajes y el resto de gastos que se generasen durante la misión. Incluso habían aportado su submarino privado, el Mody Dick. Una bestia de acero de 80 metros de eslora pintada con un brillante color blanco.
Los representantes de la familia a bordo eran Anna, la primogénita de la familia, y Otto, el menor de los siete hermanos. Anna estaba al mando de la operación, su carácter calculador y frío siempre le había proporcionado puestos de responsabilidad en la familia.
Otto cumplía a rajatabla todas las órdenes que recibía y ahora mismo se encontraba buceando entre las rocas, sumergido en el agua helada del Atlántico Norte. Estaba acompañando al científico que había dado pie a la búsqueda, Edward Jenkins, y a su mano derecha, Marco Buccini. Ambos investigadores habían realizado un análisis exhaustivo de la leyenda que ubica un antiguo baluarte del clan Aesh en el fondo del mar, según cuentan las historias, debido a movimientos sísmicos. Guiándose con un documento datado en el S.XII, determinaron un área en las costas escocesas donde podría encontrarse.
Ahora, los tres buceadores, nadaban en dirección a una gruta oscura donde el submarino era incapaz de acceder. Su único medio de comunicación era el lenguaje de señas y su visión estaba limitada por la iluminación que les proporcionaban las linternas de dinamo. Avanzaban por un laberinto formado por bloques de roca, del tamaño de un coche a vapor, que debieron terminar allí tras un desprendimiento inmenso. Si su teoría del terremoto fuese cierta, sin duda ésta zona se acomodaría a ella pues encaja con los signos de sismicidad desactivada.
No habían transcurrido veinte minutos de inmersión cuando la linterna de Jenkins, que encabezada la comitiva, iluminó las almenas y la torre principal de un castillo. Parecía un sueño. Las aguas brumosas rodeaban la edificación de roca, que había mantenido su estructura intacta a pesar del desplazamiento que debía haber sufrido. Ahora era el nido de seres marinos y las conchas mezcladas con algas crecían por casi toda su superficie.
-Se acabó el juego.- Las palabras de Otto quedaron ahogadas en su escafandra.
La emoción de Edward por haber localizado la leyenda que había estado persiguiendo durante años, y que sólo había podido encontrar gracias a la financiación de los Von Stürm, impidió que se percatase de la fechoría que su mecenas estaba llevando a cabo. Había cortado el tubo que permitía respirar al Dr. Buccini y la escafandra de éste se llenaba de agua por momentos mientras la víctima se agitaba agonizante. Para los Von Stürm, el trabajo de los científicos había finalizado y no podían permitir que nadie, absolutamente nadie, conociese el paradero exacto.
Cuando el científico se giró para observar la reacción de sus allegados ante el castillo, pudo ver el rostro de angustia de su colaborador, y amigo, en sus últimos momentos con vida. Reaccionó todo lo rápido que pudo por alejarse de la escena en vista del peligro inminente.
El rango de visión del asesino estaba limitado, por lo que Jenkins apagó su linterna y nadó hacia el castillo tan rápido como pudo. Antes de conseguir cruzar la muralla, la luz de Otto le dio de lleno y disparó un arpón que impactó en el traje. El proyectil rasgó cuero y carne por igual, liberando un borrón de sangre que tiñó el agua alrededor de Edward. Como si se tratase de un calamar, aprovechó para impulsarse e introducirse por una de las ventanas de la fortaleza.
El joven asesino no trató de perseguirle. Apenas les quedaban diez minutos de respiración, menos si realizaban esfuerzos, y aquél doctor no sobreviviría. El castillo sería su tumba y lo encontrarían acurrucado en algún rincón cuando comenzasen las investigaciones sobre el terreno. Tras mirar unos breves instantes con la linterna en busca de algún indicio de la presencia del historiador, decidió que era hora de retornar a la nave.
-Hemos sufrido un accidente, un desprendimiento de rocas les atrapó pero hemos encontrado el castillo.
Anna dibujó una malévola sonrisa en su rostro.

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2 comentarios

  1. 1. Ace Morrison dice:

    Buenas, muchas gracias a los que comentaron mi relato. Es el primero que escribo en el taller.

    Efectivamente, las 750 palabras se me quedaron cortas para algunas descripciones y conexiones entre personajes. Espero hacer cuando tenga más tiempo una versión extendida. Aunque primero tenemos que ver con qué nos sorprenden con la siguiente escena.

    Cuando conocí la web y leí algunos relatos y sus comentarios, vi uno que comentaba hacer un gran relato uniendo las escenas de cada mes. Y me pareció buena idea, así puedo aplicar los artículos del blog de una forma ordenada.

    Gracias de nuevo por los comentarios. Me han ayudado realmente. Pasad buen día.

    Escrito el 28 abril 2014 a las 14:17
  2. Buenos días. Me ha resultado muy interesante. Es una história muy curiosa y emocionante. Con la tensión de la traición muy ágil y bien resuelta. La primera parte es quizás más lenta, pero está muy bien ya que hay una escena que explicar.
    Creo que es un buen cuento. Falta caber por qué se produce la traición, por qué nadie puede saber dónde está el castillo. Pero quizás la respuesta esté en las 750 palabras.
    Me ha gustado mucho.
    Enhorabuena.

    Escrito el 5 mayo 2014 a las 13:50

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