Silencio en el patio - por Memento

Deambulo. Mirada al suelo, paso cansino. No sé cómo he llegado, pero me doy cuenta que estoy delante de la valla del colegio del pueblo. También fue mi colegio.
Lo miro y lo siento diferente. Parecen las mismas las porterías del viejo campo de futbol, del mismo color que las recuerdo, aunque habrán tenido alguna mano de pintura.
La valla que saltábamos para ir a buscar el balón perdido en el prado adyacente es ahora algo más alta, para proteger de esos balones perdidos las ventanas del edificio que construyeron en ese terreno, pero no es eso.
Parece igual el edificio del gimnasio al que iba con alegría a pasar una hora a la semana de juego entre las aburridas clases, excepto el año que tocaba saltar el potro, que para mí fue de tortura.
Y sigue ahí el espacio entre los dos bloques en el que jugábamos a pillar, o a campo quemado cuando estábamos en los cursos inferiores, porque el campo de futbol era privilegio de los seis partidos simultáneos de los alumnos más mayores. Seis balones, seis porteros en cada portería y las discusiones en las inevitables interferencias cuando tu magnifica jugada acababa chocando contra un defensa de la otra clase concentrado mirando hacia el otro lado.
Los bancos pegados al muro, que no recuerdo haber usado nunca, ya no están. Han techado el espacio delante de la puerta, así que los recreos con lluvia, los niños tienen ahora una opción más que calarse aprovechando un patio menos concurrido, o quedarse en clase escribiendo en el encerado frases de esas que el profesor borraba después mientras nos miraba acusatoriamente.
Todos estos cambios los había visto cuando he venido a traerle o recogerle. Pero hoy es diferente.
El silencio. Eso es lo que siento diferente. Ese patio siempre lo había vivido lleno de gritos y risas. ¿Dónde están los niños? Miro el reloj. Es tarde. Estarán todos en el funeral. No puedo ir, no quiero ir. Reanudo mis pasos, ahora en dirección a la iglesia. No se si alguna vez ha habido un padre incapaz de ir al funeral de su hijo.