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EL CAMINO DE VUELTA - por Elmaga73

Mientras caminaba hacia el que había sido mi colegio durante mi infancia, no dejaba de pensar en cómo serían las cosas ahora. ¿Seguiría la Sra. Martí como directora? No lo creía, había pasado ya mucho tiempo de aquellos años dominados por la alegría, los juegos, los amigos, las confidencias… en ése momento se coló entre mis pensamientos una voz masculina que me llamaba por mi nombre. Me giré y vi al que había sido mi mejor amigo, compañero de pupitre y confidente hasta que me mudé junto a mi familia a un pequeño pueblo del Pirineo, muy lejos de allí. Avanzaba a paso rápido hacia mí, con una gran sonrisa iluminando su rostro. Hacía 15 años que no nos veíamos, pero jamás perdimos el contacto. Siguió siendo mi punto de referencia y de anclaje en la distancia, a través de las cartas que nos escribíamos con frecuencia, dándome ánimos y tratando de quitar hierro a las situaciones más duras que me tocó afrontar lejos de él. A pesar del tiempo transcurrido, verle de nuevo y fundirnos en un abrazo me resultó tan natural como si nunca nos hubiéramos separado. Recorrimos juntos los últimos metros hasta la entrada del edificio mientras trataba de ponerme al día de los cambios que había sufrido el pueblo, especialmente en los últimos años. Me llevó directamente al patio de la escuela. El mismo patio donde tantas veces nos habíamos sentado en un rincón apartado para poder hablar con libertad de todo aquello que nos inquietaba, de lo que sentíamos, de lo que esperábamos del futuro.
Entrar en ese recinto vallado fue como retroceder en el tiempo y volver a ser por un instante la chiquilla que fui. Rodeé caminando todo el perímetro, comparando las imágenes guardadas en mi memoria con lo que veía en ese momento, registrando los cambios, maravillándome con los columpios, imaginando a los niños que estudiaban ahora allí haciéndose las mismas preguntas, forjando grandes amistades, eligiendo a quién confiar sus más íntimos pensamientos. El timbre que anunciaba el fin de las clases de la mañana y el inicio del tiempo de recreo me devolvió al presente. Me giré hacia la puerta a través de la cual había salido corriendo y a trompicones tantas y tantas veces, anhelando ese tiempo y espacio que nos pertenecía tan solo a él y a mí. Esperaba ver salir del mismo modo a esos niños que hoy pasaban sus días en las aulas del colegio. Entonces él se acercó a mí y me miró con tristeza. No fui capaz de ver qué significaba ésa mirada, así que le pregunté con cautela: “¿dónde están los niños?”.
“Eso es precisamente lo que quería explicarte”, me dijo, “casi no quedan niños en el pueblo y los pocos que quedan ya no estudian aquí, sino en la capital”.
Le miré con extrañeza, así que continuó hablando para ayudarme a comprender: “El pueblo mantiene el colegio con la esperanza de que algún día haya niños que de nuevo ocupen sus aulas y disfruten de sus recreos en este patio. De vez en cuando hacen sonar el timbre para comprobar que sigue funcionando”.
Comprendí su mirada triste y sentí que el pueblo se perdía no sólo en mi memoria. Siempre había querido regresar al único lugar donde fui feliz, y supe entonces con certeza que el momento de hacerlo había llegado.

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1 comentario

  1. 1. Ana dice:

    Lo triste es que es un problema real, aunque comprensible… ¿Qué joven quiere quedarse en un pueblo pequeño sin perspectivas?

    Un relato bien llevado, aunque no me acaba de convencer que en un arrebato de nostalgia ella decida volver al pueblo.

    Escrito el 31 octubre 2014 a las 13:48

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