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Listos para zarpar - por Baltasar

LISTOS PARA ZARPAR

La proa, varada en la roca del promontorio que la mantiene, parece querer avanzar, desde los confines de la ciudad, por cualquiera sabe qué tormentosos mares, cuando lo que discurre bajo su apariencia de navío, no son más que los pobres caudales de dos ríos pequeños, a cuyos pies confluyen. Capaces, eso sí, de haber configurado, esculpiendo el valle a través de los tiempos, la mole que sustenta el castillo.
Juancho, un chaval de pelo rojizo y la cara llena de pecas, que todavía no ha cumplido los doce, un día ─tenía entonces cinco─, contempló con asombro aquella proa mostrada por su abuelo, marino en un mercante cuando joven, quien, dejándose llevar por la nostalgia, contó allí mismo al chico, singladuras y puertos, razas y civilizaciones, que Juancho escuchaba con la boca abierta. Después, no se cansó nunca de pedir al abuelo que le contara más sobre sus viajes. Desde entonces, ha venido soñando con capitanear lo que él cree que es un navío, anclado, está seguro, por algún maleficio.
Consciente de que los domingos hay demasiados turistas visitándolo, se «ha fumado» la clase. Ha cogido su mochila y su bici como cualquier otro día que se dirige al Instituto, pero ha tirado como una exhalación por la carretera que bordea el castillo, ha escondido la bicicleta bajo el puente sobre los dos ríos, y se ha quedado una vez más absorto ante la proa del más hermoso de los buques, que se dispone a comandar.

Cruza de un salto por una parte estrecha del río más pequeño y allí está: al pie de la imponente proa y comienza a trepar el escarpado risco. Un cuervo, que extraña la presencia que no le es habitual, sale rozándole la cara de un hueco de la roca en la que tiene el nido, graznando como nunca Juancho había oído graznar a ningún cuervo. A punto estuvo de perder el equilibrio. El susto ha sido grande, pero nada le arredra.

Casi a la vez, centenares de cuervos se lanzan al espacio graznando de la misma manera ante el intruso, y el ruido es infernal. Sudoroso, llega a una especie de explanada. La recorre de prisa en busca del mejor sitio por el que pueda continuar. Trepa de nuevo. Lo hace con soltura y alcanza la parte más baja del castillo. Mira hacia arriba. Hacia lo alto de la proa. «¡Ya queda poco, Juancho!», se anima y se sonríe. Un muro enorme se interpone. Está cansado. Descansa recostado en una piedra unos cuantos minutos. Va de acá para allá luego, y estudia la manera de salvar aquel último obstáculo.
Se encarama a un pedrusco, desde donde inicia la escalada hacia una de las almenas, despacio, lentamente. Le da gracias al cielo de que, a través de los siglos, ha hecho que la erosión del viento, hielo y lluvia, se haya llevado trozos de argamasa, dejando al descubierto huecos en la pared, donde apoyar los pies, donde agarran sus manos.
Ha alcanzado, por fin, la almena y se siente feliz. Lo malo ya ha pasado. La propia almena le proporciona un trecho de bajada, desde donde se tira, dentro ya del castillo, saliendo rebotado con esa agilidad que dan los pocos años. Se incorpora al instante y corre entusiasmado hacia la parte izquierda, hasta la misma proa, hasta «el puente de mando» que soñó tantas veces…
Con los brazos en cruz, la mirada a lo lejos, contempla lo que debió ser mar quién sabe cuándo. De eso está seguro. Se quita la mochila y saca de ella una gorra con pretensiones marineras, comprada el verano anterior en una playa, que se pone, créanme si les digo que con solemnidad, dispuesto a dirigir el imponente buque de sus sueños.

─Oficial ─con voz de mando ordena mirando al infinito─. Que se prepare la tripulación. ¡Listos para zarpar!

─¡Se acabó el juego!

Alguien le ha sorprendido por la espalda, le ha cogido con fuerza de una oreja y se le lleva para dentro del castillo.

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2 comentarios

  1. 1. Carlos Dauro dice:

    Salvando las muchas comas que interrumpen la fluidez de lectura, la historia me ha gustado mucho. Una pequeña aventura con final adecuado. Enhorabuena.

    Escrito el 1 mayo 2014 a las 10:18
  2. 2. Baltasar dice:

    Gracias, Carlos, por tu lectura y comentario. Sí, puede que lleves razón. Leo mucho a Medardo Fraile, cuyos cuentos me encantan, y como es autor que “comea”, permíteme la palabreja, que es un primor, qué duda cabe que me influye.
    Tu comentario me ha llevado a leer tu Datman. Me ha gustado. Solo una pequeña cosa (y no es devolución, te doy mi palabra). La raya de diálogo, tanto en los inicios como en los incisos, va pegada a ellos. Siempre.
    Te seguiré leyendo.
    Un saludo

    Escrito el 1 mayo 2014 a las 12:04

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