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¿Donde habían estado esos niños? - por Sonairam

Durante el curso 59-60 ejercí como profesor en una institución privada, cuyas instalaciones se encontraban ciertamente aisladas, en un lugar de la costa del sureste español. Más de trescientos alumnos, chicos y chicas entre diez y dieciocho años de edad, conformaban un grupo bastante heterogéneo.

No era este el destino ideal para iniciar mi carrera como profesor, pero de todas las opciones que tenía, esta fue la única que contesto positivamente a mi solicitud de trabajo.

El alboroto de los primeros días de clase, tanto para los alumnos como para los profesores, fue dejando paso a la rutina educativa, entre las que se encontraba por supuesto la vigilancia durante el descanso de media mañana, es decir, el recreo.

Esa mañana, el timbre que anunciaba el recreo, resonó en todo el colegio, y un griterío desbocado, lo invadió todo. Un café rápido, de pie, paseando por el patio, era lo que tocaba ese día. Sin embargo, algo extraño que no supe concretar en los primeros momentos, me mantenía intranquilo.

Una niña vino llorando a mi encuentro, porque sus compañeras no la dejaban participar en sus juegos. Me acerque hasta el grupo, que consintió en admitirla de nuevo, aunque a regañadientes. Y fue en ese momento, cuando me di cuenta, que la parte del patio donde los niños habitualmente y de forma exclusiva jugaban al fútbol, estaba ocupada solamente por niñas. Ningún niño jugaba allí. Ningún niño jugaba en el patio. No había ningún niño en el patio en ese preciso momento. Desconcertado recorrí el patio, para confirmar que efectivamente estaba ocupado únicamente por niñas. Pero, ¿dónde están los niños?

Una calle amplia, comunicaba el patio central del colegio con las instalaciones deportivas y era utilizado también como zona de juegos. Observe, como ninguna de las niñas se acercaba a esa parte del patio y las que lo hacían, eran rechazadas por una de ellas que a modo de centinela y sin que nadie osara discutir sus órdenes, se encontraba vigilante al comienzo de la calle.

Lentamente me acerque hasta allí:

¿Has visto algún niño por aquí? – le pregunte.
Si, están ahí. Contesto distraídamente, sin mirarme siquiera a los ojos.
¿Y que hacen ahí?
No se, se divierten.

De la calle que estaba trazada en forma de ele, emanaba un silencio absoluto, nada parecía indicar que allí hubiera un grupo de niños. Hice ademán de avanzar hacia el interior de la calle: no creo que sea buena idea profesor, No les va a gustar que las interrumpan – me advirtió dulcemente la niña, que había dichos esas escuetas palabras, ahora si, mirándome fijamente a los ojos de forma inexpresiva.

Sin contestarle, avance hacia la calle buscando al grupo. Un frío estremecedor, inexplicable para esa época del año, reinaba en el ambiente. El vaho de mi respiración, delataba esa brusca bajada de temperatura.

Al fondo de la calle, junto a la facha del gimnasio, los niños permanecían agrupados, de pie, en silencio, mirando fijamente a dos niñas de las que solo podía ver su espalda. Andaba despacio, pero ninguno de ellos prestaba atención a mi presencia. A solo unos pasos del grupo me detuve, nada parecía perturbarles.

¿Qué hacéis aquí? – acerté a decir con poca convicción.

Una de las niñas se volvió hacia mí: no debería estar usted aquí, enseguida terminamos.

¿Terminar? Vamos, volved a clase, el recreo ha terminado.

Nadie se movió, los niños permanecieron agrupados, muy juntos. Mientras las dos niñas que dirigían sus tensas miradas hacia mí, iban recobrando su condición de adolescentes: no se preocupe profesor, ya hemos terminado de jugar, nos vamos a clase.

Las dos niñas, cogidas de la mano, salieron hacia el patio central, mientras que los niños fueron recobrando sus señales de identidad y como es habitual salieron en tropel, gritando. El recreo verdaderamente había terminado y todo parecía volver a la normalidad. Pero ¿Dónde habían estado esos niños?

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