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JUEGO DE NIÑOS - por Brillo De Luna

JUEGO DE NIÑOS

«¡Antonio, ayúdame!», es la voz de Pedro que me llama en sueños pidiéndome auxilio, que se muere, que no le deje. He intentado con psicoterapia, regresiones, hipnosis, pero nada parece funcionar. Treinta años más tarde, el recuerdo de ese fatídico día no me deja vivir en paz.
Ese viernes, luego de escuchar la campana, como un rebaño de cabras enloquecidas saltamos de nuestros asientos y salimos en tropel por las puertas de la escuela. ¡Adiós quinto grado, bienvenido verano! Un grupo de compañeros fuimos corriendo en dirección a la playa y al llegar a la arena los libros, ropa y zapatos quedaron amontonados bajo una palmera. Luego de chapotear por un rato en medio de las olas, alguien propuso jugar a “los retos”, nuestro entretenimiento favorito.
—¡El primero que recolecte veinte caracolas será nombrado “jefe”!
Entonces, llenos de ilusión por ganarnos el respeto de los demás, nos pusimos a buscar los crustáceos en la orilla. Luego de tostarnos un largo rato bajo el candente sol, César anunció con un grito de júbilo haber completado el reto. Pero no bien hubo festejado su victoria, se escuchó el siguiente reto:
—¡Quien construya el castillo más alto, destronará a César y se convertirá en el “sumo jefe”!
Yo estaba seguro de que podría ganar ese reto pues era muy hábil cuando se trataba de arena, así que desafié a César. El “sumo jefe” era un puesto que siempre quise obtener. Luego de la señal de inicio, me puse a cavar; a erigir bases, torres de soporte y hasta un foso alrededor del castillo; finalmente cuando Julio que hacía el papel de árbitro indicó que el tiempo había terminado, compararon las dos construcciones y la mía fue la ganadora. Empezaba a saborear mi victoria cuando, Pedro propuso un desafío:
—¡Quien llegue primero a la “Gruta del Pescador” y traiga un objeto de su interior, será considerado “El Jefe de los jefes”!
Los ojos de los demás se abrieron en expresión de miedo y asombro; atardecía, la marea estaba subiendo y era de conocimiento popular que en aquella gruta iban a parar los restos de barcas naufragadas y en varias ocasiones, también los cuerpos sin vida de sus tripulantes.
A pesar del temor que empezaba a adueñarse de mis pensamientos, decidí que no perdería el puesto que tanto había añorado y menos aún, ante Pedro, que no era nada más que un pobre niño obeso.
A la cuenta de tres dejamos atrás la línea de partida y corrimos en dirección a la gruta; el mar avanzaba cada vez más por la orilla y al llegar a la entrada de la cueva el agua me cubría hasta las rodillas. Titubeé un poco pero, Pedro estaba a pocos pasos detrás de mí así que decidí continuar. La gruta era más profunda de lo que imaginé y a medida de que me iba adentrando, la luz disminuía paulatinamente; de pronto: ¡Aaaay!, grité; sentí un agudo dolor como si algo me hubiera cortado el talón, la luz era escasa y retrocedí algunos pasos saltando en un solo pie para mirar qué me había ocurrido. En efecto, me sangraba el pie y me dolía mucho. En eso, me alcanzó Pedro y siguió adelante sin siquiera detenerse.
—Ten cuidado, me he cortado con algo, está muy obscuro allí adentro —le dije.
—¿Y dejar que sigas siendo el jefe? —contestó—, ¡ni pensarlo!

El mar ahora me llegaba hasta la cintura y me resultaba muy difícil continuar así que decidí nadar hacia afuera. De pronto, una ola gigantesca chocó contra la entrada de la gruta y el nivel del agua súbitamente creció hasta llegar a mi pecho. Me esforcé aún más por salir de allí y desde el fondo de la gruta escuché a Pedro exclamar:
—¡Antonio, ayúdame, no puedo salir!
Le dije que iría por ayuda y que tratara de seguir nadando pero él seguía implorando que no me marchara.
Mientras tanto, preocupados por nuestra demora, uno de los muchachos había ido a buscar ayuda y un par de guardavidas estaban en camino; el primero de ellos me ayudó a salir hacia la orilla y el otro fue a buscar a Pedro. Un tumulto de gente nos esperaba y desde lejos se escuchaba unos gritos desesperados que se acercaban:
—¡Mi Pedro, mi hijo, donde está mi hijo!
Minutos más tarde el segundo guardavidas regresó solo. Un pudo encontrar a Pedro.
Entonces me volví hacia los muchachos y con el corazón destrozado les dije:
—Se acabó el juego.

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2 comentarios

  1. 1. Chiripa dice:

    Brillo….

    De veras que creaste un buen suspenso que ha ido in crescendo a medida que has desarrollado el relato.
    Me gusta cómo lo has estructurado y también que lo has narrado con la fluidez que permite la lectura de un tirón.
    Retratas a la perfección el espíritu competitivo de los muchachos, la competencia y la osadía

    Enhorabuena y feliz semana

    Escrito el 29 abril 2014 a las 06:06
  2. 2. Brillo De Luna dice:

    Gracias Chiripa, tu comentario es muy enriquecedor.

    Escrito el 29 mayo 2014 a las 15:03

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