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Recreo - por Alejandra Allueva

Web: http://madrigueradeletras.blogspot.com.es/

Semana 1:
Julia, profesora de literatura en el excelentísimo colegio de Santa Inés de Talavera, tropezó en el último escalón que daba al patio de recreo. Se recolocó las enormes gafas de pasta y demoró su vista en el objeto que casi la había hecho dar con la frente en el suelo. Un mechero metálico, del color de la plata envejecida. Con cuidado se inclinó para cogerlo, con las rodillas muy juntas, la cinturilla de la falda de tubo ahogándola y el libro haciendo equilibrio entre su pecho y el antebrazo.
—Sorry, it´s mine! —El profundo acento inglés le llegó de refilón sacudiendo su coleta alta y dando el empujón definitivo al ejemplar de Cumbres borrascosas que cayó pesado al suelo.
El nuevo profesor de inglés rozó sus dedos al arrebatarle el mechero y de camino recogió el libro con una sonrisa torcida.
—Emily Brontë —Señaló devolviéndoselo mientras Julia adquiría el color rojo de las camisetas de los alumnos del Santa Inés.
Una áspera afirmación dio pie al profesor a girarse y marchar hasta la esquina izquierda del patio para desaparecer tras el tabique verde que separaba la zona de juegos del contenedor de basura.
Julia se repuso pronto y se entretuvo el resto del recreo leyendo solitaria en el banco de siempre, en medio de cientos de gritos y risas que disolvieron su ansiedad y opacaron la imagen de su alto, rubio y estrictamente elegante compañero de oficio.

Semana 2:
Mathew no sabía cómo había llegado a entablar aquella extraña amistad con la profesora de literatura. Después de haberle subido los colores en un desafortunado primer encuentro, había continuado observándola, disfrutando del tercer pitillo de la mañana, a escondidas detrás del contenedor mientras ella subía y bajaba sus nerviosas pestañas del libro a la esquina izquierda del patio.
Una semana, setentaisiete pestañeos y tres chasquido después los dos se encontraban mirando de reojo al grupito de niños que se afanaba en saltar a la comba. Ella exhalaba aliviada con las gafas en la cabeza,la camisa de botones algo descolocada en los hombros y el humo saliendo de sus labios apretados. El libro yacía olvidado en el suelo.
Mathew sonrió mostrando esa singular curvatura de su boca hacia el lado derecho y comentó en su idioma materno lo interesante que le había resultado descubrir entre los gustos literarios de ella uno de los títulos que habían marcado su carrera profesional. Sin embargo, Julia sólo le devolvió la sonrisa y dio otra calada.

Semana 3:
Julia inclinó la cabeza hacia atrás golpeándose con la pared de ladrillo. Mathew se sumergía en su cuello lamiendo aquí y allá por todo el borde de la camiseta abierta. Los gritos de los niños correteando en el patio, tan cerca, golpeaban contra el contenedor de basura que los evadía del lugar, del espacio que compartían con la inocencia de medio metro y camiseta roja.
Un gemido brotó de los labios de ella y él pronto lo absorbió rodeando a su vez sus muslos llenos de falda y piel, como dividiendo un poema en estrofas y versos. Midiendo con sus dedos las rimas átonas y tónicas de las piernas de Julia. Citando, finalmente, sobre su lengua a Wordsworth, Byron y Keats.
Julia no entendía ni una palabra, ésto era lo más cerca que había estado nunca de aprender el idioma de sus fetiches literarios.

Semana 4:
Dos aros de humo se escaparon de los labios de Mathew, echado detrás del contenedor, en el patio de recreo del Santa Inés de Talavera. Su cabeza sobre el regazo deshecho de Julia, cuya respiración producía un murmullo resonante al salir de sus labios entreabiertos.
«Fantástica», pensó Mathew. Julia era una mujer increíblemente cerrada, rutinaria, incapaz de saltarse una página. Sin embargo, él había conseguido separarla de su régimen como a una palabra de su raíz. La había probado y aprobado. Julia sabía a tiza y a ácaros, y era sobresaliente. Perfecta como ese instante en el que reposaba exhausta apoyada en la pared de ladrillos.
Mathew dio otra calada y antes de soltar el humo se vio con la nuca en el cemento.
—¿Dónde están los niños? —Chilló La profesora de literatura al borde de la histeria, abotonándose la camisa, alisándose la falda, deshaciendo la coleta enredada para rehacerla más arriba tensa— ¿Dónde están los niños? —Repitió ahogada mirando el patio vacío más allá del contenedor.
Mathew soltó una carcajada y apagó el cigarrillo en el ángulo entre el suelo y la pared.
—Honey, it´s Saturday!

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