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Niños Exploradores - por Trebol Dorado

Corrían los años ochenta, cuando un grupo de padres de familia del colegio se unieron para proponer al directorio que formasen el club de cuidado ambiental, con la participación de los estudiantes. La idea incluía contar con la colaboración de un grupo de Scouts, que con su afamado “siempre listos”, ayudarían en la formación del carácter de cada participante, a más de perfeccionarles en la tarea del excursionismo, la escalada y la orientación, junto con los conocimientos y habilidades prácticas de cómo saber leer un mapa, cocinar en el campamento y aplicar los primeros auxilios.
La expectativa y la emoción se habían apoderado de todos los habitantes del pequeño pueblito enclavado en pleno centro de la serranía ecuatoriana; habida cuenta que por vez primera se intentaba formar un club que amalgamara la actividad propia de “Los Exploradores” con el cuidado del medio ambiente, especialmente en la época en que un grupo de leñadores furtivos se dedicaron a talar los árboles de manera clandestina.

Aquella mañana veraniega, se presentó llena de vida y luz. El sol brillaba en todo su esplendor ya que ninguna nube se atrevió a aparecerse en el horizonte. Los emocionados gritos de los niños, irrumpían el sueño aun de los animales de las granjas que todavía dormían, puesto que los noveles exploradores se habían adelantado al despertador oficial del colegio, el viejo y ronco timbre.
Resultó emocionante verlos partir marchando al compás de una tradicional canción scout: “«boy scout que sales de marcha con mochila y con bordón… oheee, ohe…»”
Por alguna razón, producto de la inexperiencia quizás, o cosas del destino a la final; nadie se percató de verificar si todos los niños partieron hacia la aventura. Lo cierto es que la caravana regresó prematuramente aquel mismo día al caer las primeras sombras de la noche, con la novedad de que faltaban tres chicos.
La gente gritaba. Unos con insultos al director, otros a los padres que propusieron tamaña aventura; otros culpaban al joven guía scout. Lo cierto es que el caos y la anarquía reinaba en el lugar, y en vez de buscar un acuerdo para empezar la búsqueda, pareció que todo acabaría en una guerra campal, hasta que uno de los niños, muy listo él, valientemente gritó: « ¡¿por qué no vamos a buscarles en lugar de estar peleando?!». Todos se calmaron de a poco y, con aire de vergüenza, reconociendo su error, lanzaron algunas ideas para emprender la búsqueda. Al valeroso niño ni en cuenta le tomaron.
Se escogió a los más experimentados. Los tres eran familiares representantes de los niños extraviados. Cada uno fue provisto de una linterna, un pequeño bulto que contenía ropa de niño y una ración de arroz con carne seca para el camino, a más de su respectiva cantimplora con agua.
Al cabo de tres días y tres noches de intensa búsqueda, los improvisados miembros de la “defensa civil” criolla, agotados y hambrientos regresaron al patio del colegio donde se había levantado la base centro de planificación y ejecución de la búsqueda. Todo el pueblo concentrado en el lugar, esperaba expectante y angustiado a los tres valerosos “exploradores”, especialmente los padres y familiares de los tres pequeñitos que se hallaban extraviados.
De pronto, un horroroso grito que pareció salir de las entrañas mismas de la tierra, estremeció a todos los presentes. Una joven mujer con los ojos desorbitados y con las manos encrespadas, traía en sus brazos dos zapatos impares y una pequeña camisa que había descubierto junto a un árbol de capulí, en el patio mismo del colegio. Unos del susto, salieron corriendo con dirección al portón, mientras que los demás salieron al encuentro de la fantasmagórica figura de la mujer.
Un grito comunitario que no salió de las gargantas solamente, sino de lo más adentro de sus almas se escuchó al unísono hasta el infinito: « ¡¿Dónde están los niños?!»
La escena fue realmente desgarradora. Tres pequeños cadáveres yacían en una improvisada fosa común, a medio enterrar. Como circunstancia especial en los tres cuerpecitos, las cuencas de los ojos estaban macabramente vacías. Los desalmados habían robado la noche anterior al inicio de lo que se esperaba una feliz aventura, no sólo las corneas de sus ojitos sino sus vidas mismas.
¡Mi Dios! ¡¿Cómo puede haber tanta maldad…?!.
Las autoridades como era común por estos lares, comenzaron las investigaciones que jamás llegaron a su culminación, y colorín colorado este es un cuento de nunca acabar.

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1 comentario

  1. 1. Brillo De Luna dice:

    La historia es bastante desgarradora, pero tanto el inicio como el final, le resta un poco la intención inicial. Me resulta algo así como una tragicomedia. Quizás fue esa la táctica del autor para contar algo horrible, sin dejar un mal sabor de boca.

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 17:08

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