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El escalofrío - por Verónica

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Hacía más de 20 años que no pasaba por allí, pero el aniversario de la muerte de su hermana parecía el día más indicado para visitar el sitio donde ocurrió todo. La escuela estaba tal y como la recordaba de niña. La gran puerta de madera con sus tres escalones delante donde solían sentarse a esperar que su madre las recogiera seguía intacta. Cerró los ojos e imaginó a todos aquellos niños que habían entrado por esa puerta, unos emocionados por sus primeros días de colegio y otros quizás no tanto. No vio a nadie alrededor, así que se dirigió a la parte de atrás. Allí estaba, solitario y triste, el patio donde vigiló a su hermana tantas veces. Su madre le había inculcado muy bien que las hermanas mayores deben cuidar de los hermanos pequeños y así lo hizo cada uno de los días que compartieron juntas en esa vieja escuela.

Había un viento gélido en el ambiente y el lugar se sentía sobrecargado. Una energía extraña impregnaba aquel patio. Demasiados recuerdos. Se sentó en uno de los columpios en silencio, observando la piscina de arena, el tobogán, los rastros de dibujos en el suelo. De repente, un escalofrío le recorrió la nuca y la obligó girarse.

-¡Me habéis asustado!- exclamó al ver a dos niños pequeños detrás de ella. Parecían tener entre cinco y siete años e iban vestidos con unos babis azules- ¿Qué hacéis aquí solos?

-Es la hora del recreo. Venimos a jugar, como todos los días- contestó el que parecía más mayor con una sonrisa pícara sin soltar la mano del más pequeño.

-¿Solos?-hizo una pausa larga-¿Queréis subir al columpio?-preguntó con ternura.

El más pequeño asintió sin decir una palabra; no paraba de mirarla fijamente y sonreír. Lo ayudó a subir al columpio como si fuera su propio hijo mientras el otro niño los observaba y lo empujó despacio.

-¿Sabéis? Yo tenía un babi exactamente igual al vuestro. Venía a jugar con mi hermana a este patio todos los días en el recreo también- explicó con nostalgia.

Entonces el niño mayor, que la escuchaba con atención de pie junto al columpio, le hizo un gesto para que se agachara y le susurró en el oído:

-Ella no está aquí-.

El mismo escalofrío anterior le recorrió el cuerpo entero. Lo miró sorprendida, pero por alguna razón, no sintió miedo. El grito de su marido a lo lejos, desde la verja del patio, la sacó de su trance:

-¡Vamos! Tenemos que irnos ya. Tengo el coche en doble fila-.

-Un momento-le respondió ella mientras se ponía de pie, girando la cabeza para confirmarle que lo había visto- Dame sólo un minuto más- volvió a mirar hacia el columpio, ahora vacío-¿Dónde están los niños?

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