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Eyreen - por Sonia Pozo

El autor/a de este texto es menor de edad

—¡Eyreen, cuidado!— gritó una voz. Ella no supo reconocer a quién le pertenecía en ese momento, pero no se le habría pasado por alto de haber sido cualquier otro día. Aquel en particular ella ya se había sentido aturdida desde el primer minuto, como si tuviera los sentidos embotados. Sentía que podía desmayarse en cualquier momento.

Su espalda se encorvaba a pesar de que ella siempre caminaba erguida. Le costaba mantener los ojos abiertos. No entendía nada.
Algo duro golpeó la parte trasera de la cabeza de la desdichada niña y ella parpadeó, confundida.
Aún estando como ella estaba, todavía fue capaz de sentir como la indignación coloreaba sus venas. Se dio la vuelta con la intención de devolver el pelotazo a algún pobre desafortunado, y se encontró cara a cara con un ser de brillantes ojos púrpura y hechizante mirada. La criatura batió sus alas transparentes con placentera curiosidad, y echó a volar por encima de la cabeza de la niña, que observaba la escena boquiabierta.
Eyreen se frotó los ojos, segura de que estaba soñando. Sus padres siempre le habían dicho que los seres mágicos no existían; que eran solo antiguas criaturas mitológicas que llenaban los libros con un montón de información totalmente distorsionada e irreal. Basura. Y entonces… ¿Qué era eso que acababa de suceder? Quizá solo fuese una ilusión. Sí, eso era.
Convencida de esto último, la chica bajó la mirada al patio, con intención de comentar algo con Marco, su mejor amigo.
Pero él no estaba allí, a su lado.
Recorrió con la mirada todo el patio. Aquellos bancos, aquellas paredes pintadas con espray que conocía tan bien. Todo exactamente igual a como estaba hace unos minutos. Entonces, ¿Donde estaban todos?
La criatura emitió un extraño graznido antes de aterrizar junto a ella de nuevo. Eyreen se sobresaltó ante su repentina aparición, y se alejó un par de pasos del extraño ser. Éste ladeo la cabeza, sin comprender.
Entonces le tendió una mano, de dedos separados por membranas como los de una rana. Sin saber por qué, ella la aceptó.
Y entonces la criatura comenzó a arrastrarla hacia la oscuridad.

***

Marco había visto como el balón de baloncesto impactaba en la cabeza de su amiga, ésta se tambaleaba, y después caía al suelo. Corrió hacia ella pero no pudo evitar el impacto de su cuerpo contra el suelo.
Eyreen había caído bocabajo. Él la volteó con cuidado y esfuerzo, seguro de que su mejor amiga le estaba gastando una broma. El resto de sus compañeros se arremolinaba a su alrededor formado un círculo compacto. Ella tenía los ojos cerrados. Probó a pegarle suavemente, incluso a hacerle cosquillas; sabía que Eyreen era incapaz de no reírse.
Pero la niña no se movió, ni siquiera pestañeó. Colocó una mano sobre su corazón, esperando oír los fuertes latidos golpeando contra su pecho.
Solo el silencio respondió a sus súplicas.

***

Óscar comenzó a ponerse nervioso cuando dejó de oír los gritos de los críos, y sin levantar la vista de los apuntes que estaba repasando, dijo:

—¿Dónde están los niños?

Mireia, la otra monitora en guardia de la escuela, los buscó con la mirada, sin obtener resultados.

—Probablemente estén detrás del seto, jugando a algo. Ya los conoces; nunca se están quietos.

Óscar asintió.

—Aún así, iré a echarles un vistazo. Por si acaso. Ya sabes.

Mireia mordió la tapa del bolígrafo que sostenía sin perder la concentración en lo que estaba haciendo, y asintió. Óscar bajó del banco y se encaminó hacia los frondosos árboles que adornaban un rincón del patio escolar. Siempre le había gustado su olor; a campo, hojas, humedad. Resultaba revitalizante sentarse allí.
Comenzó a asustarse realmente cuando una de sus alumnas más pequeñas salió de allá, veloz como un rayo y con las mejillas bañadas en lágrimas, y se aferró con sorprendente fuerza a su pierna. Cada vez más preocupado cargó a la pequeña en su espalda y dobló la esquina de los árboles.
Los niños estaban todos agrupados muy juntos, rodeando algo. Óscar se abrió paso apartando con mano firme a los críos hasta llegar al centro.
Una niña, de no más de nueve años, yacía en los brazos de un compañero. Ni siquiera sabía su nombre. Éste le acariciaba el rostro con hechizante concentración.
Estuvo a punto de darse la vuelta y suspirar aliviado cuando notó que el pecho de la niña no subía y bajaba.

—Oh, Dios— susurró acercándose. Luego más alto:— ¡Mireia! ¡Llama a una ambulancia! ¡Es urgente!

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1 comentario

  1. 1. Nhoa dice:

    750 palabras justas. Tenía que comentarlo, es en cierto modo adorable.
    Me gusta. Es raro, un poco inconexo, pero da pie a que tú mismo lo conectes (no sé si me explico). Me resulta curioso además que sea capaz de imaginar a la criatura a pesar de que la descripción sea tan breve.

    Escrito el 28 octubre 2014 a las 19:52

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