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La Mudanza - por Julieth Ruman

El autor/a de este texto es menor de edad

Los viajes eran como un circo interminable, éramos nómadas, vagábamos de ciudad en ciudad buscando un lugar donde encajar, donde las excentricidades sean bien vistas. Somos errantes de la vanagloria. No importa a qué lugar vayamos seremos siempre desconocidos, tan sólo un grupo de acróbatas, tragafuegos, payasos, contorsionistas y magos. Una pieza que durante mucho tiempo se ha negado a encajar que, sin embargo busca el lugar al que pueda pertenecer.
La calma no era un término usado en casa en especial los días de mudanza, que eran exactamente cada tres meses; nunca entendí las razones de por qué un par de eruditos debían de mudarse constantemente sabiendo que tenían cinco hijos. Tomé con ambas manos la robusta maleta color carmesí y bajé forzosamente las escaleras dirigiéndome al auto. Pasé frente al comedor donde los gemelos de ocho años se regodeaban junto a un plato del famoso aderezo picante de mamá. Se turnaban para tomar un bocado gigante de aderezo y ver quién podía mantenerlo más tiempo en la boca antes de escupir la viscosa salsa del color del fuego. Escuche como mi madre les gritaba desde el segundo piso que se detuvieran, ellos ni prestaron atención. Caminé otro cinco pasos pasando por la sala y me encontré con mis otros dos hermanos de doce y trece años que aprovechaban el desorden para disfrazarse; era inevitable reírse al verlos: unos de ellos había abierto la maleta de ropa vieja y se había puesto el atuendo militar de papá, le quedaba increíblemente ancho y la gorra era tan grande que le cubría los ojos; el otro se vistió con el vestido de novia de mamá con el velo e incluso los zapatos. Al notar que yo los miraba y me reía ellos me reverenciaron: uno como si yo fuera su superior y el otro como una dama educada que saludaba a su esposo, aun reverenciando y de forma perfectamente sincronizada me dijeron.
— Bienvenida.
Uno con una voz bastante gruesa y afinada y el otro con una voz aguda y desmedida. No pude evitar soltar enormes carcajadas y ellos orgullosos volvieron a sus asuntos. Escuche como mi madre les gritaba desde el segundo piso que devolvieran la ropa a su lugar, ellos ni prestaron atención. Salí de la casa por la puerta principal, aun con dificultad llegué al auto donde papá organizaba el equipaje en la parte trasera. La vieja minivan tenía un portaequipajes bastante amplio aun así debido a la cantidad de objetos personales de las siete personas existentes en la casa, organizarlos era como armar un enorme y complejo rompecabezas y el único capaz de armarlo satisfactoriamente era mi padre. Utilice toda mi fuerza para colocar la maleta en el oscuro compartimento, mi padre me detuvo en seco.
— ¡espera un momento!
— ¿Qué ocurre? — refute enojada.
Él tomo la maleta y la puso en el suelo nuevamente, recargo sus brazos en ella, luego elevó su mano derecha apoyando su mentón en ella, mirándolo fijamente era obvia la comparación; era la viva imagen de El Pensador de Auguste Rodin. Le deje tranquilo con el equipaje después de todo su concentración estaba al máximo aunque al fin y al cabo le daba resultado ya que el portaequipajes quedaba tan bien organizada que parecía hecho con magia; entré al auto y me senté en mi lugar. Desde la ventana pude ver como mi madre es esforzaba para que sus hijos varones estuvieran listos, se intercalaba entre lavarles los dientes, peinarlos y terminar de vestirlos, parecía un pulpo de la cantidad de cosas que hacía a la vez además de que se contorsionaba entre los niños como si no tuviera esqueleto. Pasó una hora y por fin habían terminado, todos se subieron al auto, luego mi madre sermoneo sobre las reglas que debían tenerse en el auto, al ver que no le escuchaban empezó a decirlas más fuerte y los chicos (yo incluida) le respondimos con un sonrisa.
— Sé feliz mamá.
Estaba a punto de gritarnos nuevamente hasta que mi padre la calmó, le dio un beso en la mejilla y sonriendo le dijo.
— Sé feliz cariño.
Ella no disimulo ni su risa ni su confusión.
— A ustedes definitivamente… ¿cómo debería llamarlos?
— Circo — respondí inmediatamente con la risa en la boca
Todos se miraron fijamente esforzándose por entender mis palabras y después empezaron a reírse afirmando lo que acababa de decir, papá arranco el auto y vi como la vieja casa desaparecía a lo lejos.

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3 comentarios

  1. 1. Ana Vera dice:

    Hola, Julieth!!

    He leído tu relato dos veces: creo que la utilización del lenguaje es muy buena, que el mundo de los niños está muy bien descrito y creo que el mundo del circo está muy bien traído, es una perspectiva diferente, muy original.

    Lo que no me queda muy claro es qué problemática hay detrás, por qué tienen que mudarse cada tres meses, quizá un caso de custodia compartida??

    Escrito el 28 mayo 2014 a las 09:10
  2. 2. José Torma dice:

    Me ha gustado mucho. Hay un par de cosas que no me quedan claras pero creo que no hacen desmerecer el relato. No se si un niño se estaria quiero una hora esperando a que llegaran sus hermanos.

    Queda la duda sembrada del por que del constante cambio, tal vez sea parte de una historia mas larga.

    Felicidades

    Escrito el 29 mayo 2014 a las 00:16
  3. 3. Escarlata dice:

    ¡Hola Julieth! Una historia interesante que compara el circo con el mundo de los niños. Además deja un final de suspense, ya que al principio tampoco se deja claro el porque se deben mudar. Te invito a leer mi relato y a que me des tu opinión.
    Felicidades y un saludo;)

    Escrito el 1 junio 2014 a las 13:32

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