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LA SUERTE DE MATILDA LINARES - por Aristides Neppo

LA SUERTE DE MATILDA LINARES
Aristides Neppo

Martín Román mirό por décima vez su reloj, eran las 3:00 de la tarde de ese día gris. Hacía más de dos horas que esperaba allí, sentado sobre la dura superficie de un banco del parque. Debía encontrarse allí con Matilda Linares, su ex novia. Mirό al cielo y observό nubes grises. Era evidente que llovería esa tarde. La idea de la posible lluvia lo inquietό. No le gustaba la lluvia. Hacía un calor espeso y pegajoso que le hacía sentirse incόmodo. Le inquietaba su encuentro con Matilda Linares. Después de dos años, dos meses y tres días de abandonarlo, ella le citaba en aquel lugar con propόsitos no definidos, y él aceptό sin interrogantes. Aún dudaba sobre el por qué había accedido a aquel encuentro sin la más mínima pregunta. Matilda Linares había sido la mujer de su vida. Complicada y muy celosa, pero aún la amaba como nunca imaginό que podría amar en su vida. Pasaban los minutos y él se sentía ansioso. Esperaba verla aparecer en la calle, en cualquier esquina, o quizás a su espalda, como si sobrevolara su nuca. Sentía escalofríos recorrer su cuerpo. Sus ojos tropezaron con un diario en un banco cercano, mirό a todos lados, se acercό y lo tomό. Era un diario de hacía dos días. Una noticia en la segunda página llamό su atenciόn: un hombre había sido asesinado en el interior de su apartamento; le habían cercenado la garganta con un cuchillo de cocina. Según la policía, había señales de violencia en toda la escena del crimen y todo apuntaba a que había sido un crimen de tipo pasional, por lo que, indudablemente, la participaciόn de una mujer se daba por hecho. Cruzό sus piernas largas mientras sus manos huesudas sostenían el periόdico sobre su jean gastado. Para cuando hubo terminado de leer los pormenores sobre el asesinato, Martín Román ya no soportaba la espera. Sus ojos de café negro iban y venían recorriendo cada rincόn, cada banco y cada esquina del parque, deseando encontrarla sentada en algún lugar. Esperaba verla venir en cualquier momento y de cualquier lugar. Pensaba y recordaba a Matilda Linares; la tortuosa relaciόn con ella y su imprevisto final. Toda su fortaleza interior se vino abajo como un castillo de naipes aquella tarde cuando al llegar a su apartamento, se encontrό conque ella se había marchado. Lo había abandonado sin siquiera un beso de despedida. Su mundo pareciό derrumbarse entonces. Perdiό todo el control de si mismo, empezό a ahogarse en alcohol, pero nunca conseguía emborracharse lo suficiente, porque ya estaba embriagado de amarguras. Fueron sus peores momentos; su vida parecía un circo. Jamás volviό a atrapar de nuevo su propia cordura. Soñaba con ella los sueños más locos de toda su miserable existencia. La veía en cada mujer a su paso, en la calle o en su trabajo. Aprendiό a dibujarla de memoria; las paredes de su apartamento empezaron a llenarse de su rostro. Sus cuadernos de notas, sus libros, las palmas de sus manos, las piernas de sus pantalones, todo su ser y todas sus pertenencias se fueron llenando del rostro de ensueños de Matilda Linares, de sus ojos traviesos y su mirada cálida. Ahora, a dos años, dos meses y tres días de distancia en el tiempo, aún podía oler su piel de trigo. Aún podía disfrutar el paisaje de su abundante melena negra ondulada por el viento, y aspirar la tibia frescura de su aliento. Un repentino ulular de sirenas y una mezcla de gemidos y palabras fuertes lo sustrajeron de sus pensamientos. A pocos pasos, varios agentes policiales sometían y esposaban a una joven mujer que yacía tirada boca abajo en el pavimento. Ella lo miraba a él con una expresiόn suplicante. Aquel rostro descompuesto por los esfuerzos que hacía por sacudirse de los oficiales que la aprisionaban como tenazas; ese rostro inolvidable, le suplicaba ayuda. Martín Román estaba petrificado, no lograba encontrarse consigo mismo en aquel supremo instante. Ahí, frente a él, estaba Matilda Linares, mirándolo con mirada extraviada. Con una palidéz de muerte en su rostro de trigo maduro. Para cuando Martín Román pudo reaccionar, ya los oficiales habían introducido en la patrulla a la mujer, que aún lo miraba desde el auto a través de los cristales. Dos días después, se enterό que Matilda Linares, cansada de maltratos de toda índole, en una pelea, le había cercenado la garganta a su novio, utilizando para ello un cuchillo de cocina.

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3 comentarios

  1. 1. Ana Vera dice:

    Creo que tu estilo es realmente bueno y que escribes muy bien, sin embargo, hay como una desproporción entre la calidad de tu prosa (muy buena, como digo) y las emociones que consigues transmitir, porque a pesar de que lo que cuentas es muy tremendo, no entiendo por qué a mí personalmente no me ha conmovido. Quizá porque está todo demasiado expresado.

    Un abrazo!!

    Escrito el 29 mayo 2014 a las 09:26
  2. 2. lunaclara dice:

    Hola Aristides: Escribes muy bien, tienes mucho potencial. Yo sí he sentido las emociones del chico abandonado e ilusionado por volver con su novia.
    ¿Puedo aconsejarte que utilices el punto y aparte para separar los párrafos?
    Quedaría mucho mejor si lo desarrollas un poco más sin el límite de las 750 palabras.
    Felicidades!

    Escrito el 29 mayo 2014 a las 10:02
  3. 3. José Torma dice:

    Que tal Aristides.

    Que tal con la Matilda Linares? como recurso me choco un poco, pero entiendo que lo estabas narrando tipo redaccion de periodico.

    Lo que te dice Lunaclara es lo que yo siempre peleo. Hay veces que un supertexto se nos pierde porque es dificil leerlo cuando esta tan comprimido. Separando parrafos logras que circule el aire y hace fluida la lectura.

    La historia se me fue de las manos en el momento de la noticia del periodico, ya que se torno predecible. Aun asi como te comentan, tienes una prosa esquisita que tal vez con algunos ajustes logre mas impacto.

    Saludos.

    Escrito el 6 junio 2014 a las 22:06

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