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EL COMPROMISO - por Iris Herrera de Milano

Web: http://www.gotiasanet.blogspot.com

Eran las diez de la mañana. El patio de la escuela "Leonardo da Vinci" estaba lleno de niños que disfrutaban veinte minutos de receso. Algunos comían meriendas que habían traído de sus casas, otros compraban algo en la cafetería; un grupo jugaba con una pelota, otro ensamblaba piezas de un LEGO.

En una esquina del patio, siete niños en edad preescolar sentados en círculo escuchaban con gran interés lo que narraba Alberto, otro niño de unos 9 años. Les leía una fábula de Esopo.
Cuando faltaban cinco minutos para terminar el receso, Alberto les indicó que era hora de volver a clases y, remolones, fueron a formar su fila.

Esta escena se repetía Lunes, Miércoles y Viernes en la mañana. Los otros días, los pequeños jugaban en el patio con los demás alumnos.
Sus padres se asombraban de que los niñitos conocieran tantas fábulas y entendieran su significado. Cuando el año escolar estaba próximo a finalizar varios representantes acordaron regalarle una colección de libros a Alberto, como reconocimiento a su habilidad como lector y a su interés por divulgar el conocimiento. Lo sorprendieron cuando le obsequiaron las obras selectas de Julio Verne.

Al inicio del nuevo año escolar, Alberto reanudó la lectura de las fábulas a los alumnos de preescolar; pero ahora solamente los Martes y Jueves por la mañana.
Los niños gozaban durante esas sesiones en las que escuchaban historias protagonizadas por animales que hablaban y daban consejos para la vida diaria.

Antes de las vacaciones de Diciembre, Alberto dejó de asistir a la escuela.

Daniel, quien había formado parte de la audiencia de Alberto y ahora cursaba primer grado, se enteró de que su amigo se encontraba enfermo y fue a visitarlo. Alberto se alegró mucho al verlo. Conversaron de todo, en la manera en que sólo pueden hacerlo dos niños de corta edad.
Alberto le manifestó la falta que le hacía la escuela, especialmente esos ratos en que él leía las fábulas a los niños. También le contó que por la enfermedad se cansaba muy rápido y no podía hacer actividades que le gustaban, como correr y jugar baseball, por ejemplo.

Daniel le dijo a Alberto que él sabía leer y podría continuar leyéndole el libro a los niños del preescolar. Alberto pensó que era una idea muy buena; le entregó el libro a Daniel, y le pidió que lo cuidara mucho para que bastantes niños pudieran divertirse oyendo lo que el señor Esopo había escrito. Chocaron las palmas de la mano derecha de cada uno para sellar el compromiso. Daniel se despidió y se fue a su casa.

Pocos días más tarde supo que Alberto había muerto. Lloró porque ya no tendría a su amigo, pero se alegró de tener el libro.
Llegó Septiembre y volvió a clases, ahora en segundo grado: niños ya conocidos, otros que por primera vez asistían a la escuela, algunas maestras nuevas.

Una semana después de haberse reiniciado las clases, sonó el timbre que avisaba el comienzo del receso de la mañana.
Una de las maestras nuevas era María Rosa, la del preescolar. Aunque estaba muy pendiente de sus alumnos, de pronto perdió de vista a algunos de ellos.
Con gran preocupación, fue a buscar a otra maestra para pedir ayuda y se consiguió con Francis, que llevaba tiempo trabajando en la escuela. Angustiada, María Rosa le comentó la situación y
se preguntaba:
—¿Dónde están los niños?

Francis la oyó con cuidado; tenía la expresión de quien está repasando información mentalmente. Enseguida asintió con la cabeza, sonrió y pausadamente le dijo:
—María Rosa, creo saber dónde están.. Vente, vamos a buscarlos.

Se dirigieron a una esquina del patio de juegos. Allí estaban los niños, sentados en el piso, embelesados, mientras escuchaban una lectura.
Los observaron desde cierta distancia para no interrumpirlos.
En esta oportunidad oían a Daniel leyéndoles una de las fábulas de Esopo, del libro que Alberto le había entregado.

La fábula era "El buey y el mosquito":
En el cuerno de un buey se posó un mosquito. Luego de permanecer allí largo rato, al irse a su vuelo preguntó al buey si se alegraba de que por fin se marchase.
El buey le respondió:
—Ni supe que habías venido. Tampoco notaré cuando te vayas.

Moraleja: Pasar por la vida, sin darle nada a la vida, es ser insignificante.

Resultaba hermoso ver cómo había prendido la semilla que, sin proponérselo, había plantado Alberto.

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3 comentarios

  1. 1. Diego Manresa Bilbao dice:

    Muy bonito Iris!!!! Muy bien contado y muy tierno. Enhorabuena

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 15:11
  2. 2. tavi oyarce dice:

    Hola Iris
    Soy uno de tus comentaristas anónimos. Espero te sirvan.
    si tienes tiempo dale una vuelta al N° 92

    Saludos
    tavi

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 15:35
  3. 3. José Torma dice:

    Hola Iris, que buen relato, un tanto cuanto en la onda de Oliver Twist o llamemosle un mundo Mark Twainguanezco. Una historia entrañable con personajes entre medio a semidibujados, con dos lideres que me encantaron.

    En contra de tu cuento obro el requisito del taller. La pregunta de ¿donde estan los niños? para mi, rompio de fea manera la cadencia y el regusto dulzon que me estaba dejando la lectura. Aun ahora que termino estoy sonriendo, recordando mis inicios en la lectura, Guillermo Tell, Corazon Diario de un niño etc.

    Muy bonito, felicidades

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 18:09

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