EL BUFÓN REAL - por Cris

El hombre enmascarado levantó su espada con esfuerzo dispuesto a asestar el golpe definitivo, pero su adversario no estaba de acuerdo con aquel trágico final y rodó sobre sí mismo la distancia justa para esquivar a la muerte. No tuvo tanta suerte su encarnada capa que quedó rezagada en aquella accidentada huída y fue alcanzada por el acero, clavándola por una de sus esquinas en aquel suelo arcilloso y húmedo. El bufón de capa encarnada, no habiéndose dado cuenta de que estaba sujeto por uno de los extremos de su capa, se intentó incorporar para hacer frente al caballero negro quién, a su vez, luchaba por arrancar la espada de las garras de la tierra. Fue tal el ímpetu que el bufón puso que la tela cedió rasgándose de manera violenta y produciendo un característico sonido a la altura de las posaderas de su dueño. La multitud que se había congregado en aquella explanada para ver el combate, rompió a reír mientras lo señalaban divertidos. El bufón intentó mantener la compostura no pudiendo evitar que su cara se tornara del color de su maltrecha capa, mientras tanto, el caballero enmascarado logró, por fin, recuperar su arma…

–Padre, ¡por favor!
–¡Marie!, ¡te he dicho que no permitiré que la princesa vaya a ver ninguna justa clandestina! –rugió el rey –¡El caballero negro y un bufón! –bufó –. ¿No me has avergonzado lo suficiente?, debería enviar ahora mismo a mis caballeros para que metieran a semejantes insensatos en las mazmorras del catillo, pero no pienso desperdiciar ni uno solo de mis recursos en esos dos, ¡por mí pueden atravesarse con sus espadas, siempre que lo hagan fuera de mis tierras!
–Pero padre…
–¡Silencio!
La reverberación que produjo esta última palabra en aquella inmensa cámara fue suficiente para acallar cualquier otra protesta que se le pudiera haber ocurrido a la princesa. Sollozando, ocultó su rostro entre las manos y salió corriendo de la estancia.

–¿Marie?, ¿estás bien? –preguntó la dama de compañía mientras llamaba suavemente a la puerta.
–¡Oh, Sophie! ¡Soy tan desgraciada! –sollozó la princesa mientras abría la puerta de su alcoba.
–¿Qué ha pasado?
Marie le narró a Sophie todo lo acontecido esos últimos días. Por supuesto, Sophie estaba al corriente del amor que la princesa sentía por el bufón del rey, motivo por el cual el monarca era el hazmerreír del castillo y su corte.
“Una noche, después de un banquete ofrecido por el rey hacia sus súbditos, Pierre el bufón esperaba en el corredor a que le dieran el pertinente aviso para comenzar su función, cuando escuchó una conversación mantenida en la biblioteca, cuya puerta estaba entornada. Dado las carcajadas mal disimuladas que se escuchaban, la curiosidad de Pierre fue en aumento y se acercó un poco más a aquella estancia hasta que pudo distinguir las ofensivas y burlescas palabras dirigidas a su amada.
–¡Marie! ¡Marie! ¬–se mofaba el caballero negro imitando, con una voz exageradamente afeminada, al bufón ¬–¡Te quiero! ¡Te amo! –el caballero seguía su burla mientras simulaba, con movimientos obscenos, que manoseaba a la princesa, lo que provocó las bruscas carcajadas de su propio séquito de descerebrados.
Pierre, profundamente ofendido, retó al caballero negro, apodado así por sus malas artes, en aquel lugar donde ahora mismo se encontraban y donde el rey no dejaba acercarse a la princesa.”
Tanto caló esta hermosa historia de amor en la dama de compañía que decidió arriesgar su trabajo e incluso su persona para ayudar a la princesa.

… tras unos pocos segundos de desconcierto, Pierre vio a su oponente preparado para un nuevo ataque. Buscó desesperadamente su espada, perdida durante el humillante revolcón, la localizó a unos cuantos metros de donde se encontraba, demasiado lejos teniendo en cuenta que el poderoso hombre enmascarado se le acercaba veloz profiriendo un gutural e inhumano aullido triunfal:
–¡Se acabó el juego!
En ese mismo instante un chico barbilampiño y de aspecto desaliñado, que le resultaba extremadamente familiar, le lanzó su acero con tal precisión que Pierre sólo tuvo que extender su brazo para cazarlo al vuelo y con un rápido movimiento, más propio de un avezado caballero que de un bufón real, puso su arma en posición defensiva en el preciso momento en que el hombre enmascarado lanzaba todo el peso de su cuerpo contra él, ensartándose sin remedio en la espada del bufón mientras miraba con ojos desorbitados e incrédulos a su histriónico verdugo.