Columpios rotos - por V de Valdés

COLUMPIOS ROTOS

Ya habían pasado tres semanas desde la última noche que estuvieron juntos. Nunca habían dejado tanto tiempo entre escarceo y escarceo. Creía que la utilizaba, que se desquitaba con ella, que aquella avidez con la que él recorría su cuerpo no era pasión sino rabia, que el ardor que emanaba de su musculosa piel al verla no era deseo, sino más bien furia. Temblaba solo de pensar que sus suposiciones fuesen ciertas. Pero comprendía el infierno por el que estaba pasando y le dejaba hacer. Lo amaba desde el primer encuentro y anhelaba desesperada el siguiente. Estaba hambrienta de caricias, sedienta de besos. El aire que los separaba le quemaba los pulmones. Aceleró el paso para salvar esa distancia cuanto antes. Giró la esquina del gimnasio y lo encontró.

Estaba solo, en el patio, meciéndose en uno de los columpios sin ánimo alguno, como una marioneta sin cuerdas. Sostenía un cigarro en su mano derecha, aunque más bien parecía que el cigarro estuviese sujetando la pesada mano, sudando humo por el esfuerzo. El humo ascendía, caprichoso, perdiéndose en el gris de su mirada.
—Sabes que no está permitido fumar dentro del colegio, Marco, y menos en el patio, a la vista de todos. Por cierto, ¿dónde están los niños?¿no tienes clase a esta hora?
—Están en el gimnasio, con Paula, la nueva. No estoy de humor para jugar al balón prisionero, así que da ella la clase.—tiró el cigarro a la basura y la miró directamente a los ojos— Ya sé que eres la directora y tienes que llamar al orden, pero un día es un día.—dudó un instante y finalmente añadió— Hoy hace seis meses.
—Lo sé— dijo ella aproximándose hasta que la boca de Marco notara el acelerado pulso de su cuello.
—Sofía, por favor — le imploró.
—¿No me has echado de menos? —le besó la frente—¿ Ni un poco? —continuó repartiendo besos por el rostro de Marco hasta que éste la apartó de su lado con sus hercúleas manos.
—Aquí no. No a la vista de todos— dijo en tono gélido.
—¿Pues dónde si no? —estalló Sofía— ¡Llevas evitándome semanas! —y ,aterrada, formuló la pregunta cuya respuesta temía conocer—¿ Es que ya no me necesitas?
—Pues claro que te necesito —le acarició la mejilla con dulzura, suavizado la voz — Hoy más que nunca. Quiero olvidarla, de verdad. Las noches a tu lado me sanan por dentro, me curan. Pero las heridas que me dejó Laura son demasiado profundas. Escuecen. Y mucho —el dolor se palpaba en sus cuerdas vocales mientras hablaba—. Su recuerdo me arde, me quema. Sé que ella no fue buena conmigo, pero cada una de tus caricias, tus curvas, cada suspiro… se me incrusta en el cerebro y la idea de que estoy haciendo algo horrible me martillea la cabeza constantemente.
—Sé que es duro. Ella se fue, te abandonó sin explicación alguna, sin pedirte perdón por todo lo que te hizo. Pero yo sigo aquí. Estoy aquí, ahora.
—Ayúdame a olvidar, Sofía—la atrajo hacía sí—. Hazla desaparecer de mi mente. Bórrala, arráncamela, lo que sea, por favor—Suplicó y ella se dejó llevar.
Se fundieron en un apasionado beso, derritiendo las dudas, los miedos.
Las cadenas del columpio cedieron al peso de algo nuevo.
Tirados, en el suelo del patio, rieron. Eran libres.