El tipo que tenía el Funk - por Keeper Tom

Caminaba por la calle, no como lo haría un hombre, no, él no, ya que él tenía ese <<no sé qué>>. Me fue imposible no clavar los ojos en ese hermano, no pude evitarlo, que va. Lo vi de lejos y ya, con distancia de por medio, exclamé: ¡Uau! Ese tío lo tiene, no es uno de esos, uno como… ¡Joder, yo soy uno de esos!, pensé. Cuando pasó por mi lado, sin mirarme, sin notar que estaba allí, en la calle, cerca de él, no me enfadé, no, imposible, porque supe que él nació para ser contemplado, para ser admirado, no para fijarse en otros. Al sobrepasarme se me cortó el aliento, te lo juro, me quedé sin aire tío, noté como algo de mí se negaba a separarse de él. Ese día todo se me jodió, se me fue a la mierda, la tristeza me cogió de la mano y no me soltó, y todo… todo fue por él. Él tenía el Funk, él tenía el Funk.

Eran finales de los sesenta, y el funky dominaba, mandaba tío, nada de esta cultura pop de ahora, que va. Ya en aquel entonces sólo unos pocos entendían esta filosofía… Perdona, déjame que me corrija, porque tachar de filosofía algo así… no sé, no es lo más adecuado. A ver si me explico amigo. No es sólo una cultura, una forma de ver la vida, ni siquiera se limita a un estilo musical, que va, esto es mucho más profundo colega; mucho más profundo, mucho más. Esto lo tienes o no lo tienes. Puedes intentar imitarlo, y nos reiremos de ti. Puedes querer tocarlo y, amigo, te la pegarás. Créeme, sé de lo que hablo. Aquí donde me ves, con tantísimos años a mis espaldas, rocé el Funk. Fue como estar en el… bueno, en el sitio ese en el que todo es… El Paraíso o por el estilo, ¿me sigues?

Cómo te iba diciendo, estaba arriba colega, en la cima del mundo. Y miré hacia abajo, miré hacia abajo y todo fue paz tío, paz. Tuve una revelación: vivimos en un circo y nos vestimos de payasos, payasos que intentan sobrevivir a su propia comedia. Pero yo no, yo estaba arriba. Hablo en pasado colega, en pasado. Es triste reconocerlo, pero ahora no puedo verlo, el Funk se separó de mí para no volver. Fue un instante, tan sólo un instante que duró un par de años, pero bajé, y entonces: ¡puf! Todo se esfumó.

El problema fue cruzarme con él. Tío, ese negro se deslizaba, no andaba, para él la calle era como su propia autopista, y los demás éramos árboles a sus lados. Nadie se le ponía por delante. No había motivo para evitarlo, pero te apartabas, bueno, más bien te detenías a contemplarlo. ¡Joder, ese hermano mandaba! Recuerdo que intenté odiarlo, ¿sabes? Por aquel entonces me creía alguien en el barrio, todos admiraban a este negro, todos. Pero llegó él y, bueno, de pronto me vi, literalmente, vestido de payaso, como todos los demás. Dos años en lo alto, dos años creyendo tener el Funk. Intenté odiarle por destronarme, imposible. Después de un tiempo lo vi, era imposible odiarle porque él era así, no fingía, era honesto, él tenía el Funk, nada más.

—Oye Carl, esto… ¿me dejas la botella? —solicita otro vagabundo desde debajo de lo que parece una manta.

En los suburbios de la gran ciudad la vida es así, presa de las adicciones, uno sólo tiene sus historias, y puede contarlas o no. Carl era de los que contaba su historia, sí, aunque lo hacía para oyentes que sólo él podía ver, que sólo él podía ver al cerrar los ojos, borracho.

—Venga Carl, déjame darle un beso —dice alargando una mano hacia la botella.

Carl no opone resistencia cuando le es arrebatada de entre los brazos, porque Carl no está allí, le da igual lo que le pase a la botella, al menos hasta mañana. Carl está a finales de los sesenta, Carl está disfrutando de su historia, del tipo que tenía el Funk.

Estas líneas son un experimento, otro de mis muchos experimentos. He intentado respetar el reto propuesto, pero a veces, y más al recrear la historia que te transmite una canción, es imposible ser fiel a las reglas. Texto escrito gracias a Earl King, más concretamente escuchando su: “Do Re Mi”.