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El patio - por Fedra

Ese día estaba esperando que su marido la llevara al trabajo. Había preparado su portafolio, miró en su interior para cerciorarse de que no olvidaba nada y levantó la vista hacia el reloj de péndulo ubicado a su derecha. En eso sonó una bocina y salió.
– Había mucho tráfico – dijo Roberto mientras la besaba.
La escuela quedaba bastante lejos y ya iban retrasados, eso hizo que tuviesen tiempo para contar sus actividades durante la mañana. Estaban casados hace cinco años y en la búsqueda de un bebé. Eran muy compañeros, disfrutaban cuando estaban juntos, se divertían y solo les faltaba un hijo para completar su felicidad. Se hacía difícil avanzar por la espesa neblina que cubría la ruta. Los autos se veían cuando estaban de frente, ni las luces permitían divisar alguno que viniera a lo lejos. Como todos los días cuando llegaban a destino ella lo saludaba con un beso y una sonrisa.
– Que tengas un lindo día – le decía él.
En la entrada había dos móviles policiales y la gente se agolpaba por querer saber lo que estaba sucediendo. La presencia de los uniformados se debía a un control pedido por los padres de los alumnos.
El sonido del timbre apuró la despedida. El murmullo, los gritos y las risas de niños eran los sonidos habituales de cada inicio. Luego de intercambiar unas palabras con sus colegas se dirigió al curso.
El patio del colegio era el lugar de encuentro para compartir un momento de alegría y distensión, bien merecedor de la tarea diaria. Uniformes femeninos agrupados comiendo la merienda, otros saltando una cuerda sostenida entre dos, otros tomando agua en los bebederos. Uniformes masculinos pateando una pelota, otros caminando hacia el baño, otros intercambiando coloridas figuritas.
Las maestras encargadas de cuidar en los recreos conversaban en grupo. Llega corriendo una niña.
– Seño… Seño… Florencia tiene sangre en la nariz – dijo mientras tiraba del guardapolvo blanco de Susana.
Inmediatamente corrieron hacia donde se encontraba la pequeña. En un rincón, en el fondo del patio, estaba sentada en el piso con las piernas cruzadas y dos hilos de sangre le caían de la nariz. Susana la levantó y, cuando se dirigía hacia la escuela, observó a su alrededor y comenzó a ver todo como en cámara lenta. Las imágenes eran pequeños segmentos donde el color rojo predominaba. Giró su cabeza para continuar y gritó:
– ¿Dónde están los niños?
Corrió desesperada hacia el pasillo que llevaba a las aulas, todo estaba detenido, todo estaba vacío, no había nadie en el patio, ni alumnos ni maestras. Entró en la dirección y no estaba la directora, tampoco la secretaria. La niña desmayada seguía con sangre en su nariz. Susana sentía miedo, corrió hacia la cocina donde tampoco encontró a los celadores. Se sentó en un rincón, abrazó fuerte a Florencia y lloró. Lloró tanto… desconcertada, asustada, todo era muy extraño.
A las siete de la mañana, como todos los días, el portero apagó las luces. Se dirigió para abrir la puerta de la escuela y encontró a Susana sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y sin la niña. Entre sus piernas había una especie de amuleto construido con tela.
– Despierte señorita Susana – dijo el portero sin entender nada y le pasó un pañuelo para que limpiara su nariz.

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