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La Fuga - por peneca2

La Fuga

Cuando sentí la humedad del castillo de Colditz, supe de inmediato lo que me esperaba: aislamiento, tortura, indefensión. Interrogatorios de la Gestapo para descifrar las claves que enviaban los aliados desde los puestos de avanzada.
La angustia me sobrepasó. La sensación de fragilidad ante el enemigo hizo que dudara de mi coraje. No estaba seguro de resistir tormentos. Una cosa era la teoría, los ejercicios en la unidad militar y otra muy distinta la mazmorra y la impotencia de estar ante un poder arbitrario. La única esperanza eran los aliados estacionados a unos cuantos kilómetros del castillo; y ese dato, parecía desconocer el enemigo.
Me llevaron a un subterráneo. No fue fácil acostumbrarme a la oscuridad. Por los ronquidos deduje que no estaba solo en la mazmorra. Al día siguiente me encontré con soldados franceses, polacos y canadienses en estado lamentable. Era un pequeño grupo babilónico cuyo único objetivo era comunicarse entre ellos.
Así supe del plan. Al día siguiente intentarían la fuga del castillo no sin antes provocar el mayor daño a los alemanes. Me negué, lógicamente. Era una locura. Solo conseguirían represión. El solo hecho de pensar en fugarme congelaba mis nervios.
El portón metálico chirrió al abrirse y dos soldados me arrastraron hacia un salón de grandes ventanales. El oficial, vestido de uniforme de gala parecía no importarle mi presencia. Comenzó a girar alrededor de mi cuerpo y cómo suponía, colocó antes mis ojos un mensaje cifrado, el que supuestamente yo debía dilucidar. Si la estadía en la celda hizo emerger mi cobardía, en esos momentos el terror me paralizó. El anuncio tenía por objeto avisar a las unidades de retaguardia que: “…en dos días a partir de esa fecha la RAF bombardearía el castillo de Colditz”.
No supe que decir. Mi silencio provocó la furia del oficial. Su piel mudó de pálido a violeta. Cuando se abalanzó sobre mí sus manos enguantadas hicieron brotar sangre de mi boca. Entonces pensé que debía salvarme y qué mejor que dejar ha descubierto la fuga de mis compañeros.
El oficial limpió su guante ensangrentado. Acomodó el cuerpo en el sillón de felpa tras el escritorio y me dirigió una mirada vacía. La sola ferocidad de su expresión me amedrentaba. ─¡Traigan a Calígula! ─bramó. Y por una puerta que daba a una especie de galería apareció un hombre que hacía honor a su alias. Traía una navaja en la mano y una risa de estúpido. Supe de inmediato que estaba frente a un loco de remate. A un paso de la muerte.
Me dispuse entonces hablar, pero por alguna razón mi voz no se reproducía.
La muerte cercana me hizo pensar en mis hijos y en mi mujer al otro lado del atlántico. Ese mundo que había dejado atrás era en ese momento de tensión, un bálsamo de bellos recuerdos.
El maniático se había colocado tras de mí y su mano presionaba mi frente mientras en la otra, el filo del acero destellaba bajo la luz que traspasaba el ventanal. El insano exhalaba un olor a sumidero, insoportable. Mis labios se movían pero el sonido seguía atragantado en algún lugar de mi laringe. Levanté mi mano, entonces el oficial hizo un gesto y un soldado se llevó a Calígula.
Se acabó el juego me dije. El oficial avanzó hacia mí. Tenía la urgencia de quien tiene cosas más importantes que interrogar a un prisionero. Me adelantó el papel, y no sé si fue el recordar la familia o una cuota de coraje ante la cercanía de la muerte, que me llevó a mentir. Traduje intentando se verosímil: “…en tres días, el pueblo de Leipzig será bombardeado”.
Los ojos del oficial brillaron en la certeza de quien tiene entre sus manos un secreto de valor estratégico.
─¡Llévenselo! ─Bramó.
El ayudante calzó una fina capa sobre sus hombros que él unió en su cuello frente al espejo. En esos momentos una mujer entró al salón y se dirigió a él con premura:
─Llegaremos tarde a la ópera, mi amor.
─Enseguida ─dijo el oficial─. Debo enviar un mensaje urgente a Berlín.
Mientras me arrastraban por los escalones que conducían hacia la mazmorra, tenía conciencia que la única esperanza de escapar de allí, era el éxito de la fuga que iniciaríamos al día siguiente.

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1 comentario

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Primero te voy a sugerir que siempre repases un par de veces los textos, hay algunas erratas fruto de las prisas. Y luego te diré que tu relato me ha resultado de lo más interesante, partiendo de frases tan ilustrativas como: “Era un pequeño grupo babilónico cuyo único objetivo era comunicarse entre ellos.” y terminando por el momento en que su instinto de supervivencia le lleva a plantearse la traición a sus compañeros de celda.
    Me has llevado de la mano por una escena digna de una buena película de género bélico, sin héroes increíbles, solo hombres que se ven envueltos en el horror de una guerra añorando su mundo cotidiano.
    Enhorabuena.

    Escrito el 29 abril 2014 a las 09:54

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