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UN DIA CON MI GENTE EN EL CASTILLO ENEMIGO - por onirico

UN DIA CON MI GENTE EN EL CASTILLO ENEMIGO
Iba a ser un día largo y con mucha tensión. Llamé a mi lacayo de confianza y le ordené que reuniese a todo mi séquito para la reunión.
No era fácil enfrentarse a un rival de esa envergadura en su propio terreno. Así es la diplomacia.
Confiaba plenamente en mis hombres y, haciendo caso al viejo refrán: “el mejor ataque es una buena defensa”, había logrado que durmiesen en las dos torres vecinas y cercanas a la puerta del castillo.
Las puertas del salón fueron abiertas por el lacayo del rey, ante ese hecho de respeto tuve que responderle de igual modo, aunque no me gustaba alejarlo de mi lado.
Poco a poco se fueron integrando mis hombres y departieron con los de él.
Un momento álgido era el saludo de nuestras esposas. ¿Como reaccionarían? ¿Acaso mi impetuosa mujer no respetaría el hecho de ser la huésped? No me equivoqué, de lejos vislumbré que los rostros se endurecían y superaban el decoro y la costumbre establecida. Era evidente que el atosigamiento hacia mi mujer era cada vez mas crispado. Mi mujer me dirigió una mirada de súplica y supe que estaba perdida.
Desesperado ante esa situación, y sin perder mi compostura, recurrí a quien podía, mostrando su astucia diplomática, descomprimir ese conflicto inesperado.
El obispo, de mi cantón este, se acercó a las damas y ensalzando sus dotes cristianas las retiró a la capilla para orar por el éxito del encuentro. Un costo demasiado importante en ese momento de la reunión. Los pares locales del obispo, no desaprovecharon esa oportunidad y comenzaron a influenciar cada vez mas en las conversaciones y debates que surgían.
La danza y el baile fue tomando espacio y en cada espacio había una disputa pero dentro de un gran orden general. Una danza exasperadamente lenta. Los tonos subían y bajaban. Estaban los que discutían agriamente y hasta hubo quienes se retiraron para evitar que el enfrentamiento ocurriese en el salón, algo totalmente inapropiado para nuestra estirpe y para esos dignos caballeros. Era de plebeyos y campesinos dirimir sus diferendos con las armas cortas en encuentros directos, sanguíneos y sanguinarios, por razones personales .Las nuestras eran luchas con propósitos nobles, como la conquista de un reino, siempre bajo la protección de un santo o una virgen. En estos casos la sangre derramada era ofrecida a Dios, por haber bendecido la espada. Pensé que nunca pude resolver como congeniaban Dios y la guerra.
Ese pensamiento me distrajo lo suficiente como para no advertir que, poco a poco, los hombres de mi rival habían comenzado a dominar la situación .Mi pensada defensa, mi estudiada ubicación de mis hombres, iba cediendo ante el estructurado y estratégico desplazamiento de ellos.
Cuando los prelados comenzaron a atacar mis argumentos con palabras llenas de amenazas, divinas y de las otras, y a esas amenazas de palabra siguieron los rostros agresivos del resto, tuve la certeza que ni siquiera podría rescatar una honrosa salida de ese lugar.
Busque en vano mis caballeros, mi guardia estaba contenida en las torres sin posibilidad de expansión.
Se aproximó lentamente mi rival. Nos habíamos controlado a la distancia, nuestros movimientos habían sido mínimos al principio y mas adelante cada uno de nosotros trató de apuntalar la tarea de nuestros hombres .Se acercó, por primera vez en la noche me dirigió la palabra “el juego terminó”, y con un gesto indicó a un caballero que tomase posición, desenvainase la espada. Así hizo y en posición decidida, me miró, esperando una respuesta, o tal vez una impensada súplica.
De golpe, cuando estaba evaluando la posibilidad de una fuga, una nube pareció oscurecer el salón. Sorprendidos miramos hacia arriba y vimos como, lo que parecían dos dedos gigantes, se aproximaban, tomaban suavemente mi cabeza, casi con dulzura, en realidad, tristeza .Un tercer dedo se apoyo en mi cintura y suavemente me obligaron a inclinarme hasta ponerme en tierra.
La mano se extendió, se encontró con otra mano igual y se juntaron en un apretón que marcaba el final y el relax.
El ruido al caer dentro de la caja de madera, marcó el fin de la jornada, otra más. Pensé que era un tonto al creer que era yo quien elegía libremente, pero era mi destino. Solo desee que, mañana, alguien tenga el coraje de atacar sin imprudencia, que mi mujer, la reina, sea menos impulsiva y avasalladora, y que sea yo quien pueda decir “Jaque, se acabó el juego”.

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1 comentario

  1. 1. Zelfus dice:

    Leyendo los textos de este mes he encontrado algunas bonitas y originales ideas. Está muy bien, me alegra leer sobre ajedrez con buenas descripciones. No sé si ser podría mantener el suspenso por un tiempo más prolongado… Eso y un final mas emotivo serían los pequeños cambios que le haría. Sigue por ese camino!

    Escrito el 28 abril 2014 a las 17:17

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