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El pergamino - por Juancho

Web: http://latintayeltintero.blogspot.com/

A lo lejos se alzaba el fuerte construido por los primeros exploradores. Una pequeña torre comunicada con la casa principal por un puente de madera. Simple, un par de ventanas y un techo bajo el que cobijarse. Era todo lo que necesitaba en estos momentos porque sabía que estaban ahí, acechándola, aguardando un momento de debilidad. Muchos otros lo habían intentado antes que ella y muy pocos habían logrado regresar de aquella región maldita.

Desenfundó su revolver y comprobó la munición. Ocho disparos más una docena de cartuchos más, lo suficiente para ahuyentar a grupos pequeños pero escasa si la lucha se prolongaba durante mucho tiempo. Con un suspiro de resignación comenzó a andar, mirando por encima de su hombro cada pocos pasos, tratando de hacer el menor ruido posible. Quedaba tan poco para llegar al refugio… Si estaba en lo cierto, allí encontraría armas, munición y todo lo necesario para continuar su viaje en dirección a La Ciudad Muerta y poder ser la primera en reclamar el Pergamino de Isis.

De repente, el viento cambió de dirección y trajo consigo el eco de un murmullo. Sus músculos se tensaron y corrió en dirección a unos arbustos. Contuvo la respiración mientras amartillaba el arma, estaban ahí, en alguna parte, habían seguido su rastro. No tuvo que esperar mucho para ver al grupo de cazadores asomar por una colina cercana. Eran al menos media docena, no entendía nada de lo que decían pero se les veía nerviosos. Algunos se empujaban entre sí, otros exhibían sus armas de manera amenazadora, sólo un par conservaban la calma y centraban su visión en el horizonte en busca de posibles rastros.

Se quedaron quietos durante un segundo. El que parecía el jefe soltó un rugido de satisfacción y bajaron la colina aullando como depredadores que han visto una presa herida. ¿Otro explorador más? ¿Allí? Imposible, ¿o tal vez era algún tipo de trampa para que saliera de su escondite? Aguardó el tiempo suficiente como para no escuchar más sus gritos de guerra y salió de entre los arbusto apuntando en todas direcciones. Miró al cielo, el tiempo se agotaba. Si no conseguía llegar antes de la puesta de sol estaría perdida. Reanudó su marcha imponiéndose un ritmo más rápido.

El refugio se encontraba a pocos metros cuando varias detonaciones se escucharon demasiado cerca. Más disparos y de nuevo el grito de los salvajes. Habían encontrado una presa al fin y se estaba defendiendo pero, ¿durante cuánto tiempo? Echó a correr con todas sus fuerzas, no quería ser la siguiente. Entró en el refugio apuntando a todas las sombras que habitaban la casa. Un rápido vistazo y soltó una maldición. No había nada, ni armas, ni munición, nada. Sólo las cuatro paredes y la pequeña escalera que conducía al puente.

El tiroteo se acercaba más y más, subió las escaleras y cruzó el puente. Al llegar a la torre pudo distinguir una figura que se dirigía al refugio a la carrera mientras devolvía los disparos como podía. Ahora sí que estaban cerca. Apuntó con cuidado y disparó dos veces. La figura alzó la cabeza y distinguió una cara sorprendida. «¡Vamos, corre!», le gritó a pleno pulmón. Detrás de él vio al menos diez cazadores, todos apuntando sus armas y disparando a la carrera. Con un poco de suerte lo conseguiría y serían dos para luchar.

Disparó de nuevo y escuchó unos pasos que subían por la escalera. Miró de reojo cuando el chico cruzaba el puente y le dirigió una sonrisa de bienvenida. El nuevo compañero recargó su arma y se colocó junto a ella. Los cazadores gritaban con una alegría desquiciada, les tenían rodeados, sólo era cuestión de tiempo…

— Por cierto. ¿Dónde están los niños? — preguntó Marisa a la tutora de su hija.
— Jugando en el patio, ¿no los oyes? Donde la casa de madera. Jugando a ese juego de indios y vaqueros o algo así, con esas pistolas que hacen tanto ruido.

Marisa salió al patio y observó como media docena de niños corrían, gritaban y se perseguían con pistolas de colores llamativos y sonidos estridentes. Suspiró recordando aquel tiempo en el que ella también tenía una imaginación imparable.

— !Marta! !Marta! Es hora de irse a casa.

Y una niña de pelo negro salió de una pequeña casa, despidiéndose de sus amigos, mientras su risa inundaba el aire que la rodeaba.

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1 comentario

  1. 1. Victor Hugo Montenegro dice:

    A

    Escrito el 18 mayo 2016 a las 21:43

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