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ALGODÓN DE AZÚCAR - por Dulce Badillo

Irina saluda sentada elegantemente en el aro, su vestido es brillante como un cielo cubierto de estrellas… si, todas las estrellas brillan sobre ella, las estrellas viejas y las estrellas nuevas, los universos que recién nacen, ya todos están en su traje circense y explotan, se expanden con el alegre aplauso de la gente.
El cuerpo de la artista se contorsiona de manera fantástica en las alturas, abajo, el vértigo estruja las entrañas de Enrique ¿Qué pasaría si ella cayera? Se volvería loco de tristeza, se treparía al aro, no, más alto, al trapecio y se dejaría caer también a los brazos de la muerte.
El acto ha terminado, Irina desciende con gracia y lanza un beso hacia la multitud. Su beso ha empapado al mundo, su beso tiene destellos de algodón de azúcar como las golosinas que venden en la entrada del circo… si, su beso es algodón de azúcar, palomitas con caramelo y burbujear de sodas y es invisible como Dios, y como Dios, es sagrado y solitario y sólo es real para Enrique cuya vida comienza y acaba ahí, en el espacio entre la palma y los labios de la artista; para nadie más existe el beso, toda esa gente sólo espera a que entre el domador de tigres.
El momento ha llegado, los artistas se despiden del público caminan en el centro de la carpa, Irina sonríe.
“Me ha visto, juro que me ha visto”
La mirada de la mujer se detiene en uno de esos rostros, sus ojos dicen palabras que ningún idioma ha capturado, sus ojos están tristes o tal vez han contenido demasiados mundos, sus ojos están tristes como los de los tigres que miran a través de los barrotes de sus jaulas.
La función ha terminado…
“Volveré mañana, igual que ayer, tal vez la encontraré en la salida o la entrada y le diré “hola”. Si, volveré mañana, mañana tendré más suerte”
Enrique fantasea de camino a casa…
“Volveré. Sí yo pudiera verte mañana, te invitaría a algún sitio y hablaríamos por horas, me contarías del mundo que has recorrido con tus delicadas zapatillas de piel blanca, iríamos a esa cafetería donde sirven galletas de maíz, te llevaría a dar un paseo por las calles del pueblo y tal vez te enamorarías de ellas, te enamorarías de mí y olvidarías tu vida de gitana y te quedarías enraizada a esta tierra, enraizada a mis brazos, por la eternidad.
Mañana, sí tan sólo te veo mañana, sí tan sólo te digo “hola” nuestros destinos podrían cambiar, tal vez, sí tomo tu mano al saludar Dios atará nuestras vidas como a los cordones de sus zapatos… mañana, mañana, si, mañana será mi día de suerte.”
Atardece, el sol pinta las nubes de color rosa, como el algodón de azúcar que venden en el puesto de golosinas del circo, parece que los ángeles han esparcido besos no dados sobre el cielo, son los besos de Irina que nadie ha visto, que nadie ha puesto en sus labios.
Atardece, el sol se ahoga tras las montañas, las estrellas intentan parpadear y los mundos que apenas nacen se ocultan a los ojos del hombre, el universo luce negro y estático.
El viento húmedo sopla sobre la tierra aplanada, esta noche no habrá función, el circo se ha ido.

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3 comentarios

  1. 1. Ana Vera dice:

    ¡Oh, qué lástima! ¡No habrá un mañana para Enrique! ¡Por indeciso!

    Escrito el 28 mayo 2014 a las 17:47
  2. 2. José Torma dice:

    Que tal Dulce.

    Muy bonito relato, reflejas emociones y sentimientos contenidos con los que es facil relacionarse. Si algo te puedo sugerir, es que no abuses de la conjuncion “y”, creo que la vi como 7 veces en un solo parrafo. Algo que creo puedes revisar para darle otro ritmo al relato.

    Muchas felicidades, me gusto mucho.

    Escrito el 9 junio 2014 a las 17:42
  3. 3. Dulce Badillo dice:

    Gracias por sus sugerencias amigos 🙂

    Escrito el 27 noviembre 2014 a las 23:14

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