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Suertes al por menor - por Lilim

Suertes al por menor.
¡Se acabó el juego! Escupió entre dientes la frase, mientras esperaba el avance de la siguiente oleada plantando firme los dos pies en el suelo.
Un castillo de plexiglás en el centro de un parque infantil tal vez no sea el mejor sitio para plantar cara, pero nadie elige el lugar donde lo va a pillar el fin del mundo, además, reflexionó, un castillo es un castillo y siempre es defendible ante un asedio.
El pequeño foso hecho para asustar a los pequeñajos, de hecho, supuso al final la diferencia crucial entre caer o seguir, y, digámoslo claro, tener alguna opción de atravesar el apocalipsis y ver que había al otro lado.
Aunque claro, para eso todavía había que seguir vivo un minuto más, una hora más, una oleada más y rezar (a nadie en concreto, aunque esa sea la mayor de las ironías en medio del armagedón) porque fuera la última.
Secar el sudor de las palmas, flexionar las rodillas, apartar el pelo de los ojos, echar una ojeada sobre el parapeto… Tics y manías que marcaban el tiempo mucho mejor que los relojes inservibles que jalonaban el parque, incapaces de ponerse de acuerdo en si eran las diez de la mañana o las ocho de la tarde.
Ver el cielo ayudaría tanto, pero fue lo primero que perdimos a manos de estos cabrones que, oleada a oleada, nos han ido arrebatando a pedacitos el mundo que creíamos tan nuestro y tan seguro.
Claro que ya estábamos advertidos que la soberbia nos llevaría al infierno de cabeza.
Lamentarse es de estúpidos y los estúpidos no sobreviven, se recordó.
Crujió los nudillos y estiró una a una las articulaciones entumecidas… Por suerte no hay elemento sorpresa en un castillo traslucido, pero es inevitable asomarse una vez más para controlar si se acercan o no.
Ni un alma a la vista, susurró, riendo entre dientes de su juego de palabras, tan tonto como todos los juegos de palabras, pero, que cojones, no había nadie para acusarlo de hacer chistes malos como un dolor.
No fue por falta de advertencias, más bien al contrario, estábamos saturados hasta el hartazgo de que hubiese un apocalipsis en cada esquina, un fin del mundo en cada telediario y un horror agazapado tras cada página escrita.
Eso hizo que nos saltásemos las señales, ahogadas en el ruido blanco de información que todos teníamos a un clic de distancia.
Y nos pillaron desprevenidos.
En mi caso sacando brillo a un castillo de juguete.

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2 comentarios

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Vaya, vaya. No sé por dónde empezar, me parece una propuesta de lo más interesante y ahora me asaltabn un montón de incógnitas que dejas entrever. Te felicito por haber dejado tantas posibilidades abiertas y por un relato redondo.
    Por decirte algo constructivo, en la frase: “que cojones”, creo que ese “qué” debe ir con tilde. Pero me encanta, añade realismo.
    Enhorabuena.

    Escrito el 2 mayo 2014 a las 07:52
  2. 2. Lilim dice:

    Muchas gracias por acercarte a leerlo 😉 me encanta que te guste y tienes toda la razón, ese “que” lleva una tilde como un castillo de grande :P.

    Escrito el 3 mayo 2014 a las 19:40

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