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La verdad bajo la máscara - por Marianne

El olor a sal le llenaba la nariz, arena y agua se extendían a todo su alrededor. El sol estaba en el punto más alto del cielo y la brisa le movía en la cabello. Una limonada fría ocupaba su mano izquierda y en su derecha su libro favorito, Orgullo y Prejuicio. Melissa se sentía en completa paz, pero la emoción fue reemplazada lentamente por otra. Angustia. Había algo que debía recordar, algo que debía estar haciendo.
-¡Melissa, despierta! –Melissa se levantó abruptamente de su silla. Se había quedado dormida.
-¿Qué pasa? –preguntó.
-¿Dónde están los niños? –le gritó Stephanie.
¿Qué niños? Pensó Melissa. De pronto recordó donde estaba y que se supone que debía estar haciendo cuando se quedó dormida. Trabajaba como profesora de primer año en el colegio San Joaquín. Los niños se encontraban en hora de almuerzo y era su turno vigilarlos, tarea que evidentemente no estaba cumpliendo.
-No lo sé. –Respondió. Estaba preocupada
-Eres una idiota. Levántate y ayúdame a buscarlos. – la desaprobación se reflejaba en su rostro.
Buscaron en las aulas, dentro de los baños y hasta en el sector del patio reservado para los estudiantes de años mayores, pero no los encontraban. ¿Cómo veinte estudiantes desaparecen sin dejar rastro? Sus pertenencias aún estaban en el patio, loncheras y libros esparcidos por todo lado, pero ellos se habían desvanecido como por arte de magia.
-Pequeños demonios. –dijo en voz baja. –Cuando los encuentre los colgaré del techo. –No le gustaba su trabajo y le gustaban aún menos esos niños.
-A quién van a colgar del techo es a ti si esos niños no aparecen antes de que sus padres vengan a recogerlos. –dijo Stephanie mientras terminaba de mascarse la última uña que no había masticado ya. Su preocupación era evidente. –Hay que decirle al director. ¡Cualquier cosa les pudo haber sucedido!
-¡No! Me va a despedir. Por favor, no le digas. Van a aparecer. Lo están haciendo apropósito para molestarme. Ya sabes como son.
-¡Estás loca! Llevan más de dos horas desaparecidos. No me interesa que pierdas tu trabajo, podrían estar en peligro. –con esto dicho dio media vuelta y se fue. A los pocos minutos regreso con el director.
-Hola, don Carlos. ¿Cómo está? –sudaba frio y el corazón se le salía del pecho.
-Melissa, no quiero escuchar nada de lo que tengas que decir. Solo vine a advertirte que llamaré a los padres de esos niños de inmediato y tendrás que responderle a cada uno de ellos como es que nadie vio hacia donde se fueron sus hijos, luego te iras de mi colegio y no volverás.
-¿¡Qué!? ¡No, don Carlos! Se lo ruego, no me despida. Mi madre ha estado muy enferma y me he encargado de cuidarla yo sola, lo que me deja sin tiempo para dormir. No fue mi intención quedarme dormida. También tengo que pagar por sus medicinas y si me despide lo más probable es que muera.
-Cállate. ¿Olvidas que conozco a tu madre? No eres más que una mentirosa y una vagabunda. –sus ojos reflejaban su furia y la mirada que le dirigió cuando le dijo estas palabras la hicieron dar varios pasos hacia atrás.
Merecidas eran las palabras que el viejo hombre le dirigió. Melissa era una mujer antipática, displicente y egoísta. Pocas eran las personas que la trataban y los que se veían sin más opción de hacerlo no ocultan el desagrado que le tenían. Lo que esas personas no sabían es que todo eso era solo una máscara, debajo de la cual se encontraba algo aún peor.
Melissa no era una persona común y corriente. En su mente vivía un monstruo y la mayoría del tiempo lograba ejecutar planes que la dejarían impune de toda culpa antes de que este tomara el control, pero hoy había cometido un desliz. El monstruo la había dominado sin ningún tipo de advertencia y ella no se encontraba preparada.
Lo que había olvidado terminar de hacer y luego recordado cuando Stephanie le había preguntado por los niños era buscar más hojas.
Antes del almuerzo les había regalado confites a los niños y poco después de que estos habían salido al patio se vieron sorprendidos por su inhabilidad de hablar o moverse. Ella se había acercado a cada uno de ellos con una expresión de éxtasis en el rostro y luego cargado hasta el punto donde ahora descansaban.
Se había quedado sin hojas cuando solo se faltaban dos tumbas por cubrir.

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1 comentario

  1. 1. Chiripa dice:

    Hola Marianne, he leído tu relato de un tirón! Pienso que está bien estructurado y lo has narrado con buen ritmo. El giro final es bueno.
    Te confieso que me sorprendiste cuando describes a Melissa. A mi me venía cayendo bien!!!

    Te anoto unos detallitos para corregir en la versión original:
    * en la mitad de la segunda línea: la cabello
    * “…A los pocos minutos regreso…” esta última palabra lleva tilde: regresó

    Este párrafo me dejó confusa. Quizás quieras darle una vuelta a su redacción:
    “…y la mayoría del tiempo lograba ejecutar planes que la dejarían impune de toda culpa antes de que este tomara el control, pero hoy había cometido un desliz. El monstruo la había dominado sin ningún tipo de advertencia y ella no se encontraba preparada…”

    !Enhorabuena, Marianne! Me gustará volver a leerte.

    Te invito a pasarte por “El Grito (relato # 111) @
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-19/1969

    Escrito el 30 octubre 2014 a las 17:36

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