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Por encima del bien y del mal. - por juanjohigadillo

POR ENCIMA DEL BIEN Y DEL MAL

Caía la tarde, y un viejo y desvencijado carro avanzaba renqueante por el pedregoso camino. No muy lejos, desde la torre del homenaje, un gigante, que parecía tallado en la misma piedra, le seguía con la mirada. Sabía que la noche caería antes de que el carro llegara a la encomienda de San Cebrián, y sabía también que al día siguiente alguien traería a palacio la noticia de que el único ocupante del carro, el hermano Bernardo, había sido asaltado y asesinado en el bosque.
Observó alejarse al carro mientras, a su espalda, el Sol se ocultaba dando paso a la noche, que envolvería todo bajo su manto de sombras; imaginó por un momento el fingido asombro con el que recibiría la triste noticia al día siguiente, y sonrió.

—————————————————–

Álvaro de Olmedo, el hombre del castillo, había heredado el condado de Valnegra a la muerte de su padre, y desde entonces lo había exprimido a su antojo. Todo cuanto abarcaba la vista le pertenecía, y podía hacer con ello lo que quisiera; para eso era el Conde de Valnegra, el amo y señor de todo y de todos, y estaba por encima del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Podía disfrutar de la abundante caza, emborracharse hasta perder el sentido con el vino que producían sus excelentes viñedos, bañarse en las plácidas aguas del lago e incluso, eso también, solazarse con toda hembra que le apeteciera, consintiera ella o no.
Le embriagaba la sensación de poder que esas violaciones le producían y no podía, ni deseaba, renunciar a esos escarceos pese a que su mujer, doña Blanca, una real hembra que arrancaba a su paso miradas de deseo, le proporcionaba con tanta frecuencia como él lo demandara momentos de placer tan sublimes como ninguna otra era capaz ni tan siquiera de igualar.
Pero últimamente circulaban por palacio comentarios sobre el mucho tiempo que la Señora pasaba a solas con su confesor, el hermano Bernardo, y eso le corroía. El hermano Bernardo había llegado de la mano del prior y pronto se hizo popular, aparte de por su juventud y apostura, por los profundos y extensos conocimientos de herboristería y botánica que poseía, y con los que mediante diversas preparaciones había aliviado o sanado los males de los más desfavorecidos.
Doña Blanca, de extracción humilde pero ávida de sabiduría, argumentaba que el interés por esos conocimientos era lo que la llevaba a pasar tanto tiempo con el religioso. No obstante, don Álvaro, el gigantesco bruto, envenenado por el demonio de los celos, daba más crédito a las malintencionadas habladurías que a su propia esposa.
– Te prohíbo que vuelvas a ver al hermano Bernardo -la dijo él en cierta ocasión, rojo de ira-. Recuerda que me debes obediencia y sumisión.
– Pero Álvaro, nunca pretendí…
-¡Ni Álvaro ni nada! – rugió él-. ¡El juego se acabó! A partir de ahora soy tan sólo tu señor, y me obedecerás en todo, si no quieres volver al arroyo del que te recogí, perdida.
– Pero mi señor, sólo intento…
– ¡Basta de palabrería, mujer! ¡Fuera de mi vista!
– Está bien, mi señor, pero no pienso dejar de…
El bofetón, con la mano aún enguantada, fue tan repentino y brutal como un golpe de ariete, y doña Blanca quedó semiinconsciente en el frío suelo. Allí tirada, pálida y temblorosa, todavía le oyó farfullar mientras se alejaba:
– ¡Se va a enterar el tal Bernardo de lo que significa jugar conmigo!
Desmadejada y todavía incapaz de levantarse, le miró alejarse a través de sus ojos llorosos y juró vengarse: los conocimientos del hermano Bernardo, para bien o para mal, no se perderían…

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Cuando la oscuridad y la distancia le impidieron seguir vigilando al carro, don Álvaro descendió por la angosta escalera hasta el salón del trono. Allí, de pie en el centro de la estancia y mirando al suelo, le esperaba sumisa doña Blanca.
– ¿Puede saberse qué haces aquí, mujer?
– Parecéis cansado, mi señor. ¿Deseáis algo: una copa, alguna vianda, gozar de mí… ?
-¡No estoy de humor; déjame solo! Bueno, antes sírveme una copa de ese estupendo licor que nos regaló Monseñor Velasco.
Ella así lo hizo, y al irse, antes de cerrar la pesada puerta, vio al conde apurar ávidamente la copa y pensó:
– Ahora sí se acabó el juego.
Y sonrió.

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5 comentarios

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Quiero la novela entera de este capítulo. Es que me dejas con la miel en los labios y creo que tiene material para algo más grande.
    Te diré, eso sí, que el final me ha llegado de forma un poco abrupta, como un hachazo, y en parte predecible, pero estoy segura de que con más espacio quedará de lujo. Te animo a intentarlo, no, a hacerlo.
    Enhorabuena.

    Escrito el 29 abril 2014 a las 12:07
  2. 2. juanjohigadillo dice:

    Muchísimas gracias por tus comentarios tan halagüeños, tanto a tí como a los otros comentaristas anónimos de mi relato. Para ser mi primera vez ha sido toda una sorpresa, y teniendo en cuenta que viene de una persona como tú, tan activa en esta página, me sirve realmente de acicate para seguir participando, sobre todo si me lo pide una “medio paisana” mía.
    Gracias de nuevo a todos.

    Escrito el 5 mayo 2014 a las 10:00
  3. 3. Maureen dice:

    ¡Me ha encantado! Yo también quiero el resto de la historia 😉 Me encanta cómo está escrito, simplemente con el vocabulario te haces idea de la época y del tono de la historia. Fantástico.

    Escrito el 7 mayo 2014 a las 22:32
  4. 4. Emyl Bohin dice:

    Hola Juanjo, una gran escena, muy visual, en todo momento estás viendo a los personajes en su mundo.

    Me ha llamado la atención el uso de adjetivos, si lo hubiera leído antes del relato de este mes quizá no tanto, pero ahora es que los veo por todas partes.

    Oye sabes más que el corrector de Word, la palabra semiinconsciente la marca como mal escrita (de hecho al escribirla yo, me la corrige automáticamente por semiconsciente) pero dice el DRAE que semiconsciente no existe, que tu lo has escrito bien.

    Dices “la dijo él en cierta ocasión” creo que es laísmo, pero míralo que suelo tener problemas con esos ismos.

    Lo dicho, enhorabuena por este relato clásico de aventuras.

    Escrito el 15 mayo 2014 a las 05:14
  5. 5. juanjohigadillo dice:

    Hola, Emyl:
    Gracias por tu comentario. Efectivamente, me gusta cerciorarme de que lo que escribo existe en castellano, y procuro evitar, si puedo, cualquier extranjerismo. En lo referente al laísmo, es más que problable que tengas razón; es un defecto habitual en la zona en la que vivo y me da no pocos quebraderos de cabeza, y muchas veces ni siquiera tengo la certeza de haberlo conseguido.
    Saludos.

    Escrito el 19 mayo 2014 a las 09:49

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