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Los niños perdidos - por Raúl Megías

Web: https://www.facebook.com/Unmundomasoscuro

David paseaba por el patio del colegio abstraído. A pesar del bullicio reinante del recreo, su mente era incapaz de desviarse del foco de atención: había recibido un nuevo correo electrónico de su compañero José. Este había marchado como voluntario por un año al sur de Nigeria, a una zona muy conflictiva donde la pobreza extrema y la violencia asolaban a la población. Habían mantenido algún contacto desde su marcha, todo el que la mala infraestructura del lugar les permitía. El motivo del último correo fue la desaparición de algunos niños de la clase de José, cuyos hogares se encontraban bastante próximos entre ellos, pero en una zona algo apartada del poblado; aún recordaba la pregunta con la que terminaba el texto: “¿Dónde están los niños?”
No estaba seguro de querer leer el correo que, por cierto, no tenía asunto. Había pasado ya más de una semana del anterior y estaba seguro de que en este correo se encontraba el desenlace a tan angustiosa situación, fuera bueno o malo. Se sentó en un banco que había a la sombra de un árbol y colocó la tablet entre sus manos; estaba indeciso. No tardó mucho en darse cuenta de que tenía que leer el correo, no podía dejar solo a su compañero frente a aquel hecho, sería de cobardes. ¿Y si los niños no habían aparecido o les había ocurrido algo? José necesitaría todo el apoyo posible. Se reprochó a si mismo haber barajado la posibilidad de borrar el correo o no leerlo.
Con la mano temblando por los nervios pulso sobre el correo y este se abrió. Las lágrimas no tardaron en descender por su rostro cuyo gesto definía a la perfección la consternación. Los niños del recreo no tardaron en reparar en la actitud de su maestro y, curiosos, se arremolinaron sobre el preguntado: ¿Qué te ocurre maestro? ¿Estás bien maestro? Todos aquellos inocentes niños preguntando a su alrededor no hicieron sino hacer más vívido el trauma de su compañero; podía sentir el valor de la pérdida, lo tenía justo delante. David sintió un fuerte impulso por abrazar a sus alumnos, sentirlos allí con él, vivos, con ilusión y ajenos a las atrocidades que ocurrían a otros como ellos por todo el mundo. Tras unos instantes dominados por la empatía y sentir del calor de la vida, David consiguió recomponerse y mandar a sus alumnos a la clase; aún tenían que esperar hasta medio día para marchar a casa.
Tras el toque de sirena, la marcha alegre y abrupta de los chicos no se hizo esperar. David se quedó solo en la clase. Aún tenía algo que hacer antes de marcharse a casa. Sabía que posiblemente José tardaría días en poder leer su correo, pero no quería que de ninguna manera este lo consultara y no encontrara su respuesta. De manera que, una vez que hubo recogido la clase, salió al patio de recreo, ahora sin chicos jugando, y se sentó en el mismo banco donde hacía un par de horas había estado rodeado de sus alumnos. Respiró profundamente y observó el patio; pudo sentirlo, estaba vacío. De nuevo, sacó su tablet y empezó a redactar su respuesta: “Querido José…”.

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1 comentario

  1. 1. carla lopez dice:

    hola! Me gusta tu forma de narrar, pero tengo la impresion de no haber leido un relato sino el comienzo de una historia. Entiendo que tu intencion era solo mistrar el proceso de la decision del maestro de enfrentarse a un correo muy duro y ademas dar una respuesta, pero creo que habria sido interesante que nos cobtaras que ha ocurrido con los niños, por ejemplo, o algo mas del amigo que esta en Nigeria. Es solo mi opinion, por supuesto. Y lo cierto es que he leido tu texto de un tiron y me ha gustado. Un saludo
    Carla

    Escrito el 5 noviembre 2014 a las 23:35

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