Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Los niños de la base - por Margarita Alcázar

La sirena del reloj tocó a las once en una mañana fría y húmeda, en la pequeña escuela de la base humana. La profesora indicó a los pequeños que ya era la hora del descanso. Los niños salieron como una exhalación por la puerta para dirigirse a la zona de juegos mientras que su profesora se reunía con el resto del equipo docente.
–¿Qué se sabe? –preguntó ella.
–Por ahora están aguantando, pero los androides son más que en otras ocasiones.
–Dios mío… ¿Y qué haremos si vienen?
–Esconder a los alumnos y rezar, esperando que no pase nada.

Los niños ya se habían distribuido por la pequeña zona cubierta de arena que era su patio. No eran muchos a causa de la guerra. Los que cumplían dieciséis pasaban a formar parte de las filas del ejército o a colaborar en la base.
–¿Quién quiere jugar a humanos e invasores? –propuso Raúl, un chico de unos trece años.
Un numeroso corro lo rodeó y entre ellos se organizaron en tres grupos: los militares, los médicos y los androides. Con palos que simulaban armas, los pequeños se distribuyeron por el patio. Los que no querían jugar con ellos, preferían imaginar que formaban una familia o que trabajaban en diversos oficios. Por ahora, el grupo de los militares conseguía hacer frente a los androides en el frente, y con plasma imaginario los tumbaban. Cuando lo estaban celebrando, vino uno de los grandes.
–¿En serio? ¿Un mimético? –dijo Raúl. Estos androides destacaban por su capacidad de hacerse invisibles y atacar por la retaguardia.
–Es que hemos cambiado nuestra estrategia –le respondió Nico, el general de los androides.
–Pero no tiene gracia, a ti te podemos ver –murmuró una chica del equipo humano.
La batalla se reanudó y con mucho esfuerzo, derrotaron al mimético. Los médicos trabajaban como nunca en la intensa batalla, pero por suerte conseguían que nadie se muriera. En el equipo de los androides, quien caía se quedaba allí, ya que en el fondo eran la representación de la extinción del planeta.
–¡Vamos chicos! ¡Aunque seamos pocos, vamos a terminar con ese montón de chatarra! –animó un chiquillo.
El grupo de humanos se lanzó sobre los androides que quedaban en pie con toda la fuerza que les quedaba y las armas de plasma en las últimas, consiguiendo ganar la batalla.
–¡Bien! ¡Lo hemos conseguido chicos! –animó alegremente Raúl a sus compañeros.
Cuando más contentos estaban por haber salvado a la Tierra, empezó a sonar con voz ronca y queda la alarma del refugio. Todo se quedó en silencio, paralizado. No podían dar crédito a lo que eso significaba, los androides venían hacia la base.

–Eso es… –murmuró horrorizada, pálida como el mármol y con los ojos desorbitados, la profesora de la escuela.
–¡La alarma! ¿Dónde están los niños? –quiso saber el director.
–Están en el patio, como siempre.
–¡Mercedes, rápido! Hay que ponerlos a salvo. Ramiro, encárgate de abrir el sótano, yo avisaré a los demás.
Todos los reunidos salieron corriendo de la sala de profesores para acatar su cometido. Mercedes en el patio, llamó a todos los pequeños para que vinieran hacia ella y se ordenaran en una fila. Los niños asustados y desconcertados le hicieron caso. Otro profesor salió en apoyo para poder escoltar la fila.
–Vamos chicos. Esto no es un simulacro, mantened la calma y todo saldrá bien.
Con paso dubitativo pero constante, bajaron las escaleras que llevaban al sótano. El director y el resto del personal de la escuela estaban ya cuando la fila llegó. Se procedió a verificar si todos los niños estaban y una vez hecho el recuento la alarma se paró. Toda la base quedó desierta, sin ruido ni vida, a excepción de la guardia. El resto de habitantes estaba bajo tierra conteniendo el miedo en cada bocanada de su respiración. Un zumbido como el de cientos de abejas volando, se hizo poco a poco más nítido hasta inundar todo el aire. Sin embargo en vez de parar u oír pies mecánicos posarse, pasaron de largo, perdiéndose igual que vinieron. Una mezcla de alegría y confusión se hizo dueña del entorno, y antes de que pudieran darse cuenta, la sirena que marcaba el fin del recreo les devolvió a la realidad.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

2 comentarios

  1. 1. Ana dice:

    Muy lograda la sensación de angustia. Casi se respira el aire de ese sótano, el silencio, la tensión. Me tocó comentar tu texto y fue un placer.

    ¡Muy bien!

    Un saludo,
    Ana

    Escrito el 28 octubre 2014 a las 12:26
  2. 2. Margarita dice:

    ¡Hola Ana! Muchas gracias por tu comentario, la verdad es que me ha servido de mucho. Ahora toca mejorar los fallos.

    Un saludo a ti también.

    M. Alcázar

    Escrito el 28 octubre 2014 a las 18:00

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.