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VENGANZA SUBLIME - por FERNANDO ARRANZ PLATÓN

Web: http://farranz2.blogspot.com

Todas las historias reales o imaginarias que se cuentan, tienen su principio en un lugar cualquiera de un universo, conocido o no. Durante años las he visto comenzar en un café, en un teatro, en una feria y como no, en el patio de un colegio. Éstas últimas, son de las que suelen calar en lo más hondo de nuestras vidas.
Es allí donde la mayoría de nosotros, hemos recibido nuestra primera clase de supervivencia. Porque siempre ha habido, hay y habrá, quien ante una fealdad, orejas prominentes, gafas de culo de vaso o rarito según su criterio, encontrará en ello una ocasión de oro, para mofarse, ridiculizar y hacer la vida imposible, a quien no se ajusta a sus cánones.
Pero aprender a sobrevivir nos hace fuertes, porque al conseguir vencer nuestros miedos en el lugar que nos desenvolvemos, nos lleva a reafirmar nuestro propio carácter.
El chico de nuestra historia se llamaba Ramón. Era apuesto y algunos podrían decir que hasta guapo o bello si lo prefieren. Esta fue la causa escogida por una buena parte de la clase, para tomarlo por algo que no era.
Verse todos los días del curso, sobado, oyendo epítetos nada agradables durante el patio…, no debió resultar nada fácil para el chico. Sin embargo, Ramón aguantó con verdadera fuerza moral la situación. En ningún momento dejó de asistir a las clases, ni de salir al patio cuando tocaba.
El curso fue pasando y al final, cada uno de los alumnos emprendió su carrera por la vida. Años más tarde, los componentes del grupo que solía hacer a éste la vida imposible, recibió una curiosa invitación.
En ella se les invitaba a una cena con espectáculo femenino. La misma tendría lugar, en el patio de su antiguo colegio. A todos complació aquella invitación y no tardaron en encontrar mil excusas, para poder asistir a la fiesta.
A su llegada a la cita, los primeros invitados que acudieron, hablaron de su tiempo escolar, sus barrabasadas y como no de Ramón. Nadie sabía de su vida, pero en los recuerdos perduraba su figura.
A las nueve de la noche como estaba previsto, todos se acomodaron en las mesas dispuestas en el patio para cenar. De pronto, una voz extraña para el grupo, exclamó.
— ¿Dónde están los niños?
Todos los comensales se giraron en busca de quien había preguntado aquello. ¿A qué niños se refería?
Un haz de luz enfocó la cabecera de la mesa y en ella, todos pudieron ver sentado a Ramón, que con su belleza natural, les miraba fijamente a todos. No había signo alguno, que delatara porque los había invitado allí.
—Como nuevo director del colegio, os doy la más cordial bienvenida a esta fiesta en vuestro honor —su voz bien timbrada, llegó hasta el último de sus invitados —Este es un momento muy especial.
Más de uno se preguntó, si se trataba de una burla. La persona por ellos pisoteada durante varios cursos, les ofrecía una cena de homenaje.
—Disfrutar de la cena y del espectáculo —Les invitó.
En ese momento tres camareros, salieron a servir la cena. Sopa de pescado, lubina a la sal, brochetas de cordero, un gran pastel y las bebidas correspondientes, llenaron los estómagos de aquellos infelices.
Terminada la cena, más de uno quiso acercarse a Ramón, pero éste había desaparecido. El sonido de la música propia del Cabaret más famoso, hizo que todos se dispusieran a gozar del espectáculo prometido.
Un haz de luz iluminó el pequeño escenario, que había al fondo del patio. Allí siete bailarinas comenzaron a bailar el Can-Can, mientras los invitados, algo alegres por la bebida, se acercaban al escenario. Luego que aquellas bajaron del estrado, aquellos borrachines comenzaron a sobarlas.
Cuando finalizó el espectáculo, la mayoría de ellos tenía una calentura difícil de apagar. Un espeso silencio cubrió la sala al descubrir, que cada una de aquellas supuestas bellezas femeninas a las que habían sobado, se encontraban desnudas sobre el escenario y sus atributos masculinos colgando de sus entrepiernas.
Entonces comprendieron la pregunta de Ramón. Ellos eran los niños y aquella su venganza. Les había pagado aquellos años de abusos, permitiendo su denigrante actuación con las bailarinas, que no eran nada más que travestis.
Con la cabeza gacha, cada uno de los invitados abandonó aquel patio, para emprender el camino de regreso a su casa. Lo hicieron sin tan siquiera despedirse de sus compañeros. Ninguno de ellos pudo conciliar el sueño aquella noche. La lección resultó ser muy dura.

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